Columnistas // 2018-03-25
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La destrucción neoliberal
Tanto en 1976, como en los años ´90 y en la actual experiencia conservadora, el retiro del Estado y la apertura comercial indiscriminada trajo consigo una avalancha de importaciones que afectan a la producción nacional y se manifiestan en un proceso de desindustrialización.


Una de las características del capitalismo es la renovación continua de medios y técnicas de producción. Uno de los primeros en señalarlo en el siglo XIX ha sido Carlos Marx, quien habló de la “revolución permanente de los medios de producción”, que vuelven económicamente obsoletos a bienes de capital que, desde el punto de vista de la producción, tendrían una vida útil por delante, pero que son reemplazados por métodos de mayor productividad y, por lo tanto, más eficientes. También estudió las crisis económicas y su efecto destructivo del capital, para luego seguir avanzando.

Pero quien más ha insistido en esta característica del capitalismo ha sido Joseph Schumpeter que, en la primera mitad del siglo XX, analizó lo que llamó “destrucción creativa”. Para ese economista la esencia del capitalismo es la dinámica, el cambio, que se manifiesta por la introducción continua de innovaciones introduciendo alguno de los siguientes aspectos: 1) un nuevo bien; 2) un nuevo método de producción o comercialización; 3) apertura de nuevos mercados; 4) nuevos insumos o fuentes de materias primas; 5) creación de nuevos monopolios.

Las innovaciones de Schumpeter son esencialmente económicas y distintas del acto creativo de los inventores o innovadores. Es realizada por los empresarios y su fin es obtener más ganancias.

El modelo implica una doble acción. Por un lado se crea una realidad nueva y, por el otro, produce la desaparición de un producto, mercado o negocio, obligando a las empresas a la adaptación o a sufrir la amenaza de la desaparición, con la destrucción del capital resultante.

Para Schumpeter esta “destrucción creativa” de riqueza es el precio del progreso.

En los países dependientes, como el nuestro, asistimos a otra forma de destrucción de riqueza, que no es “creativa” sino negativa, que no representa progreso sino regresión: es la destrucción de capital y actividad local originados por la política económica neoliberal.

Tanto en la experiencia iniciada en el año 1976, como su intensificación en los años ´90 y en la actual experiencia conservadora, el retiro del Estado y la apertura comercial indiscriminada trajo consigo una avalancha de importaciones que afectan directamente a la producción nacional y se manifiesta en un proceso de desindustrialización que implica el cierre de empresas o su conversión en unidades de comercialización de bienes importados, la desocupación de personal formado y la destrucción, por obsolescencia, de bienes de producción.

Implica la primarización de la economía con la destrucción de riqueza material y de conocimiento técnico cuya acumulación requirió muchos años y esfuerzos, que se pierden irremediablemente para el futuro; implica el desaprovechamiento de conocimientos y recursos humanos, además del drama personal que significa la desocupación y, a veces, la marginación de muchos conciudadanos.

Como escribió el obispo emérito de Viedma Miguel Esteban Hesayne, “en el país donde se implanta, engendra muerte marginando fríamente a la mayoría sobrante, creando la clase de los excluidos”; “deshumaniza la técnica y vacía de contenido humano los progresos económicos”, que deberían “servir para una equitativa distribución” del ingreso; “altera y corrompe la libertad y la democracia ya que no las acompaña de los valores de la justicia, la verdad y el amor solidario; porque su dogmatismo e inflexibilidad en la imposición de la ley de mercado, niega e impide toda posibilidad de alternativa y deja de existir de hecho una convivencia comunitaria a causa de la absolutez de los intereses privados de una minoría todopoderosa”; “de hecho, se violan elementales derechos humanos exigidos para lograr la dignidad humana tanto personal como comunitaria.”

La destrucción neoliberal es la antítesis de la “destrucción creativa” teorizada por Schumpeter. No destruye para crear y avanzar sino que, simplemente, destruye riqueza y dignidad humana para asegurar la ganancia de las corporaciones trasnacionales y sus socios locales.   


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