Columnistas // 2018-10-14
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El otro ladrillo en la pared
Hoy con la clase política arrasada -el gobierno de Temer, los partidos políticos y el Congreso despiertan desconfianza en el 60% de los brasileños y brasileñas- Bolsonaro llega con apoyo militar y retórica fascista.


 Rogers Waters, músico británico y fundador de la banda Pink Floyd, hace unos días fue abucheado en Sao Paulo al grito de ‘ForaPT’ por una importante cantidad de sus seguidores, cuando al sonar la emblemática The Wall (la pared) mostró en la pantalla #ElNao y agregó un “resistan al neofacismo”.

Brasil entraba al siglo XX siendo parte de una constelación de regímenes oligárquicos refractarios de la democracia política y de la democracia social. Un siglo después, elegía por el 61,2 % de los votos a Luiz Inacio Lula da Silva -obrero metalúrgico y dirigente sindical- como conductor de los destinos de la Nación.

Del 2003 al 2015 la sociedad brasilera experimentó enormes transformaciones. Brasil se colocó entre los diez países con mayor PBI en el mundo; con el programa Bolsa Familia salieron de la pobreza 30 millones de personas; la desnutrición se redujo en un 73% y la mortalidad infantil un 45% y la inversión en educación aumentó en un 218 %. Los gobiernos del PT -Lula y su sucesora Dilma Rousseff- mostraron que era posible derribar los muros de la desigualdad y del racismo en un país que fue el último en abolir la esclavitud, en las postrimerías del siglo XIX.

A pesar de esto, hoy el candidato con mayor posibilidad de ser elegido para ocupar la presidencia -Jair Bolsonaro- expresa la antítesis de sus antecesores con un programa de gobierno que promete volver a colocar los ladrillos necesarios para levantar la pared que separe a los pobres de los ricos, a los negros de los blancos, a las disidencias de los derechos, a la libertad del orden.

¿Qué pasó? La respuesta no es fácil. La mirada superficial utiliza el significante ‘corrupción’ para explicar el descontento social y con ello justificarlo todo: tortura, pena de muerte, homofobia, misoginia, racismo y pobreza, entre otros. Sin embargo, lo que no se ve o no se dice, es que la crisis que se presenta en términos económicos es también una crisis de representación política. Una pérdida de sentido sobre aquello construido tan férreamente con la recuperación democrática y que fuera la defensa del Estado de Derecho por sobre cualquier intento de retorno a las jerarquías, al autoritarismo y al pretorianismo.

 La controversia entre construir una sociedad de iguales o una de desiguales atraviesa toda la historia latinoamericana. Y tal vez fuimos una de las regiones del planeta que más alta estima construyó por la Democracia como forma de gobierno capaz de lograrlo. Probablemente por haberla consolidado no hace tanto tiempo, se sobredimensionó su capacidad para sostener crecimiento económico con equidad social y a la vez garantizar el estado de derecho. Y todo ello dentro del desarrollo capitalista. Una ecuación difícil.

Hoy con la clase política arrasada -el gobierno de Temer, los partidos políticos y el Congreso despiertan desconfianza en el 60% de los brasileños y brasileñas- Bolsonaro llega con apoyo militar y retórica fascista.

Habría que tener en cuenta, que las derechas latinoamericanas tuvieron su protagonismo entre 1890 y 1939 y al igual que sus hermanas europeas, surgieron como expresión de la crisis del paradigma liberal y del progreso indefinido. Se alimentaron del rechazo a cualquier tendencia igualitaria y liberadora del momento y a todo aquello que debilitara el respeto a la autoridad, a la propiedad privada, a las jerarquías y a la familia. Nunca fueron monolíticas y supieron acomodarse a las distintas coyunturas. Abarcó a los conservadores, a los reaccionarios restauracionistas y a los fascistas que compartían la aversión de los reaccionarios por el presente pero se diferenciaban por su violencia, su oportunismo y su radicalismo.

Un siglo después, y bajo aspectos que habrá que seguir pensando, reaparecen para rechazar las tendencias igualitarias a las que ellos responsabilizan por el fracaso económico de la era global y por las promesas incumplidas de progreso y bienestar.

Por todo esto Bolsonaro no expresa la antipolítica, sino el retorno de la política como garante de la desigualdad. Es otro ladrillo en la pared.


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