Columnistas // 2018-08-05
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La reacción de los reaccionarios
Como hacía tiempo no se veía en la Argentina una reacción discursiva, emocional y física tan agresiva como la surgida frente al creciente protagonismo del movimiento por los derechos de las mujeres.


No  tienen causas propias sólo reaccionan a las de otros, por eso se los llama reaccionarios.

Históricamente el término tuvo su origen en la revolución francesa y denominó a los contrarrevolucionarios -la reacción Termidoriana- que acabarían por imponerse en1794 con la derrota de los jacobinos.

Durante el siglo XIX europeo los reaccionarios fueron identificados con las fuerzas del clero católico, la nobleza y movimientos restauracionistas de la monarquía absoluta frente a las revoluciones liberales de 1848.

En el siglo XX reaccionaron contra los derechos sociales de los obreros y contra los derechos políticos de las mujeres, persiguieron a los inmigrantes, satanizaron la cultura juvenil y repudiaron, en defensa de una cierta pureza étnica, a los no blancos

Defensores del statu quo y temerosos de aquello que trastoque lo que consideran el ‘orden natural’ de las cosas, la resistencia al pensamiento crítico -en la versión que sea- y su apego a un credo moral que generalmente encarna en la religión hegemónica, son aspectos constitutivos de esta cuasi identidad que no siempre encuentra traducción política sino más bien navega en esquemas de creencias y representaciones.

Las fuerzas reaccionarias son más fuertes y exitosas dando la batalla que construyendo alternativas. Aman la personificación del enemigo, la confección de listas negras y la simbología bélica; creen estar inmersos en una guerra defendiendo ‘valores primordiales’ que los convierte en protagonistas épicos y su estrategia de confrontación es siempre violenta. Su reacción es respuesta a lo que consideran que los agravia, aunque no sea realmente así. 

Como hacía tiempo no se veía en la Argentina una reacción discursiva, emocional y física tan agresiva como la surgida frente al creciente protagonismo del movimiento por los derechos de las mujeres.

El debate surgido para convertir en Ley la Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) fue el corolario de una reacción que viene alimentándose en las entrañas de quienes se oponen decididamente a terminar con valores, prácticas y jerarquías del orden patriarcal.  

Rechazan la perspectiva de género en todo su alcance y han reaccionado por ejemplo al movimiento #NiUnaMenos -que visibilizó el flagelo de los femicidios- con el #NadieMenos, equiparando violencias y desestimando la especificidad del fenómeno social. Algo que recordó bastante a las ‘violencias de distinto signo’ con que se tapó el genocidio argentino de 1976.

Pero fue a partir del 13 de junio cuando el proyecto de ley logró media sanción en la cámara de diputados que la reacción redobló sus fuerzas. Las iglesias se volvieron militantemente beligerantes con fanáticos altares de velas y muñecos; extrañas ONG -cuyo financiamiento es difícil conocer- presionaron al gobierno y a los bloques parlamentarios, campañas mediáticas señalaron a cada diputado y/o senador en su provincia a modo de advertencia, activaron la percepción de una catástrofe para la especie humana -los reaccionarios siempre consideran al futuro como apocalíptico- y todo esto terminó por potenciar la violencia en las calles.

El “salvemos las dos vidas” del pañuelo celeste es la reacción al pañuelo verde de la campaña para salvar la vida de las mujeres por abortos clandestinos. Sin embargo los celestes, y no los verdes, fueron responsables de haber tirado agua hirviendo en la plaza después de la  media sanción, de golpear hasta hacerla escupir sangre a una joven en la calle, de aplaudir a profesionales de la medicina cuando amenazan con dejar morir a las mujeres o intervenirlas sin anestesia, de gritar y escribir en paredes y en redes sociales “estoy a favor a de las dos vidas, ojalá te violen puta” y tanto más que en las últimas semanas hemos presenciado.

El sentir reaccionario suele aparecer en la escena pública en coyunturas de crisis profundas que tornan vulnerable al presente. Posiblemente sea expresión del miedo a lo impredecible del mañana y el miedo nunca es buen consejero. Lo que sí es previsible, es que si la Ley de Interrupción voluntaria del embarazo no se aprueba, entonces las mujeres seguiremos muriendo.


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