_

Cualquiera que haya seguido la estrategia neoliberal, en distintas partes del mundo, se habrá dado cuenta, que desde México a Francia, desde Brasil a Alemania, o desde España a Argentina, las claves del discurso, son las mismas en todos los países y latitudes. Frases como “se detectan brotes verdes”; “hay luz al final del túnel”; “la culpa es de la herencia recibida”, responden a un plan preestablecido de acción política que mezcla catastrofismo con tímidas consignas de esperanza y seguridad de estar “en la senda correcta”.
De todas ellas, hay una que cobra especial importancia por la maldad que conlleva y por cargar las causas de la crisis al grueso de la ciudadanía. Es esa que todos hemos escuchado como un mantra y que reza que “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, y ahora tenemos que apretarnos el cinturón” (o “pagar los platos rotos”, según guste). Bajo esa premisa, el poder financiero, exige al conjunto de la sociedad, políticas de austeridad para corregir el déficit mediante recortes y privatizaciones.
La frase en cuestión, junto a la conclusión “la austeridad es la mejor fórmula para salir de la crisis”, puede verse como una muy elaborada campaña demarketing, ya que por un lado, explica la actual crisis económica y social, cargando la responsabilidad máxima al uso excesivo del gasto público, al tiempo que culpa a los hogares que se endeudaron, sin responsabilizar a los bancos, que animaron ese gasto facilitando con bajas tasas los créditos hipotecarios ( en España la burbuja inmobiliaria, cuyo riesgo de pinchazo se encargaron de ocultar), así como de elevar las expectativas del ciudadano medio de sus posibilidades reales: Podían pedir créditos, endeudarse. Nadie hacía nada fuera de sus posibilidades, hicieron solo lo que las élites dijeron que se podía hacer.
Ese uso abusivo de la publicidad, fue la principal arma de seducción. Todo ello justificó más tarde la puesta en marcha de una política de austeridad que basa toda su estrategia en los recortes sociales.
Al mismo tiempo que se obtienen esas ventajas, la ciudadanía asume una culpa en la situación económica del país, y acepta, si no de buen grado, sí con resignación, medidas que le son fatalmente perjudiciales, y admite la imposición de unas políticas que buscan maximizar los beneficios de los privilegiados y socializar las pérdidas entre la mayoría. Las estadísticas son demoledoras cuando hablamos de beneficios de las élites en todos los sitios donde el precariato se ha impuesto.
También esta máxima que nos ocupa ha sido el argumento que ha permitido que derechos de los trabajadores y el conjunto social, que hasta hace poco se consideraban inviolables, hayan sido modificados y en ocasiones reducidos hasta casi su extinción. Los convenios colectivos modificados, los despidos abaratados, las condiciones de contratación endurecidas, y en cuanto a las pensiones, todos sabemos que se empiezan a replantear como derecho inalienable. Y todo ello a causa de “haber vivido por encima de nuestras posibilidades”, con los componentes de culpa y castigo que ello implica.
Por ello ese “hemos vivido”, que implica un hipócrita “todos”, incluido el emisor del mensaje, supone una pena también para quién adopta las medidas, de modo que mientras para el conjunto social, queda el sacrificio, el legislador y el gobernante, asumen el pesar de acarrear con el dolor de adoptar medidas tan rigurosas como penalizar al trabajador enfermo, encarecer las medicaciones de los enfermos crónicos, reducir el gasto en educación pública hasta el extremo de iniciar una campaña de cierres y reducción de presupuestos, cargando ellos con el pesar de adoptar las medidas que provocan este sufrimiento, inevitable por otro lado.
Lo cierto es, que lejos de encontrar soluciones, lo que encontramos con el paso del tiempo es un alarmante incremento de la pobreza, mayor grado de desigualdad y un ejército cada vez más numeroso de excluidos sociales. Todo ello deja el terreno abonado para el siguiente paso, que en Europa ya se ha instalado, y en Argentina está por llegar: El trabajo como bien preciado, la eliminación de ventajas extra salariales, la reducción de horas extraordinarias y el aumento de jornada no remunerada, así con la ausencia de políticas activas de empleo, la reducción de derechos sindicales y de negociación y la instalación de la cínica frase hecha, que se impone a continuación: “mejor esto que nada”.