Columnistas // 2021-12-21
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Un punto de partida


Analizar la crisis que atraviesa nuestra sociedad supone un arduo ejercicio donde es preciso tomar cierta distancia de los hechos y diferenciar distintos planos que, aunque relacionados entre sí, tienen sus propios matices y contextos. 

El Estado de Bienestar que diera respuesta, luego del crack financiero de 1929, a las sociedades post guerra fue cuestionado con el advenimiento del liberalismo de los años 60/70 con Reagan y Thatcher a la cabeza. 

La guerra fría entre EEUU y la Unión Soviética que suponía un mundo bipolar, fue transformándose gradualmente y con importantísimos hitos como la caída del muro de Berlín, en un nuevo mundo multipolar, donde las hegemonías económico-financieras y armamentistas hoy se encuentran en disputa. 

La etapa colonial e imperial de la Europa y EEUU de los siglos pasados fue transformándose en otro tipo de dominación (la colonialidad como la llama Aníbal Quijano) donde ya no es necesaria la ocupación territorial (aunque todavía ocurre) sino el control de las elites político-económicas locales y el control financiero a través de mecanismos como las recetas obligatorias de ajuste del FMI u otros organismos “de ayuda” internacional para los países endeudados por esas mismas elites. 

Vivimos en un mundo con una profunda desigualdad social y económica donde las diferencias entre el 2% más rico y el 98% más pobre son vergonzosas, donde el capital no se reproduce a través del trabajo y la industria sino a través de la especulación financiera.

Una sociedad donde la crisis ambiental, producto de años de desidia respecto al cuidado de los escasos recursos y donde existen niveles de responsabilidad diferenciados, está amenazando el futuro del planeta con recurrentes cambios climáticos, calentamiento global, falta de agua, por mencionar algunos temas. 

Una sociedad que, como consecuencia de estas crisis, tiende cada vez más a descreer de la política como herramienta de transformación, de los ideales y valores democráticos, del significado de la solidaridad y de la justicia social.

García Linera nos habla de un tiempo suspendido, donde las ideologías tradicionales se encuentran cuestionadas y todavía no surge claramente una nueva esperanza. Tiempo suspendido donde existen peligros que suponen las salidas individuales, la acentuación de los racismos, la xenofobia y los fundamentalismos de todo tipo. Miremos sino el avance de una derecha irracional no solo en varias partes del mundo, sino en nuestro país, a través de personajes que ganan adeptos haciendo propuestas tales como la destrucción del Estado y la privatización de derechos fundamentales como la salud o la educación.

Es en este contexto donde debemos pensar nuestra provincia y nuestro país. Es en este contexto donde debemos analizar la famosa grieta y la disputa por el significado de los últimos 70 años de nuestra historia. 

Escuchamos a diario a los paladines del republicanismo a través de los medios hegemónicos de comunicación que la culpa de la crisis en la Argentina (como si sólo en nuestro país existiera tal crisis) es el resultado de 70 años de populismo y no como consecuencia de la aplicación de políticas neoliberales de ajuste desde los años 60 hasta la actualidad solo con honrosas excepciones Hoy gracias a la deuda contraída durante el gobierno de Macri estamos en una nueva disyuntiva ante el FMI. 

Los gobiernos populares en nuestra historia han sido los más republicanos. Quienes se dicen republicanos en realidad son hoy quienes fomentan la anti política, el anti estado y el anti pueblo. No es factible profundizarlo en esta nota, pero invito y es imprescindible hacerlo.  

Hoy más que nunca considero que hay que revitalizar el significado de los procesos populares de nuestra historia (Irigoyen, Perón, Alfonsín, Néstor) y también el proyecto fundacional de los héroes de nuestra patria grande (San Martín, Belgrano, Bolívar, Artigas, etc).

En esto el peronismo y particularmente el de nuestra provincia tiene una responsabilidad fundamental e ineludible. El desafío es volver a encarnar un programa y un proyecto que necesariamente deberá contemplar más y mejor democracia, mayor participación de la ciudadanía, mejoramiento de las instituciones, un nuevo pacto social-ambiental, nuevas formas de comunicación, integración regional, protección de nuestros productos y recursos, recuperación de la soberanía, democratización de las tareas de cuidado, justicia social, etc.

En definitiva, volver a representar a las grandes mayorías descreídas de la política y que se sienten traicionadas por la falta de propuestas y proyectos para una sociedad menos injusta, donde reine en el pueblo (como dice nuestra marcha) el amor y la igualdad. 

Y en este marco, este escrito solo pretenden ser una invitación y un puntapié inicial desde donde detenernos a pensar y pensarnos. 


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