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Las cadenas globales de valor presentan eslabones estratégicos que determinan la conducción y dirección del proceso productivo. En un mundo en crisis sistémica, donde todo está en disputa permanente, el capital productivo le disputa al financiero y el financiero al tecnológico, los polos trasnacionales se fusionan o se atacan, y el territorio vira desde el barrio a la red social mundial, de un oriente medio en conflicto bélico
a un paraíso fiscal en Panamá. El mundo se reconfigura y nadie tiene certeza de cuál será el nuevo orden mundial dominante.
Lo que está claro es que los alimentos y los fármacos, son y serán parte esenciales de cualquier nueva configuración global, que en “principio” proyecta un crecimiento de la población mundial que llegaría a los 9 billones en 2050. En “principio” porque nadie en el planeta propone una disminución de la población mundial como salida de la crisis, por lo menos abiertamente. Es por eso que la disputa por el eslabón tecnológico de las cadenas agro alimenticias presenta una intensa actividad, siendo la carrera del conocimiento la disputa de varias compañías.
La fusión Bayer Monsanto o Monsanto Bayer, está en el centro de la escena y sus disputas en todos los frentes resulta importante, ya que ambas compañías manejan casi monopólicamente la tecnología para la I+D (innovación + desarrollo) vinculada a la producción de alimentos del mundo.
El conocimiento estratégico en materia de semillas y productos químicos son el modo de dominación que la trasnacional ha utilizado para estar en la cima.
En la Argentina la Ley de Semillas 20.247, aprobada en 1973, comprende los derechos del obtentor solo respecto de las variedades comerciales. La ley distingue entre semillas “fiscalizadas” y las “identificadas”. Las primeras son las registradas en el Registro Nacional de Cultivares y otorgan a quienes las inscriben la propiedad por lapsos de entre 10 y 20 años, en tanto las segundas no son sujeto de protección de derechos intelectuales. El 20 de octubre de 1994 se promulgó la ley 24.376 que ratificó la incorporación de nuestro país a las Actas de creación de la UPOV (Unión para la Protección de las Obtenciones Vegetales) y adhirió a su convenio de 1978. Estableciendo así, derechos de propiedad sobre la venta de las semillas patentadas pero no declinaron el llamado “privilegio del agricultor” (derecho de resiembra), aspecto que se diferencia radicalmente de la legislación vigente en los Estados Unidos.
Por eso la presión de Monsanto por modificar la Ley de Semillas de nuestro país, que es líder mundial del complejo oleaginoso. Cada semilla que se siembra en las más de 30 millones de hectáreas cultivables del país, tiene alguna intervención tecnológica. Y quién controla ese desarrollo, incide también en los demás eslabones y etapas de la producción. Por ejemplo, sobre el paquete de agroquímicos, fertilizantes y maquinaria a aplicarse.
Así, el desarrollo de la genética de semillas pone en juego el control de la cadena productiva y su régimen regulatorio y de propiedad. El aumento de la producción en gran escala mediante el uso del llamado paquete tecnológico verde (Híbridos-Siembra Directa-Agroquímicos-Fertilizantes) produjo la ampliación de la frontera agrícola, la industrialización de la producción agraria y el aumento de la superficie mínima requerida para hacer rentable la producción. Todos quienes aran, siembran, fumigan, cosechan o transportan grano, pasan a ser engranajes de un sistema cuya factibilidad física concreta depende de semillas, herbicidas e insecticidas desarrollados en centros científico-tecnológicos a escala mundial.
Si se patentan los productos que tienen que ver con cuestiones básicas como la salud y la alimentación, se dificulta el acceso a los mismos y se genera dependencia.
La importancia asignada a la propiedad intelectual es el instrumento que permite el dominio y control de todo sistema económico surgido en torno a nuevas tecnologías. Es por eso que las corporaciones como Bayer y Monsanto, Syngenta y Chem-China, Dow y Dupont, buscan monopolizar los eslabones estratégicos de la cadena de valor agroalimentaria, utilizando tanto el poder económico como la propiedad de la innovación tecnológica resguardada en patentes y otras formas de apropiación. Logrando controlar las cadenas y el modelo productivo al interior de los países, apropiándose de la renta generada por la producción agropecuaria, atentando contra la soberanía alimentaria y el derecho de los pueblos de definir su política agraria.
Monsanto fue quien produjo el arma química conocida como “Agente Naranja”, utilizada en la Guerra de Vietnam, por la que murieron más de 400 mil personas y 500 mil niños nacieron con malformaciones.
Además, el aspartame (edulcorante no calórico), la sacarina, la hormona del crecimiento bovino y el glifosato elaborados por Monsanto causan distintos tipos de cáncer.
Mientras en la sede de FAO, el Papa Francisco, advirtió que, en el panorama actual, "Frente al aumento de la demanda de alimentos es preciso que los frutos de la tierra estén a disposición de todos", y destacó que "para algunos, bastaría con disminuir el número de las bocas que alimentar y de esta manera se resolvería el problema".
El mundo se reconfigura y quien domina los alimentos y los medicamentos, también domina la vida y la muerte, la soberanía alimentaria y la libertad de los pueblos están en juego, Francisco lo sabe, porque también sabe que por más Bayer que sea, el monopólico poder de Monsanto no fue, no es, ni será bueno.