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Podemos acordar inicialmente que la militancia es ese sector fervoroso que en cualquier ámbito de la vida, asume la vanguardia de la acción. Los encontramos en la acción política, pero también en la poética, en el deporte en forma de hinchada, en la defensa de los árboles y del agua, del “libre mercado” y del “pueblo”. Militante pues, es el aquel que porta la bandera, que saca el “bastón de mariscal” de la mochila. .
Para mucha gente, la militancia está asociada a la pertenencia y la defensa de las ideas de un partido político. Y como actividad generada por el hombre, la militancia política es la práctica cultural por excelencia. Y en ese sentido estricto vamos a analizarla.
Pero antes, y siguiendo al antropólogo y teórico de la cultura Adolfo Colombres, nos vamos a detener en algunos procesos en los que la tecnología fue devorando a otras formas de expresión cultural.
En su libro “Sobre la cultura y el arte popular” en el capítulo en que se enfoca en la “Cultura popular y medios de comunicación: la declinación de los ritos”, Colombres dispara en primer lugar contra la “Galaxia Gutemberg” y el destrozo generado por ese invento sobre la tradición oral.
Dice Colombres: “Es sabido que la literatura despojó al relato oral, no sólo del clima especial en que cobraba pleno sentido, sino también de su ritualidad dramática: gestos y movimientos que constituían, en tanto puesta en escena, una comunicación directa y vibrante. Devino así un “rito” solitario, más reflexivo que festivo, y menos comunicante. “
Lo mismo pasó, con el transcurrir del tiempo, con la industria musical, con Spotify y otras similares; con el teatro popular y el radioteatro ayer y con Teatrix hoy; con la agonía de los cines de barrio a manos de las pochocleras trasnacionales o con los autitos cordoneros o los potreros en manos de los videojuegos. Todas los ritos de encuentro se fueron cambiando por prácticas solitarias, ensimismadas y sin reflejo comunitario.
Todo se achicó: los teatros, los cines, los auditorios, todo se hizo “de cámara”, se produce “para la televisión”, para las plataformas, para los celulares. A nadie le importa ya, la pérdida de calidad técnica que implican estos nuevos mediadores de la cultura y menos interesa la relativización de las “críticas” que antes servían para elegir dónde invertir nuestro tiempo y dinero. Y le sumamos la enorme ausencia de esa interacción inmediata que originaba la aprobación o el disgusto de los participantes del hecho cultural en una sala, con sus aplausos o silbidos, comentarios y recomendaciones positivas o negativas posteriores. Todo ello se va perdiendo por la mediación de la tecnología y solo queda el impersonal ME GUSTA o la elección del ícono con el dedo pulgar para arriba o para bajo.
La ceremonia cultural se va perdiendo y tiende a ser reemplazada por el entretenimiento de pago y la oferta inacabable de ídolos de barro que formatean los gigantes de la comunicación.
¿Y con la política cómo andamos?
No hace falta ahondar mucho para encontrar similitudes de lo dicho más arriba con la acción política. A la pérdida sistemática del diálogo directo entre referentes políticos y sus bases, se agrega la desaparición de los espacios de encuentro en los territorios: unidades básicas, comités, locales partidarios, uniones vecinales, ateneos, centros de formación, escuelas de cuadros, actos callejeros, festejos y otras conmemoraciones.
Los ritos, las puesta en escena, las ceremonias, ahora son conducidas por encargados de marketing que deciden que música se va a escuchar, que ropa debe usar el candidato y que debe decir. La “producción”, los “focus group”, las “encuestas”, el ”merchandising”, conforman la principal preocupación de las estructuras políticas, en su relación con los votantes y/ o seguidores de ideas. O se ponen en marcha procesos similares a espectáculos, donde los que “saben” o “dirigen” son los principales actores y el resto asiste como espectador para aplaudir, nunca como protagonista y con voz propia. Al mejor estilo Debate Televisivo.
Mientras esto ocurre en la cabeza de los “dirigentes”, los pueblos siguen disponiendo de su propia cultura, de sus propios valores y de sus propias utopías. Y por eso la cultura popular y su cultura política es caracterizada como “bárbara”, “primitiva” o “baja”. De la clase baja, D1 y D2 según la clasificación que usa el marketing de mercado y el social.
Esto no solo pasa en los partidos políticos representantes de las clases altas o ricas, sino también en muchos dirigentes de partidos caracterizados como populares o de “izquierda”. La tecnología aplicada a la política ha ido alejando a sus dirigentes y a mucha militancia del necesario diálogo “cara a cara” con los sectores que dicen representar. Y de la puesta en escena que conlleva el diálogo directo, en términos de leer aquello que no se dice, aquello que se expresa a través de lo gestual o vivenciando corporalmente las dificultades por las que atraviesan los sectores populares.
Las militancias, que expresan temporalmente a sus dirigencias, se encuentran en esta encrucijada entre la razón y el mito.
Razón, por una parte, que se fundamenta en el “ no se puede”, “correlación de fuerzas” , “el capitalismo triunfó”, “el mercado es invencible”, “ el debate no sirve”, “no hay que sacar los pies del plato”; “ la mesa chica”, “el manejo de la lapicera”; “ la gente es bruta”, “ hay que calmar a los mercados”, “Argentina es inviable” y un largo etcétera.
Mitos de la otra, de los héroes populares como San Martín, Belgrano, Rosas, Irigoyen, Perón, Jauretche, Marechal, el Che, Evita, Raymundo Ongaro, Atilio López, Rodolfo Walsh, Néstor, las Madres, Cristina, que expresan la posibilidad de la regeneración, del triunfo, de la liberación de tanta mutilación.
..”se puede ya inferir que poco sentido tiene separar obsesivamente los caminos de la razón y del mito, pues toda mente precisa en realidad de ambos, de esa dialéctica que va del pensamiento lógico a la osadía del sueño, y del sueño, ya fatigado de alturas, otra vez al orden racional, a la objetividad de nuestros días terrenales. Al menos en América, el hombre funciona así, se percate o no de ello.” Adolfo Colombres.