Columnistas // 2018-08-19
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La crisis esperada
El modelo está agotado: no se consigue financiación externa para una nueva deuda y el capital especulativo se quiere retirar. La tasa de interés en pesos superó el 45%, lo que hace imposible pensar en cualquier actividad productiva, y el mercado cambiario vive una “corrida” constante, lo que repercute en una inflación creciente. Como frutilla del postre, el FMI exige un mayor ajuste, lo que agrava la recesión.


 Milton Friedman fue uno de los mentores del neoliberalismo. Con sus discípulos fue uno de los responsables de la experiencia de Pinochet en el Chile de los años ’70, la época de los “Chicago boys”, y cuyas ideas también influyeron en el gobierno de Videla y Martínez de Hoz. En su libro “Capitalismo y libertad” Friedman escribió que “sólo una crisis real o percibida da lugar a un cambio real verdadero”;  estaba convencido de que se requería una profunda crisis para que el neoliberalismo tuviera la posibilidad de gobernar. Por eso el caos que se trató de crear en el Chile de Allende. Por eso los boicots patronales y los problemas económicos creados desde afuera para justificar el golpe de estado de setiembre de 1973, cosa que se repitió en la Argentina de 1975-76.

A pesar del fracaso de aquella experiencia en nuestro país (crisis del ‘83, ‘89 y 2001), en los primeros 15 años de este siglo volvieron con esa obsesión. El economista argentino Miguel Boggiano, fiel discípulo de Friedman, escribió: “deseo que venga una crisis peor que 2001  para que Argentina achique al Estado, los impuestos y los sindicatos. Por las buenas nunca se dará.”

En aquellos años hicieron todo lo posible para lograr el fracaso del gobierno y que viniera la crisis esperada; hicieron pronósticos catastróficos para el futuro argentino tanto cuando se hizo el canje de la deuda, como cuando se nacionalizaron  los fondos de jubilación (AFJP) o YPF se convirtió en empresa de mayoría estatal; se buscó generar una corrida bancaria y/o cambiaria en varias oportunidades, pero la economía real estaba fuerte y no lo lograron.

En el año 2015 ocurrió el “milagro” que no esperaban: por “las buenas”, mediante elecciones, lograron implementar nuevamente el modelo neoliberal que había fracasado décadas atrás.

Entonces, 1) “liberaron” el comercio internacional, derogando reglamentaciones y trabas a la importación de mercaderías, 2) “liberaron” el movimiento de capitales y la compra-venta de divisas y 3) eliminaron impuestos que afectaban a los más ricos (supresión o rebaja a las retenciones a las exportaciones primarias, menor alícuota a los impuestos al consumo suntuario y a los bienes personales, etcétera).

La primera de esas medidas, en un mundo que se cerraba y donde cada país defendía su producción interna, generó una invasión de importaciones que golpeó a la industria local y profundizó al déficit externo; la segunda facilitó la “fuga de capitales” y el ahorro en moneda extranjera, lo que significó una demanda creciente e insatisfecha de dólares con la correspondiente devaluación de la moneda y una inflación imparable; la tercera incrementó el déficit fiscal y la necesidad de financiación del Estado.

Los capitales externos de riesgo, que se suponía vendrían a invertir productivamente en el país, creando trabajo y crecimiento económico, no vinieron. Entonces, para financiar al déficit externo se recurrió a la deuda externa y al ingreso de capitales especulativos, de corto plazo, que “jugaron” a la “bicicleta financiera” con altos intereses en pesos.

Hoy el modelo está agotado: no se consigue financiación externa para una nueva deuda y el capital especulativo se quiere retirar. Para tratar de evitarlo, o al menos demorarlo, la tasa de interés en pesos superó el 45%, lo que hace imposible pensar en cualquier actividad productiva, mientras que el mercado cambiario vive en una “corrida” casi constante (el dólar aumentó un 62% en lo que va del año y 212% desde que subió este gobierno), lo que repercute en una inflación creciente. Como frutilla del postre, el FMI exige un mayor ajuste, lo que agrava la recesión económica.

Alguien debería avisarle a Boggiano y a sus amigos que la crisis que tanto deseaban ya llegó, que está instalada en el país. Claro que el escenario es distinto al que imaginaban: no se trata de la crisis que esperaban, el preludio que justificara la instalación de un modelo neoliberal, sino que, por el contrario, es la consecuencia de un nuevo fracaso del mismo, con un costo que sufre toda la población y que -como en el año 2001- requerirá mucho tiempo y esfuerzos para poder superarlo.


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