Columnistas // 2018-10-07
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La multitud y los más aptos
Que muchos conceptualicen a mujeres, niños y pobres bajo teorías racistas con pretensiones de pseudociencia, no es novedoso. Repasar lecturas de hace un siglo o más, ayuda a clarificar los intentos de la actual elite gobernante por explicar “los males de la Argentina” en base al fenómeno multitudinario.


 Javier Gonzalez Fraga, quien fuera presidente del Banco Nación en el 2017, afirmaba que "cuando nace un chico en una villa de una chica de 14 años y la chica está más para ir a los recitales que para amamantar a un bebé, lo descuida y, como dice Abel Albino, con 24 horas de hambre se le pone una marca en el cerebro que va a detestar ser educado. Es como un animalito salvaje".

El médico citado por el economista es el mismo que en los debates parlamentarios por la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo -además de afirmar que el virus del sida atraviesa la porcelana- sostuvo que “el pobre es pobre en educación, familia, amigos, introspección, fuerzas, entusiasmo, ideales y encima no tiene plata. Son tristes y sus hijos son todo lo que tienen”. 

Mujeres, niños y pobres conceptualizados bajo teorías racistas con pretensiones de pseudociencia, no es novedad. Similares lecturas se hicieron bajo la impronta del positivismo y del social darwinismo a fines del siglo XIX y comienzos del siguiente.

En América Latina no fue tanto la obra de Augusto Comte sino la de Herbert Spencer la que alcanzó mayor gravitación, con su epicentro en la teoría de la evolución, los principios de la selección natural y la supervivencia del más apto. Todo ello aplicado para comprender el desenvolvimiento de las sociedades.

Esta cosmovisión permitió alentar la fe en el progreso y también explicar sus obstáculos, los llamados males latinoamericanos. El tejido de la sociedad bajo el microscopio positivista se explicó por el carácter corrupto y degenerando de su composición racial: ”el aymara es huraño y salvaje, duro, rencoroso, egoísta, cruel, vengativo… le falta voluntad y persistencia de ánimo”,escribía el boliviano Alcides Arguedas en 1909.

De esta forma, la genética social se hermanó con el orden político y posibilitó crear una serie de instituciones que normalizaran los vínculos entre la sociedad y el Estado. El problema era cómo garantizar la gobernabilidad con recursos humanos tan poco prometedores.

En la Argentina el ensayo positivista se abocó a recortar una zona donde creyó detectar una clave de la historia nacional: la presencia del fenómeno multitudinario. Tematizar este objeto implicaba considerar los efectos generados por la inmigración masiva en la Argentina aluvional de entonces.

La ensayística de la primera década del siglo XX se llenó de metáforas orgánico-biologistas para interpretar el pasado y el agitado mundo social del presente. El mestizaje y la hibridez fueron vistos como trabas al desarrollo. “El mestizo físico produce un mestizo moral”, escribía Carlos O Bunge.

Pero quien se encargó tempranamente del fenómeno multitudinario fue José Maria Ramos Mejía.Médico, creador de la Asistencia Pública y de la cátedra de Neuropatología, fue diputado por el Partido Conservador en 1880. A partir de la disciplina médica propuso una interpretación de lo social donde la crisis era explicada como una enfermedad.

En esta sociología clínica, la “multitud” era un fenómeno morboso cuyos integrantes eran “individuos sin nombre, representativos en ningún sentido, sin fisonomía moral propia; el número de la sala de hospital, el hombre de la designación usual en la milicia, ese es su elemento”.  En 1907 escribió ‘Rosas y su tiempo’, y allí concebía la presencia de las masas en la historia como la de una fuerza fenomenal vaciada de inteligencia y raciocinio. Si Juan Manuel de Rosas había triunfado, era porque en su personalidad hubo una síntesis de hábitos urbanos con los instintos campesinos y bárbaros.

Traer estas lecturas al presente tal vez sea un buen ejercicio para observar los intentos de la actual elite gobernante por explicar “los males de la Argentina” nuevamente por el fenómeno multitudinario. Solo que ahora, ya no es por sus genes sino por su peso en el déficit fiscal, en el gasto social y en las pretensiones de que se garanticen sus derechos. Por eso hay que retroceder 70 años. El problema es que las multitudes, cuando entran en la historia, no la abandonan más.


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