Columnistas // 2018-04-01
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Cornejo y el Ucerreísmo
Ser o no ser Australia, esa es la cuestión
De tanto admirar modelos foráneos y confrontar con el fantasma del populismo la Unión Cívica Radical se ha convertido en la guardiana de los intereses de la oligarquía y su presidente en el adalid de la derecha argentina.


Alfredo Cornejo tuvo su primera actuación como presidente del Comité Nacional de la Unión Cívica Radical ensayando descalificaciones contra el peronismo. Hace un par de meses dijo en el programa Intratables que “sin las administraciones populistas del peronismo Argentina sería Australia, Canadá o Nueva Zelanda”. La ocurrencia fue festejada por los antiperonistas que pueblan la alianza Cambiemos y multiplicada por los medios de comunicación afines al gobierno.

La elección de países tan lejanos geográficamente como modelos para la Argentina no es una originalidad de Cornejo. En Cambiemos resulta habitual la referencia al modelo australiano como ejemplo de país moderno con una “economía abierta al mundo” y Canadá es un comodín que el macrismo utiliza frecuentemente para –por elevación- explicar los beneficios de ser socio incondicional de Estados Unidos. Nueva Zelanda es el descubrimiento más reciente de quienes dedican su tiempo a cultivar una lúdica indagación sobre modelos foráneos destinados a la comparación y a la ponderación.

Sorprende que no escandalizara que la máxima autoridad de uno de los partidos considerados populares por historia y trayectoria lamente que la Argentina no haya tenido el destino de países que tienen en común el haber sido colonias británicas, que se consolidaron recién en el siglo XX como Estados soberanos aunque manteniendo el carácter de integrantes del Commonwealth –la mancomunidad de naciones que tienen como jefe de Estado al rey o a la reina del Reino Unido-, que tienen economías fundadas en la explotación de recursos naturales y que son fuertemente dependientes –en el caso de Canadá de los Estados Unidos y en los de Australia y Nueva Zelanda antes de Gran Bretaña y ahora de las compras de China y de los países del sudeste asiático-.

Algunos destacados hombres públicos expusieron mucho antes que Cornejo ese tipo de miradas, como, por ejemplo, el vicepresidente de la Nación Julio Argentino Roca (h), quien en ocasión de la firma del pacto que lleva su nombre y el del vizconde Walter Runciman, declaró –atribuyendo la autoría de la frase a un “publicista de celosa personalidad”- que la “Argentina, por su interdependencia recíproca es, desde el punto de vista económico, una parte integrante del imperio británico”. Cornejo nos dice a más de 80 años de ese hecho que el peronismo frustró ese supuesto destino de grandeza y prosperidad que avizoraba y anhelaba Roca.

Evidentemente, la afirmación del gobernador mendocino pretende ser una descalificación hacia el peronismo pero, en realidad, deja trasuntar una visión sesgada y peyorativa de nuestro pueblo al poner en el lugar de modelos a países que nada tienen que ver con nuestra historia, cultura y estilo de vida.

Arturo Jauretche decía que “la autodenigración se vale frecuentemente de una tabla comparativa referida al resto del mundo y en la cual cada cotejo se hace en relación a lo mejor que se ha visto o leído de otro lado, y descartando lo peor.”

Cornejo y sus socios de Cambiemos son especialistas en autodenigración. Nos presentan supuestos modelos de perfección acomodados a la lectura de la realidad argentina que pretenden instalar e imponer en la opinión pública. El mensaje es nítido: dicen que la Argentina sería mejor si se pareciera a esos países y que para ello no debería haber existido el peronismo y sus variantes populistas. De esa manera colocan al justicialismo en el lugar de una desafortunada casualidad de la historia y no como la consecuencia de un proceso político, económico, social y cultural que sirvió de contexto a su nacimiento, consolidación y evolución. La pobreza conceptual de este tipo de lecturas, simplismo analítico y falta de sustento en la realidad resultan escandalosas.

La denigración de nuestra nacionalidad, la subestimación del modo de ser argentino, el ataque a nuestra autoestima se ha constituido en un clásico en nuestra política e historiografía. Se trata de una visión que entronca con la perspectiva de hombres como Alvear, Rivadavia, Mitre y Sarmiento que lograron instalar una cosmovisión peyorativa de lo popular en las élites conservadoras y, desde allí, permear en amplios sectores de la sociedad.

En aquella ocasión Cornejo, con tono absolutamente despectivo, también expresó que la Argentina sería “Nueva Zelanda, Canadá o Australia y no un país latinoamericanizado con más del 30% de pobreza”, con lo que sus dichos auto denigratorios fueron ampliados a los pueblos hermanos de la región. Mientras Macri sostuvo en Davos que “en Suramérica somos todos descendientes de europeos” Cornejo se ocupó de sugerir que lo malo y negativo es lo que tenemos de latinoamericanos.

Los máximos referentes de Cambiemos le están planteando a la sociedad argentina el falso e inútil dilema de elegir entre ser o no ser Australia, Canadá o Nueva Zelanda en lugar de potenciar los múltiples aspectos positivos de nuestro modo de ser lo que ya somos: la Argentina. A falta de ideas sobre cómo hacer de la Argentina un país pujante apelan a espejar a nuestro país en países que poco tienen en común con el nuestro.

Creo que ser Nueva Zelanda, Canadá o Australia no habría sido en el pasado ni sería hoy un buen proyecto para los argentinos. El planteo de Cornejo se emparenta con el de quienes piensan que la Argentina hubiera sido un país desarrollado si hubiera aceptado ser colonia británica desde los albores de nuestra patria, o dependencia estadounidense tras la segunda guerra mundial.

Vista en perspectiva, su descalificación entraña un reconocimiento al peronismo por haber contribuido a desarticular los lazos semicoloniales que la Argentina mantenía con Gran Bretaña y haber cimentado un esquema de desarrollo autónomo de Estados Unidos y de los países europeos que, de haberse sostenido en el tiempo, habría posibilitado, entre otras cosas, la consolidación del proyecto de industrialización que el peronismo impulsó.

Las economías de Australia y Nueva Zelanda que Cornejo referencia como modelos deseados son economías fuertemente primarizadas, con niveles de apertura económica y comercial no compatibles con el desarrollo de un modelo con pretensiones de industrialización. Además, si comparamos a la Argentina con esos países rápidamente verificaremos que sobran un par de decenas de millones de argentinos para hacer económicamente sustentable la vida de la población en términos de bienestar similares a los que esas naciones presentan. No hay dudas de quiénes son los que sobran en la Argentina para Macri y Cornejo.

Similares razonamientos y procedimientos utiliza el presidente de la UCR cuando –como Macri y el macrismo- consagra al populismo (peronista y kirchnerista) como la causa de todos los males y calamidades que ha padecido nuestro país.

Durante la fiesta de la Vendimia, semanas después de sus improperios en Intratables, arremetió contra el populismo para descalificar a la política vitivinícola del anterior gobierno nacional y las gestiones anteriores en la provincia que gobierna. En esa ocasión no mencionó al peronismo, quizás para evitar incurrir en una explícita descortesía hacia sus colegas de San Juan y Salta presentes en el acto.

Hace poco más de una semana volvió a la carga en la Asamblea del BID con similares planteos, esta vez teniéndolo como telonero al Presidente de la Nación, un fanático de la descalificación del populismo peronista. Cornejo agregó en esa oportunidad su deseo de que Mendoza se parezca a Barcelona –es probable que las ocupaciones que le trajo el encuentro del BID no le haya permitido informarse sobre la inoportunidad de su propuesta en momentos en que Cataluña ardía-. Ya no sorprenden sus iniciativas imitativas de lo foráneo porque tiempo atrás había propuesto instalar una “Andorra mendocina” en las villas de alta montaña. Fue bastante antes de que se conocieran las travesuras offshore de Díaz Gilligan en el principado europeo, un botón de muestra de para qué sirven las Andorras de imitación.

La Argentina sin peronismo ha sido el modelo ideal que el establishment político y económico imaginó para la continuidad del modelo de país agroexportador dependiente. La Argentina sin peronismo expresa el sueño dorado de un país sin cabecitas negras, sin ruidosos movimientos populares y sin líderes carismáticos que los expresen. La Argentina sin peronismo hubiera sido la del reemplazo –sin resistencias- de la situación de la dependencia semicolonial de Gran Bretaña por la de una incontestada dependencia del imperialismo estadounidense tras la segunda guerra mundial. La Argentina sin peronismo habría significado la perpetuación de la exclusión de los sectores populares de los beneficios de la legislación social, laboral y previsional, y la privación del más concreto esfuerzo en favor de la instauración en el país de un modelo de estado de bienestar ajustado a las características de nuestra realidad nacional. La Argentina sin peronismo no sería, en definitiva, la Argentina. Sería un país con 20 millones de personas no consideradas como sujetos de derechos ni beneficiarias potenciales de políticas de bienestar, -los indeseables y prescindibles, según los anglófilos de Cambiemos-.

Visto en perspectiva histórica, no resulta novedoso que el gobernador de Mendoza apele al gorilismo para intentar cimentar conceptualmente su gestión al frente de su partido. Los radicales de la UCR –los que consintieron la alianza con la derecha pro empresaria, pro negocios y pro mercado y lucran hoy con las migajas de poder que se le caen de la mesa a Macri y su gobierno de ceócratas- no pueden apelar a su ideario fundacional ni al pensamiento de sus más destacados dirigentes históricos para explicar su participación en un gobierno neoliberal. Decir que si Alfonsín viviera apoyaría a Macri –como groseramente ha afirmado Cornejo- resulta absolutamente insuficiente para dar algún tinte ideológico a su partido. Sabemos que con esa afirmación insulta a la inteligencia de los radicales y miente a la sociedad. Ante el vaciamiento ideológico a Cornejo y a los dirigentes de la UCR les queda recurrir, como muchas veces lo han hecho antes, a uno de los más primitivos mecanismos de definición de la identidad política: la definición por el opuesto. El radicalismo de Cornejo renuncia así a su esencia radical-popular –la que expresaron Alem, Yrigoyen, Illia y Alfonsín- para pasar a definirse por los anti: su antiperonismo, antipopulismo y antikirchnerismo. Ese cómodo lugar parece aportarle réditos en el corto plazo pero condena a los radicales a quedar subsumidos en la identidad definida por el gorilismo pragmático macrista.

De tanto admirar modelos foráneos y confrontar con el fantasma del populismo la Unión Cívica Radical se ha convertido en la guardiana de los intereses de la oligarquía y su presidente en el adalid de la derecha argentina. El ucerreismo ha eliminado todo atisbo de radicalismo a sus posiciones políticas, económicas y sociales, y se ha transformado en un instrumento al servicio de los intereses que representa el macrismo. Es así como un gobernador de Mendoza que quiere ser figura nacional ha decidido consolidar ese perfil derechista en su partido, poniéndolo al servicio del establishment.

La coherencia no es el fuerte de quien hoy se presenta como el paladín del antipopulismo, el mismo que no hace muchos años fanfarroneaba –en tiempos de sus coqueteos con el kirchnerismo- auto definiéndose como “el más peronista de los radicales”.

  


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