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La idea básica el liberalismo económico es que existen leyes naturales que rigen la producción y distribución de los bienes; supone que los hombres –cada uno en su egoísmo individual buscando su propio interés- logran en el mercado la óptima asignación de los recursos, por lo que el estado debe abstenerse de intervenir. Es la frase famosa de los fisiócratas “dejad hacer, dejad pasar, el mundo camina solo”, o el concepto de “la mano invisible” que gobierna las relaciones sociales de producción, según Adam Smith.
El mercado es el encargado de lograr la situación óptima para todos. Es el nuevo fetiche que diviniza el naciente capitalismo. En teoría, muchísimos compradores y muchísimos vendedores, donde todos tienen información completa y no hay la menor barrera al ingreso, encuentra el equilibrio ideal entre intereses opuestos y enfrentados. Es la panacea que logra la armonía universal.
Si en realidad hubo algo parecido a la competencia perfecta, esa que postula el liberalismo económico en todas sus versiones (el llamado “neoliberalismo” no es más que el viejo liberalismo económico presentado en un envase renovado), existió a principios del siglo XIX pero comenzó a desaparecer en la década de los años 1870. A partir de entonces los monopolios u oligopolios han dominado el mercado, muchas veces unidos formando trust o carteles.
A partir la crisis de los años ’70 del siglo pasado las corporaciones crecieron y se hicieron gigantes trasnacionales que tienen el poder de influir en las condiciones de los mercados que dominan y que han llegado a colonizar gobiernos y estados.
Algunos economistas consideran que basta la posibilidad de competencia entre gigantes por las preferencias del consumidor y el que haya acceso libre a la información para que el mercado cumpla sus funciones. Pero ambas son ilusiones: la existencia de pocas firmas hace propicio los acuerdos formales o informales para la dominación del mercado y, por otro lado, las grandes corporaciones han colonizado también las fuentes de información.
Sobre esto último Colin Crouch, un intelectual británico en el libro “La extraña no muerte del neoliberalismo”, (traducido al castellano por “Capital intelectual”) cuenta el escándalo que afectó en Estados Unidos a finales de los años ’90, escándalo que afectó a Enron, WordCom y otras firmas. Enron, productora de petróleo radicada en Texas, era, por su tamaño, la séptima corporación norteamericana; tenía una deuda de 64 mil millones de dls. (record hasta el año siguiente que lo superó WorldCom). Se supone que la auditoría independiente es la fuente inobjetable de información para el mercado. En este caso, ambas firmas eran auditadas por Arthur Andersen, una de las cinco más grandes y famosas empresas de auditoría del mundo, que, a su vez, les vendía servicios de contabilidad y asesoramiento En el caso de Enron (y se repitió con la segunda) los auditores de Andersen informaron a sus directivos una series irregularidades y su fragilidad, pero en la dirección de la firma auditora primó el interés por los otros contratos, por lo que ocultaron esa información. Finalmente las dos terminaron en quiebra y arrastraron en su caída a Andersen, razón por la cual todo trascendió. Pero seguro hay mil casos iguales que se ocultan con éxito.
Las empresas gigantes suelen desarrollar estrategias de dominio político para influir y decidir políticas de estado en su beneficio. Crouch informa como las empresas de salud actuaron contra la reforma propuesta por Obama. Empresas de salud privados, corporaciones farmacéuticas y empresas de seguro de salud desplegaron 6 personas por cada legislador e invirtieron 380 millones de dólares para oponerse a la reforma. Finalmente consiguieron una serie de reformas del proyecto en su beneficio, en particular suplantaron al fondo nacional de la salud por la obligación de todo ciudadano de comprar un seguro privado, en parte subsidiado por el estado. Enorme negocio, con un mercado cautivo, para las aseguradoras del país.
En el año 2010, según el FMI, en Estados Unidos las empresas habían gastado en los cuatro años precedentes 4.200 millones de dólares en actividades políticas, especialmente las financieras de riesgo. Simón Johnson, economista jefe del FMI declaró en el año 2009 que el sector financiero había tomado el control del gobierno de ese país.
Pero no ocurrió solo en Estados Unidos. En julio del 2010 el Parlamento Europeo debía elegir entre dos etiquetados obligatorios para los productos alimenticios, informando sobre el riesgo para la salud de determinados ingredientes: uno era un gráfico en colores y el otro una pequeña etiqueta en negro sobre blanco. Un integrante de la asociación de consumidores informó que los lobistas de las empresas superaban 100 a 1 a los de las asociaciones de consumidores y, lógicamente, triunfó la segunda opción.
En Argentina fueron más directos. Pasaron directamente de CEOs de multinacionales o dirigentes del sector, a ministro del ramo. La colonización es directa, sin intermediarios.
No existe el mercado libre y el estado no es un árbitro neutral. Cando se pregona “el libre comercio” lo que se defiende no es el interés público sino la libre explotación por parte de las grandes empresas multinacionales.