Columnistas // 2018-08-31
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De fascistas y cómicos
En el mundo que se vio afectado por el fascismo existe una prevención absoluta contra su resurgimiento. Todos sus símbolos están prohibidos y su uso penalizado. Esto no quiere decir que no existan. Nuevos símbolos, siempre inspirados en los originales, campean sin disimular su ideología pero sin poder hacerla explícita totalmente.


Hay que tener mucha medida con el sentido del humor. Detrás del mismo se esconden, no solo mensajes cifrados disfrazados de sonrisa, sino también odios viscerales que se traducen en manifestaciones publicas, que nadie se atrevería a esgrimir, si no estuviera protegido por el manto de la ocurrencia, más o menos jocosa.

Eso ha ocurrido con este personaje, a quien yo conocí recién llegado a la Argentina, y al que suelo ver más lanzando diatribas contra el gobierno anterior, que en su faceta de actor. Desconozco el grado de compromiso político de este señor con la candidatura macrista, pero no hay que investigar mucho para descubrir el odio que destila contra los anteriores gobiernos kirchneristas.

Muy recientemente, ha lanzado en el medio que da cobijo a los insultos y refugio a los oficialistas, dos andanadas de supuesto ingenio, que ni los destinados a reír la gracia han sido capaces de comprender: uno ha sido la supuesta teoría del flan, de cuya intención siguen haciéndose interpretaciones poco inteligentes (Bullrich en el Parlamento daba cierta pena, intentando explicar lo que, claramente no había entendido), y la otra, que resulta más seria, fue poner en duda la veracidad de los nietos recuperados. Y esto señores, ha sido ir demasiado lejos.

Tanto es así, que no le ha quedado más remedio que desdecirse, ante la avalancha de suspensiones teatrales que se le venían encima.

Afortunadamente, en Argentina todavía hay capacidad de reacción social ante este tipo de ofensas, pero no hay que bajar la guardia. La consideración de las Fuerzas Armadas como apoyo y colaboración de la seguridad interna, abre unas posibilidades de intervención, que eran impensables hasta ahora.

El decreto de reforma de las FFAA modifica la reglamentación formulada por Néstor Kirchner, que garantizaba el uso de las mismas, solo para ataques externos, perpetrados por otros Estados.

Personalmente, dudo que ese decreto llegue a aplicarse. La ciudadanía y el cuerpo legislativo, pondrán tantos impedimentos que acabarán por derogarla. Al menos, así lo espero.

Hay que ver en ello, y no es poco, un paso más en el desamordazamiento de las atribuciones del Ejército.

Aunque haya abierto esta columna hablando de cómicos, me niego a regar estas letras de bromas sobre cuadernos fotocopiados, arrepentidos que queman originales, Stornellis y Bonadios, y no lo hago, no porque no tenga su comicidad, sino más bien porque no se debe mezclar la risa con la idea que mantengo del sibilino, a veces no tanto, auge del fascismo. Auge preocupante y bastante generalizado, como vamos a ver.

En la mayor parte del mundo que en su día se vio afectado por el fascismo, existe una prevención absoluta a su resurgimiento. Todos sus símbolos están prohibidos y su uso penalizado. Esto no quiere decir que no existan. Nuevos símbolos, siempre inspirados en los originales, campean por el mundo sin disimular su ideología, pero sin poder hacerla explícita totalmente.

Estos grupos, nostálgicos de un tiempo no vivido, se ven últimamente nutridos por sectores de población hostil, o al menos recelosa, de los emigrantes y refugiados políticos, a quienes ven, como beneficiarios de algo que corresponde, como miembros de los países receptores.

No hay duda ninguna, de que el racismo es una de las cabezas del fascismo, y por ahí trepa una ideología, a la que no resulta tan fácil eliminar.

En el caso español, a los problemas derivados de la emigración, hay que sumar el proceso secesionista catalán, que les ha unido bajo el concepto de Patria que tienen los españoles, es decir, un sentimiento de unidad, monopolizado durante décadas por la derecha, y cuanto más por la extrema derecha.

Con la llegada al poder del Partido Socialista, y el apoyo de Podemos, una vieja promesa cobra vigencia: se trata de sacar los restos del dictador Franco, del mausoleo que, para él y los caídos de su bando, hizo levantar después de la guerra por prisioneros republicanos. Allí descansan sus restos, en un lugar cargado de ceremonia franquista y rito católico, cual si de un santo se tratara desde hace ya 44 años.

En principio la operación debería ser tan simple como una exhumación normal, pero alrededor de la misma se han movilizado los viejos fascistas que aún perduran, es decir, políticos del Antiguo Régimen, militares retirados y en la reserva, a los que se han unido los neofascistas antes mencionados, y familias de buenas costumbres, rancias

Todo ello resulta cómico. Escuchar su argumentario trasnochado, sus dogmas en desuso, y su irritación contra todo lo que implique modernidad, les convierten en personajes graciosos, y los programas de debate político, se los disputan como si fueran estrellas televisivas. Se hacen famosos, se empiezan a conocer sus organizaciones, y, en definitiva, tienen presencia. Porque son graciosos, porque nos dan mucha risa, porque escuchar sus argumentos nos produce hilaridad, pero les damos pábulo, como acá al cómico que habla como si fuera tonto, mientras dice que quiere flan. Cuidado con todos ellos. Son fascistas. Ya dejarán de parecernos cómicos.


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