Columnistas // 2017-02-04
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Trump y una moneda en el aire
Para muchos analistas, el triunfo presidencial del polémico empresario estadounidense ha sellado el fin de la globalización neoliberal. Para otros, a pesar de que EU decida cerrarse en sí, no podrá oponerse a las realidades de un mundo interdependiente. No obstante, se observa un escenario mundial accesible, que motiva a diferentes proyectos históricos emergentes.


La llegada de Trump al gobierno de Estados Unidos sembró incertidumbre y asombro en amplios sectores de la sociedad mundial, y puso en jaque las reflexiones y discursos prexistentes. Como hecho histórico, ha venido a demandar mayores matices y elaboraciones del pensamiento, en un mundo cada vez más dinámico y complejo. 

Entre los esfuerzos de diferentes intelectuales para la comprensión del fenómeno, se encuentra el análisis de Álvaro García Linera, quien decretó  “la muerte de la globalización neoliberal”, como meta-relato y única vía posible, idealizada con fuerza en los años 90´ luego de la victoria liberal sobre una de las expresiones del comunismo. En aquel designio de un “mundo sin fronteras”, hubiese sido impensable la emergencia de una figura como Trump, -mucho menos la idea de construir un enorme muro-, pues el derrumbe de aquella pared en Berlín, era el cimiento sobre el que reposaba todo el discurso triunfalista. Frente a la irrupción globalizadora, toda barrera tendía a desaparecer, dando lugar a que las ideas, la cultura, las mercancías, las empresas y los bancos de los países centrales, fluyesen por el mundo como un pez en el agua.  Aún resuena la utopía de Francis Fukuyama sobre el fin de la historia y las ideologías.

A la crisis financiera del 2008, el retiro de Inglaterra de la Unión Europea,  la tragedia de los refugiados, los intentos separatistas al interior de algunos Estados europeos, entre otros hechos relevantes, se suma la irrupción del proteccionismo que está asumiendo Estados Unidos. Estas son evidencias significativas de la tendencia declinable que viene sufriendo el proyecto fuertemente instalado en épocas de Reagan y Thatcher.

Estados Unidos, núcleo de esta crisis, apuesta a replegar su formidable potencial hacia su centro, no sólo porque en su ambición descuidó la retaguardia, sino también porque parece haber llegado a un límite de expansión y hace varios años transita un camino de retroceso. Por supuesto que el papel de actores globales como China y otras potencias, que han avanzado en la disputa de poder mundial, son factores indisolubles en el análisis de su actual comportamiento.

El nacionalismo que presume Trump, apeló a una suma de demandas populistas en el que se sintieron interpelados diferentes sectores. Los agrarios, ilusionados con volver a ser el pilar bajo el cual se cimenta la grandeza de la nación; sectores subalternos, producto de la insistente promesa de dignificación a través del trabajo, los sectores medios, que demandan desde más mano dura la expulsión de inmigrantes latinos “que roban sus oportunidades”, hasta el progreso de sus economías domésticas. Y sobre todo, sectores productivos de diferentes orígenes y peso específico, que ven con entusiasmo los incentivos a la producción interna que prometen un importante incremento de sus ganancias. Si bien esta es más o menos la base electoral que da cuenta de la victoria del partido republicano, también lo explica el hecho de que el gran magnate apostó fuerte a una retórica de la “anti política”. El voto castigo a la gestión “neoliberal progresista” (como algunos analistas han denominado al proyecto demócrata de la era Obama), como responsable de los males económicos, se hizo notar en las urnas.

También su discurso articuló elementos neoconservadores: xenofobia, racismo, misoginia, lo que provocó el descontento de amplios sectores progresistas de la sociedad, sobre todo de los denominados “nuevos movimientos sociales”. Feministas, colectivos de diversidad sexual, movimientos estudiantiles, migrantes auto-convocados, grupos anti-racistas, ambientalistas, han expresado al unísono su repudio por un prédica que ha tendido a aniquilar lo diferente. En especial las desigualdades denominadas “extraeconómicas”, que en su dinámica intensa el mismo capitalismo segmenta y expulsa, para luego integrarlas en su vulnerabilidad como sujetos económicos “precarizados”, rasgo distintivo del mercado laboral en la posmodernidad.

En paralelo a la modificación de los ejes de poder mundial, en otro nivel, se observan contradicciones y transformaciones en la correlación de fuerzas entre las fracciones de la clase dominante. Por primera vez en décadas la “producción está por encima de las finanzas”, afirma García Linera. Todo parece indicar que el capitalismo financiero ha comenzado una tendencia declinante y enfrenta la amenaza de ser desplazado por un capitalismo de linaje productivista, aunque el modo de producción dominante, el capitalismo, no esté en discusión.

En nuestra región, luego de una década de respiro popular, tanto Macri como Temer desean encabezar el restablecimiento neoliberal. Pero lejos de articularse en una disputa ideológica con el presunto proteccionismo de Trump, puede que las diferencias tiendan a integrarlos con cierta complementariedad. La burguesía industrial norteamericana necesita de burguesías regionales agrarias, financieras y sectores afines potencialmente débiles y colonizados culturalmente, para fortalecer sus fiscos en base al alto cobro a los endeudamientos regionales, y de la generosa entrega de nuestros recursos naturales para el proyecto industrialista que apuesta a recuperar la fortaleza norteamericana.

Por otra vía distinta a la del nacionalismo neoconservador estadounidense, han venido transitando la historia proyectos nacionales periféricos, hermanados por su condición plebeya, progresista y latinoamericana. Junto a otras expresiones emergentes en el mundo, parecieran expresar alternativas pos-neoliberales, en disputa por los significantes y los lugares vacíos que deja aquel proyecto globalizador. Pero el nacionalismo republicano, aunque lo presume, no nos asegura ser una expresión contradictoria y superadora a la globalización neoliberal.

Pese a las incertidumbres del porvenir, se avizora una moneda en el aire, y un presente latinoamericano para la construcción de lo que vendrá.


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