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La Ley Argentina de Salud Mental N° 26.657 reconoce a la misma como un proceso determinado por componentes históricos, socio-económicos, culturales, biológicos y psicológicos, cuya preservación y mejoramiento implica una dinámica de construcción social vinculada a la concreción de los derechos .
En este sentido, el marco legal nos sirve para poder pensar su definición en relación a todas aquellas instituciones que operan dentro de una sociedad y por las que vamos construyendo nuestra manera de ser, estar , pensar, sentir, comportarnos y vincularnos con los demás, particularmente las familias.
Las instituciones familiares, atravesadas históricamente por el patriarcado y por las estructuras de poder han denotado funciones específicas como recortar el espacio comunitario, adquirir derechos de propiedad, compartir entre sus integrantes las economías, proyectos vitales, etc. Por otro lado también es un espacio donde se reproduce, se cría, se socializa, se pasa la mayor parte del desarrollo vital y también, por que no, se enferma.
Es así que la relación entre familias y salud mental es muy estrecha, a tal punto que los funcionamientos de unas muchas veces condiciona la siguiente aunque la relación no es tan simple y directa ya que alberga otras complejidades.
Definir los grados de “salud mental ” en un espacio familiar nunca ha sido tarea sencilla para les profesionales psi ni tampoco podemos pensar que hay un test de medición exacta, más bien parámetros de sufrimiento de sus integrantes y donde bien es sabido que la subjetividad, experiencias personales, perspectivas y creencias de quienes trabajamos en salud mental también ejercen una variabilidad de significados y diagnósticos.
Entonces ¿Cómo llegamos a identificar familias con funcionamientos vulnerables en salud mental? Particularmente creo que primero tenemos que volver a revisar definiciones de salud mental y qué incluye o excluye nuestra noción de salud, segundo en relación a diversos funcionamientos psicológicos dentro de un sistema familiar el borde siempre es el /los sufrimientos de alguno de sus integrantes.
Esta noción del sujetx emergente del síntoma de un sistema más abarcativo permite descentralizar a un único integrante como “problema” y ensanchar la mirada hacia les otres integrantes. Sabemos por experiencia clínica, que miradas más integrativas y abordajes sistémicos permiten detectar sintomatologías de malestar y sufrimiento como pueden ser los roles de autoridad, los roles pasivos-agresivos, alianzas sintomatológicas, la negación de las violencias, las representaciones de status familiar, las formas de consumos, etc.
Si pensamos en la importancia de las “saludes mentales” de las familias como sistema, cualquiera sea su estructura y componentes de personas que las constituyan ( no hablamos aquí de lazos de consanguineidad estrictamente) pensamos en uno de los eslabones básicos para el desarrollo y supervivencia vital.
Diversos momentos históricos, geográficos y políticos han construido modelos específicos de funcionamientos familiares y saludes mentales, a veces con mayor adaptación a los requerimientos socio-económicos imperantes y a veces incompatibles con los mismos. Sea como sea, las familias han sido un espacio dónde las lógicas de poder mejor han podido operar a sus anchas y bajo el lema de “lo de la familia se resuelve en familia “ se ha desplazado el foco preventivo de las políticas públicas y/o comunitarias en salud mental familiar a un foco asistencialista que va siempre detrás del síntoma. Claramente esta también es la perspectiva con las que llegan las familias a consultar por algún integrante que funciona como alarma.
La observación de cómo se vinculan cotidianamente muchas familias, qué tipos de personalidades se ponen en juego, con qué estilos de apego se va haciendo trama, qué posibilidad de insight presenta cada integrante, qué comportamientos se repiten, sus niveles de comunicación, las alianzas, los pactos para mantener el sujetx emergente y los ejercicios de poder nos van orientando la sintomatología clínica no ya como algo que responde estrictamente a un individuo, sino más bien a todo un sistema.
Ahora bien, poder pensar la salud mental desde un sistema no implica patologizarlo sino comprender los ejes de mantenimiento sintomático. Tampoco implica desrresponsabilizar , y/o suprimir la atención subjetiva a los malestares, sino cambiar 180 grados el foco del abordaje que permita brindar herramientas reparadoras, preventivas o de cambio. Muchas veces la revisión de un sistema implica arriesgarse a la transformación.
Dar lugar a la necesidad de construir niveles óptimos de salud mental familiar con perspectva feminista e interseccional a su vez implica un trabajo arduo, político, macro y social de revisión y reconstrucción de modelos de funcionamiento socio-económicos que se interseccionan continuamente. Los dispositivos preventivos de abordaje familiar en materia de salud mental siguen siendo urgentes e impostergables, muchxs consultantes pueden darse cuenta de sus funcionamientos en relación a determinadxs miembrxs y de cómo sus fortalezas y sus vulnerabilidades operan en un engranaje más amplio gracias a una/s intervención/es a tiempo.
En este sentido la salud mental y sobretodo la familiar desafía a construir una nueva dimensión del síntoma, de los abordajes y de la salud pública que se implique comunitariamente para que nuestras vidas sean más vivibles.