Columnistas // 2018-02-25
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Gordos y flacos: una transversalidad social
Para quien conozca algo de la historia del movimiento obrero argentino y latinoamericano, la confluencia de intereses y diversidad social exhibida durante el acto del 21F no debería llamar la atención. El vínculo con los movimientos sociales siempre ha estado presente.


Acostumbrados a pensar la transversalidad sólo cómo parte de la dinámica del sistema de partidos políticos, en esta ocasión la manifestación del 21F convocada por el gremio de camioneros expresó una transversalidad social que hacía tiempo no se veía en la escena nacional.

Trabajadores sindicalizados  junto a los de la economía informal, maestros y empleados estatales, el Movimiento de Mujeres #niunamenos, organismos de Derechos Humanos, empresarios de pymes, referentes de partidos políticos de izquierda, del peronismo, de la UCR que no cambió y miles más confluyeron en un reclamo único frente a las políticas económicas y sociales implementadas por el gobierno de Mauricio Macri.

En el acto hablaron uno de cada casa: referentes del sindicalismo tradicional y poderoso que nuclea la CGT, del combativo de las dos CTA, de los trabajadores del sector financiero y de  los nuevos descamisados de la economía informal. De Perón al papa Francisco, pasando por un ‘Hasta la victoria’ guevarista y cerrando con Octavio Paz fue el abanico referencial de los discursos cortos y precisos de cada uno. Todos fueron escuchados sin silbidos ni interrupciones y todos fueron aplaudidos.

Para quien conozca algo de la historia del movimiento obrero argentino y latinoamericano, esta confluencia de intereses y diversidad social no debería llamar la atención. El vínculo con los movimientos sociales siempre ha estado presente. Resultado, entre otras variables, de las características heterogéneas del mundo laboral, en especial el urbano.

 Empleados por oficio, operarios industriales organizados en sindicatos por rama o por empresa, población activa a la que correspondería calificar de asalariados no manuales del sector público y del sector servicios, así  como la expansión del sector informal crearon nuevas categorías que con mucha dificultad se podrían llamar obreras o proletarias en sentido estricto. Términos difusos como ‘trabajadores’  o ‘pueblo trabajador’ posibilitaron, en cambio, construir una identidad más laxa capaz de sobrepasar los límites de reivindicaciones sectoriales y abrirse hacia otras de un campo más amplio.

Esto hizo en gran medida que la conquista de los derechos propios del mundo del trabajo fuera de la mano de la expansión de los derechos ciudadanos. Esa convergencia se manifestó en la lucha por el sufragio femenino y por la institucionalización de los sindicatos obreros en los años de 1930 y 1940, por la libertad de prensa y de asociación en los inicios de la guerra fría, en la resistencia a las dictaduras militares de los años de 1960 y 1970 y en la defensa de la democracia y los derechos humanos en los ochenta.

         En los años ‘90 la fragmentación de las fuerzas políticas y sociales y su incapacidad para impulsar proyectos alternativos al neoliberalismo se leyó como característica de una nueva sociedad, publicitada como posmoderna.

Las acciones colectivas de maltrechas organizaciones sindicales y de movimientos de desocupados y excluidos fueron vistos como fenómenos residuales o manifestaciones de descontento de categorías marginales, producto de la crisis. Algo así como los  últimos efectos de algo que se moría junto al siglo XX.

Sin embargo, la primera década del siglo XXI vio emerger en América Latina gobiernos democráticos presididos por un dirigente obrero metalúrgico en Brasil, por el líder de los trabajadores cocaleros en Bolivia y por el fundador de un sindicato del transporte en Venezuela.

          La visión decadentista de la historia y de los sujetos que la hacen suele aparecer cuando se espera que las transformaciones provengan sólo del poder político, restándole importancia a la manifestación de lo social. Ni tanto ni tan poco. La experiencia ha demostrado que si bien no alcanza con el juego electoral de los partidos tampoco basta con la épica de la revuelta.   

En la Argentina de hoy a la transversalidad social habrá que sumarle la política. El primer paso ya está dado.


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