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Comúnmente, se suele distinguir al neoliberalismo como una doctrina económica, como una forma de mundialización o globalización capitalista, o como una etapa histórica en países como el nuestro. En Argentina particularmente, se lo ha identificado fuertemente con aquel modelo que se instaló en el `76, se profundizó en los `90 e implosionó en el 2001. En la actualidad, se ha convertido prácticamente en sinónimo de macrismo. Pero es poco lo que se habla de su influencia en la vida cultural y organizativa de los pueblos. Mucho menos en lo que respecta a su influencia ideológica en la práctica política.
El neoliberalismo se ha expresado económica e históricamente, a la vez que ha colonizado el sentido común de los pueblos, de sus instituciones, de sus formas organizativas, de sus hábitos y costumbres. Se ha transformado efectivamente en una forma de actuar y de percibir nuestras relaciones con los demás y con el mundo que nos rodea. Neoliberalismo es también ideología dominante, y como tal, actúa en nosotros de forma inconsciente.
¿A qué nos referimos cuando hablamos de sentido común? En palabras de García Linera, a los esquemas más profundos del orden ético y del orden lógico con el que las personas simples y sencillas organizan su vida, organizan su mundo.
¿Cómo es que se expresa el sentido común neoliberal en nosotros mismos, en nuestra mirada y en nuestras acciones? En su forma pura, o como tipo ideal, sería un YO que observa a los demás como competidores o como meros medios para conseguir sus propios fines. Representa la visión mercantil-utilitaria de todo lo que nos rodea y la imposibilidad de actuar de forma solidaria sin esperar algo a cambio. En un sentido antagónico, se presenta como la anulación de los valores más altos de la humanidad: la cooperación, la justicia social, el amor por mi mundo externo. Es una lógica social de construcción de vidas en un contexto de competencia, donde reina el individualismo, la exaltación del ego y el utilitarismo. Bajo esta óptica sobrevive “el más fuerte”, el más competitivo; la meritocracia es la que marca la cancha.
El neoliberalismo es la satisfacción del goce personal, sin registro ni preocupación por el goce colectivo.
Por supuesto que las instituciones son los puentes mediante los cuales prolifera este tipo de sentido común. Desde la familia y la escuela en adelante, toda forma de organización se ha visto contaminada y degradada por el neoliberalismo. Es una especie de enfermedad cultural que atenta contra nuestra humanidad. Sus efectos son más devastadores aún en épocas donde está institucionalizada desde el Estado, allí se exalta, se profundiza y se reproduce velozmente.
El macrismo lo ha reestablecido como fuerza emblemática; su sombra decadente deambula rejuvenecida por las calles, los ámbitos de trabajo, los establecimientos educativos, el entorno familiar, los partidos políticos y donde sea que miremos. Todo indica que en un contexto donde las oportunidades de goce colectivo se estrechan, la necesidad de goce individual nos llama a buscar, sin consideración por los demás, lo que considero mío. En una sociedad cada vez más escindida e individualizada, la ansiedad, la desesperación y diversas formas de violencia empiezan a registrarse con mayor frecuencia e intensidad.
La política no escapa a esta gran ola que todo lo arrastra. Este tipo de sentido común se manifiesta en las prácticas militantes. No sólo anida en los que defienden el neoliberalismo como expresión política y que hoy nos gobiernan, también padecemos esta colonización en nuestras propias filas, situación exacerbada por la coyuntura electoral que vive la Argentina.
El kirchnerismo fue sin duda alguna una corriente contrahegemónica. Expresó el combate más profundo y concreto hacia esta forma destructiva y degradante de la humanidad. Como peronismo renovado, volvió a “socializar el goce” en el país, como algunos teóricos sostienen. Ese goce, monopolizado históricamente por una elite, tuvo que ser compartido (aunque muchas veces tímidamente), de manera colectiva. Emergió la idea de la “Patria es el Otro”, quizás la frase madre que resume 12 años de solidaridad, inclusión y esperanza popular.
Pero el poder hegemónico nunca dejó de ser neoliberal. De hecho, no sólo habitó afuera, como núcleo expansivo de las expresiones sociales más contrarias y reacias al proyecto, sino que también operó y sigue actuando destructivamente hacia adentro de nuestro campo nacional, popular, democrático y latinoamericano. Porque al sentido común nadie escapa. Esta es la razón por la que debemos hacer un esfuerzo reflexivo por deconstruirlo y construirlo constantemente.
Como decía Evita“El peronismo sólo se puede desvirtuar por el espíritu oligarca que pueda infiltrarse en el alma de los peronistas, y perdonen, chicas y muchachos, que les repita tanto esto, pero si así lo hago es porque quisiera que lo llevaran siempre profundamente grabado en su corazón.”. De allí la necesidad, por un lado, de una permanente e inteligente autocrítica de nuestros procesos, y por otro, la tarea constante de combatir e invertir, con tenacidad y perseverancia, el punto de vista de los sectores dominantes, tan poderoso como capaz de alienar nuestra conciencia y torcer nuestro espíritu.
“Hoy quiero ocuparme de probar que el peronismo es totalmente distinto del capitalismo, y perdonen que yo insista tanto en esto, porque es peligrosísimo que pueda renacer el espíritu oligarca entre nosotros; que se pueda engendrar en nosotros en pequeño y que después, en grande, renazca el capitalismo y degenerar este extraordinario movimiento que se ha amasado con el sacrificio y tal vez también –por qué no decirlo-, en la ofrenda diaria de la vida de un patriota como es el general Perón.” Evita
Estamos advertidos que por los laberintos de nuestra psiquis, de nuestro imaginario, reside una mirada importada de forma inconsciente, que representa un peligro para todas y todos. Ella nos confronta tanto en el plano personal (como militantes revolucionarios), como en el plano colectivo (como potencia transformadora). El egoísmo, la vanidad, el afán de privilegio nos dividen, nos paralizan, nos dañan. Pues es nuestro deber combatirlo.
Si el horizonte que imaginamos es independiente, soberano, democrático, comunitario, integracionista, cooperativo, el camino debe construirse y recorrerse de la misma forma. Para ello es imprescindible recordar, en cada uno de nuestros actos cotidianos, que aunque en la escuela me dijeron que la patria era mía, y eso me llevó a amarla, es una concepción que carece de solidaridad y potencia transformadora. Por el contrario, la patria debe ser en todo momento, un otro o una otra, toda identidad excluida que es urgente rescatar y dignificar, pero que también (ojo) tiene cara de vecino, de familiar, de amigo o de compañero o compañera de lucha.
Hoy más que nunca, como advierte el Flaco Spinetta, hay que impedir que juguemos para el enemigo.
Fuentes consultadas:
https://www.labatallacultural.org/2015/01/01/catedra-garcia-linera-aqui-vive-gramsci/