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El ex centro clandestino de detención conocido como D2 (Departamento de Informaciones de la Policía de Mendoza),operó desde 1975 hasta finales de la dictadura cívico militar cumpliendo un rol central en la estructura represiva desplegada en la provincia. Según datos obtenidos de la Secretaría de DDHH de la Nación y otros proporcionados por el Espacio para la Memoria (que funciona actualmente en el lugar), se estima que treinta personas, -que en testimonios aseguran que las vieron, escucharon, o hay algún indicio que pasaron por allí-, fueron desaparecidas o asesinadas. Siete de ellas, mujeres.
Según el Informe Nacional sobre Desaparición de Personas las mujeres constituyeron un 33% del total de las y los desaparecidos del país durante la última dictadura, de las cuales el 10% estaban embarazadas (un 3% del total).
En el D2, hasta donde se ha llegado a conocer, fueron siete, la mayoría nacidas en Mendoza. A cinco de ellas las secuestraron en la calle, a dos en su domicilio. Más de la mitad de las detenciones fueron producto de operativos. La mayoría de ellas tenía entre 21 y 29 años cuando fueron secuestradas, exceptuando Ángeles Gutiérrez Gómez que tenía 60 años en ese momento. Olga Roncelli López tenía una pareja, aunque no militaba. Alicia Cora Raboy, Silvia Peralta, Antonia Campos y Nora Rodríguez Jurado tenían parejas militantes a las que también desaparecieron o asesinaron.
Todas tuvieron hijas y/o hijos, exceptuando Zulma Pura Zingaretti. Se presume que uno de ellos fue apropiado por el terrorismo de Estado. Tres de ellas terminaron sus estudios terciarios o universitarios: Olga, Nora y Ángeles, quienes fueron docentes, la última jubilada. Zulma, Alicia, y Silvia fueron estudiantes antes de su desaparición, Antonia, había abandonado sus estudios.
En mayo del 1976 desapareció la cordobesa Silvia “Pohebe”. Se la llevaron con Diego Ferreyra, su pareja, también militante de PRT-ERP. Silvia compartió sus ideales de transformación social no sólo con su compañero, sino también con sus padres y hermanos. Luego del asesinato de su hermano Esteban y que despidieran a sus padres del trabajo por razones políticas, se vino a Mendoza con Diego y su hija. Le contó una testigo a su familia que la vio en La Parla. Era una mujer muy linda que entró gritando desesperadamente, “como no va a ser así (pensó) si ella ya vivió lo terrible de estar secuestrada hace dos meses”. En una de sus detenciones pasó por el D2.
Alicia Cora, después de una larga trayectoria política, militó en Montoneros al igual que su última pareja, Paco Urondo, asesinado el día que la secuestraron a ella en Guaymallén. Allí también se llevaron a Ángela, la hija de ambos, quien tiempo después encontró a su abuela materna en una casa cuna de Godoy Cruz. Su trabajo periodístico en el área de prensa de la organización la acercó a quién fue su compañero hasta el final de sus días.
Un mes después, en julio del 76´, en el mismo departamento y en el mismo operativo se llevarán a Nora. Socióloga, docente y montonera al igual que su pareja, Rafael Olivera. Tenían cuatro hijas. Cuentan que era una mujer muy sencilla y bella. Trabajó en el barrio San Martín junto al Padre Macuca Llorens en el naciente proyecto de la escuela del lugar. “Primero las casas de los hombres, después la casa de Dios”, se leía en el cartel colgado en las paredes de ese proyecto. Había sido inspirado por la Teología de la Liberación, a la cual Nora y su compañero adherían.
Un mes después, en agosto, se llevaron a Zulma. Era jovencita y estudiaba en una escuela nocturna. No militaba en ninguna organización política, pero tenía una gran sensibilidad social. Ayudaba en las villas, y como Nora, cuentan que colaboraba con el Padre Llorens. Desde su desaparición, su madre concurrió todos los jueves al Comando de la VIII tratando de obtener noticias de ella. Gomez Saá, oficial de inteligencia del Ejército, le dijo en varias oportunidades que a su hija la estaban “reeducando”.
En septiembre desapareció Olga. Fue maestra recibida del Magisterio. Al egresarse como profesora de matemática, física y cosmografía, obtuvo medalla de oro. Se dedicó a la docencia. Al igual que Nora y Zulma, colaboró en su adolescencia con el Padre Llorens, experiencia que marcó su camino. Fue militante gremial de la Organización Comunista Poder Obrero (OCPO). Su marido que no participaba en política, al ver el riesgo al que estaba expuesta, le dijo un día que “aflojara con eso, que era muy peligroso”, “que lo hiciera por el nene”, a lo que ella contestó que justamente los hacía por su hijito Emiliano, que había nacido en enero de ese año, “para dejarle una Argentina mejor”. Cuando se la llevaron estaba embarazada de dos meses. Ella y la niña o el niño que debió nacer permanecen desaparecidos.
Ángeles desapareció en abril del 77´. Era dueña de una florería en el centro y se había dedicado a la docencia toda su vida. Como directora de una escuela, tuvo un compromiso profundo con la colectividad boliviana en los años 50´, en el origen de los asentamientos del oeste mendocino. Crió en su hogar a dos niños de la comunidad. Su responsabilidad intachable con la comunidad la convirtió en una referente del lugar. Fue entre otras cosas, secretaria del Partido Peronista Auténtico. Cuenta su hija Blanca, que su madre provenía de un entorno de profundas creencias religiosas, con un alto sentido de la moral y de la honorabilidad. El confesor de Ángeles, quien recibió sus confidencias semanalmente, resultó ser capellán de las Fuerza Aérea. Nunca atendió las consultas de su hija después su desaparición.
Antonia estudiaba medicina, pero tuvo que abandonar por falta de recursos. Desapareció en diciembre del 77´durante el Operativo Escoba, que tuvo como objetivo desmantelar el Partido Comunista Marxista Leninista. Se encontraba en el domicilio junto su compañero de militancia y de vida José Antonio Alcaraz y su hijito Martín. Se los llevaron a todos. Al día siguiente del secuestro, devolvieron al pequeño dentro de una caja en la puerta de la casa, que había sido destruida y hurtada por los secuestradores. Hasta último momento, Antonia buscó a su hermana, militante del PRT, a quien se habían llevado tiempo antes. Con 21 años, fue la más jovencita de las siete mujeres que se sabe o hay indicios que pasaron por el D2 y que en la actualidad permanecen desaparecidas.
Las mujeres que lucharon en la resistencia del último golpe cívico militar, fueron parte no sólo de una conciencia política de época, que supo cuestionar los cimientos económicos y culturales mediante los cuales se erigían nuestras sociedades. Constituían en sus prácticas militantes una ruptura del orden establecido, porque infringían en lo cotidiano los valores de género tradicionales. Por eso el terrorismo de Estado ideó estrategias específicas para ellas, en las que se contemplaban trabajos reproductivos, de servidumbre y las torturas más irracionales para “reeducarlas” o desaparecerlas, en muchas oportunidades junto a sus hijas o hijos.
La historia de estas siete luchadoras y la de cada una de las desaparecidas en la última dictadura militar, la de las abuelas y las madres, la de la tenaz Elba Morales, y la de tantas otras mujeres, nos muestran vidas ejemplares trabajando en medio de enormes adversidades en defensa de los derechos humanos, arriesgando o dejando su vida en la construcción de un mundo más justo y humano. Todas son parte de un legado histórico que rebasa de orgullo, alumbran como un candil nuestra memoria, y con ella, las luchas actuales y las que vendrán. Sus ejemplos de fuerza y lucha están presentes, ¡ahora y siempre!
Fuentes:
Historias de vida reconstruidas por Susana Muñoz, proporcionadas por el Espacio para la Memoria
http://juiciosmendoza.blogspot.com.ar/
https://juiciosmendoza.wordpress.com/
http://martiresargentinos.blogspot.com.ar/
http://basededatos.parquedelamemoria.org.ar/
http://www.unidiversidad.com.ar