Columnistas // 2018-10-14
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La política monetaria que impone el FMI
Mientras no existan posibilidades reales de inversión productiva continuará el ahorro en dólares y la fuga de capitales, además de la necesidad de divisas para el pago de crecientes intereses por la deuda externa y de otros déficits estructurales de la balanza de pagos.


 Entre las nuevas políticas que el FMI ha impuesto a nuestro país está la implementación de una “banda” de variación en la cotización del dólar entre $34 y $44 que se actualizará diariamente a razón de una tasa mensual del 3%; dentro de esos márgenes hay libre flotación sin intervención estatal; el Banco Central intervendrá únicamente si la cotización se ubica por debajo del límite inferior (comprando dólares para lograr la suba) o vendiendo dólares si supera el máximo, hasta un monto de 150 millones diarios; además hay una imposición que ha sorprendido a todos, la del compromiso de mantener la base monetaria (billetes en poder del público más las reservas bancarias) sin variación, en una cantidad constante, hasta junio del 2019, con un ajuste en diciembre y junio debido al pago de los aguinaldos.

Respecto a la primera, la actualización hace recordar a la “tablita” de Martínez de Hoz en la segunda mitad de los años ’70, experiencia que dio lugar a la primera de las “bicicletas financieras” conocidas en Argentina y que culminó con fuga de capitales y la crisis de la deuda de 1983. Es probable que la cotización del dólar varíe según esa pauta y se ubique cerca del límite superior, por lo que a fines de diciembre se cotizará cerca de los $ 48, lo que implica una devaluación del 40% anual; en este caso la tasa de interés en pesos necesaria para atraer inversores en moneda nacional y evitar que presionen sobre la cotización del dólar deberá mantenerse por encima del 60% anual (teniendo en cuenta el riesgo de una reestructuración de la deuda). Esta tasa vuelve imposible a cualquier inversión productiva.

Por otro lado, el límite de $150 millones diarios impuesto al Banco Central para intervenir si la cotización del dólar supera el límite superior a primera vista aparece como insuficiente para parar una posible corrida cambiaria, como la que hemos tenido en los últimos meses, en que el Banco Central vendió alrededor de 300 millones diarios y no pude detener el alza.

La otra idea es ajustar la cantidad total de dinero, “secando” la plaza para evitar que los excedentes monetarios vayan al ahorro en divisas y presionen la cotización del dólar; para ello se prevé la colocación diaria de Leliq (Letras de Liquidez, obligaciones en pesos que el Banco Central coloca en los bancos con vencimiento a 7 días para absorber excesos de liquidez) y, si fuera necesario, ajustar del efectivo mínimo que deben mantener los bancos comerciales sobre los depósitos. Lleva colocado más de 500 mil millones de pesos a tasas superiores del 70% anual. Otra verdadera “bomba de tiempo, como fue en su momento los Lebac.

Esta política de restricción monetaria para controlar el valor del dólar y la inflación parece ir a contramano de las tendencias contemporáneas de la teoría económica. Hasta los años ’70 del siglo pasado casi nadie dudaba de que la inflación tenía una alta correlación con la cantidad de dinero en circulación y una forma de controlar la primera era manteniendo bajo control la segunda. Esta idea era compatible con la teoría cuantitativa de la moneda, cuyo enunciado fue la primera ley establecida en el nacimiento de la teoría hace ya más de 400 años, y que en los tiempos contemporáneos había sido defendida tanto por la ortodoxia neoclásica como por el keynesianismo. La idea es que la cantidad de moneda es una variable instrumental que puede ser determinada por el gobierno mediante su política monetaria, mientras que la tasa de interés resultaría de la intersección de esa cantidad con la demanda de dinero de la sociedad en determinado momento. La inflación era consecuencia de la excesiva emisión monetaria (el “darle vuelta a la manija” decían los argentinos en los años ’60, como si la impresión del dinero se hiciera con un mimeógrafo manual) y, por lo tanto, era manejable controlando la cantidad de moneda en circulación.

La primera excepción teórica de esa época provino del estructuralismo latinoamericano que, en base a la realidad de estos países, sostuvo que la inflación era consecuencia de profundos desequilibrios en la economía real y que la expansión monetaria no era más que la consecuencia, que venía a ratificar la existencia de aquella.

También a mediados de los años ’70 se dio un profundo corte en la evolución de la sociedad occidental que se volvió mundial: se intensificó la globalización de la economía, se desarrolló un capitalismo financiero y parasitario suplantando al capitalismo industrial, con los flujos financieros internacionales que superaban con creces el intercambio comercial y la creación permanente de nuevos instrumentos de crédito que volvían obsoletas las normas de control de los gobiernos y, en el plano ideológico, apareció el neoliberalismo con pretensiones de “verdad” universal.

En ese escenario, los bancos centrales comprobaron empíricamente que ya no podían controlar la cantidad de agregados monetarios en circulación. Como dijo el presidente del Banco Central de Canadá, “nosotros no abandonamos a los agregados monetarios; ellos nos abandonaron a nosotros”.

Con las disposiciones actuales el FMI vuelve a una política de control monetario cuestionado hace ya 40 años.

Se sabe que mientras no existan posibilidades reales de inversión productiva continuará el ahorro en dólares y la fuga de capitales, además de la necesidad de divisas para el pago de crecientes intereses por la deuda externa y de otros déficits estructurales de la balanza de pagos, por lo que la demanda de dólares va a continuar, a pesar de la tasa de interés, presionando al mercado cambiario; mientras que la inflación puede disminuir el ritmo pero continuará a tasas relativamente elevadas. En estas condiciones una cantidad fija de dinero significa, en términos reales, cantidades decrecientes de moneda, es decir, que la iliquidez es un nuevo factor que se suma al ajuste del gasto y a las tasas de interés desproporcionadas, que empujan hacia una mayor recesión económica.

Además, ante la menor duda sobre las posibilidades de pago de la deuda, se producirá una nueva corrida cambiaria, como la sufrida en el último invierno.

Las consecuencias de la nueva política monetaria, con ese panorama, son la intensificación del cierre de empresas, con más quiebras y mayor desocupación laboral y crecimiento de la pobreza. 


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