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La llamada “teoría del derrame” no es, propiamente dicho, una teoría económica. Al menos no la van a encontrar en ningún libro de economía como tal, con sus correspondientes demostraciones.
No es una teoría pero sí un resumen ilustrativo de lo que, según sus promotores, son las políticas neoliberales puestas en vigencia a partir de la segunda mitad de los años ‘70 y de los resultados que se esperan de la misma. En nuestro país estuvo especialmente de moda en los años ‘90 y hasta la crisis del sistema en el año 2001.
La “teoría del derrame” sostiene que, como la inversión productiva es la base del crecimiento económico y quienes invierten son los que tienen capacidad de ahorro, es decir, los que poseen riqueza acumulada previamente, es necesario permitir al mercado que, en una primera etapa, aumente la concentración de riqueza en manos de las clases sociales propietarias para que financien las inversiones que, en una segunda etapa, el mercado se va a encargar de derramar como riqueza sobre toda la población, mediante la creación de empleos con más y mejores salarios.
En realidad es un intento de justificar los sacrificios que imponen las políticas de ajuste sobre la mayoría de la población y de legitimar la desigual distribución del ingreso que provocan las políticas liberales.
Este gobierno la desempolvó al comienzo de su gestión, prometiendo que el derrame empezaría en el segundo semestre de ese año (2016), fecha que rápidamente fue postergada para el año siguiente y luego a un futuro indeterminado pero no muy lejano.
Pero la realidad pegó duro y para salvar la política neoliberal recurrieron al FMI y a la política de ajuste mucho más dura que el Fondo exige. Y tuvieron que cambiar el relato, aunque no mucho.
La persistencia de la inflación, la recesión económica (con el cierre de empresas y aumento de la desocupación laboral) y la reiniciación de una política de ajuste que castigará a la población, se presentan ahora como una consecuencia de circunstancias externas (que Estados Unidos subió la tasa de interés, que subió el precio de petróleo, que la inestabilidad en los mercados externos,…) y no como el fracaso de la política neoliberal, que es lo que realmente ocurre.
En estos días distintos ministros han confirmado el enorme costo social y económico que tendrá el ajuste, aunque lo adornan avisando que en un futuro indeterminado este ajuste redundará en crecimiento económico y mejora de la situación social. Una nueva versión diluida de la “teoría del derrame”.
El día 26 de junio Marcos Peña informó en el Senado sobre el acuerdo con el FMI y reconoció los costos, sacrificios y sufrimientos que traerá aparejado para la mayoría de la población; fiel al libreto del derrame, dejó para después el hipotético crecimiento económico que vienen anunciando desde fines del año 2015. Inclusive, en un exceso de optimismo, predijo que posiblemente sea en el año 2019 cuando comience, con tasas entre el 2 y 3%. Más exagerado que su jefe de ministros fue el mismo presidente que, el viernes 29 en Entre Ríos, sostuvo que si hacemos las cosas bien (el ajuste, que traerá más sacrificios y sufrimientos a las mayorías populares), después “el crecimiento será ilimitado e infinito…” .
Cuando los escucho o leo sus discursos con este relato, no puedo menos que recordar a Roberto Goyeneche cantando “Naranjo en flor”: “Primero hay que saber sufrir… y después, que importa el después…”.