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En el contexto de pandemia y con anterioridad, la salud, la economía, el ambiente, la justicia, la educación nos advierten que vivimos en sociedades altamente complejas, habitadas (en la mayor extensión del término) por colectivos y personas de infinidad de intereses; sumergidos en varios malestares renegados y con alguna que otra utopía que no destaca suficientemente. Entre muchos interrogantes, la formación de profesionales en Argentina es una entre muchas otras preocupaciones
¿Qué está pasando en las instituciones de Educación Superior?
¿Cómo están produciendo profesionales en el territorio argentino?
Aunque no es muy feliz la frase de “vino nuevo en odres viejos”, es posible que sea la figura más próxima al tema.
La escuela y la academia en general se pensaron próximas a la transmisión de saberes alojados en bibliotecas o en la naturaleza, sólo esperando ser descubiertos, descriptos y categorizados. Esto explica desde los formatos arquitectónicos de nuestras escuelas y universidades, hasta las dinámicas mercantiles editoriales. Muchas personas piensan que acceder a esos saberes debe ser por la estricta vía de algún esfuerzo económico o intelectual o ambos. ¡Y con el sólo esfuerzo, ya sería suficiente! Así, se hace creer que el acceso al conocimiento es sólo para quienes tienen algún tipo de poder, si no es el social y económico, al menos, el intelectual. Incluso está devaluado el esfuerzo colectivo ya que sólo es valioso el individual. Es posible observar que muchas y muchos jóvenes creen fervientemente en estas premisas, provengan de donde provengan, pertenezcan a la comunidad que pertenezcan, sean de un barrio privado o de uno vulnerado; creen que, con sólo el esfuerzo, ya es suficiente. Y si no logran los resultados esperados, es por su culpa. En las instituciones de cualquier nivel educativo se pueden observar acciones docentes y de gestión que se apoyan en esta premisa sin siquiera reflexionar acerca de su verosimilitud.
Es indiscutible que algún esfuerzo se requiere para aprender. Y mucho más si creemos que aprender implica cambiar de perspectivas acerca del universo, ampliar la mirada, advertir la diversidad de realidades posibles y sentirse parte del mundo que se habita. También, es difícil pensar cualquier aprendizaje si no es con otros. Aunque se reconozca la existencia de autodidactas, el libro que lee está escrito por alguien, ordenado por alguien y fabricado por alguien.
Entre muchos desafíos que asume la educación pública, está el relacionado con el estado actual de la ciencia. Acceder a saberes socialmente válidos y actualizados es un trabajo enorme que va más allá de la alfabetización, más allá de la socialización y también más allá de la profesionalización. La Educación Superior gestionada en forma pública y gratuita, asume la formación de profesionales, pero sólo su formación inicial. Alcanza a poner en contacto con fundamentos teóricos y las problemáticas que han inspirado la creación de las carreras. La continuidad de la formación de profesionales en Argentina acontece sobre la responsabilidad de cada une, con el propio esfuerzo económico e intelectual, en soledad y bajo prácticas laborales de alta competitividad. Algunas empresas asumen procesos de formación que aseguren trabajadoras y trabajadores a medida. Esta práctica existe sobre la creencia normada (y naturalizada) de que si se accedió a algún título habilitante, ya se accedió a un trabajo del que no sólo se debe vivir (comer, alquilar, transitar, entretenerse), sino que se debe actualizar profesionalmente.
¿Qué efectos produce la ausencia de Estado en la continuidad de la formación de profesionales?
Refuerza la desigualdad previa que existe en las y los estudiantes que ingresan a la Educación Superior para la formación inicial, en la que las personas que no tienen redes sociales poderosas, o bienes que propicien la inversión formativa, no avanzan más allá de su título profesional habilitante,
Dificulta el acceso democrático a la actualización profesional, contradiciendo la razonabilidad de la educación superior pública, gratuita y democrática tan deseable por diversas facciones ideológicas de la región.
Favorece la competitividad salvaje que ahoga cualquier intento de acceso igualitario a la formación profesional.
Propicia la confusión en las prácticas profesionales entre saberes legitimados y sancionados socialmente y saberes de fuentes dudosas.
Encierra y descontextualiza la formación inicial porque la considera el ciclo final .
No participa de debates vitales en la región y en cada campo profesional porque está altamente atomizada y sujeta a intereses mercantiles.
¿Qué sería lo deseable?
Sería bueno que el Estado Argentino asuma y posibilite con gratuidad, la permanencia de la formación y actualización de sus profesionales en todos los campos de desarrollo, por el bien común y asegurando que cada profesional lo resguarde desde su saber científico. Quizás sea la forma de que cada profesional en Argentina defienda y respete los Derechos Humanos, los modos de cuidar el ambiente, la perspectiva de género y las diversas maneras de luchar por sus derechos profesionales. Podríamos imaginar también, una Educación Superior cuyas fronteras entre grado y posgrado no sean más que la continuidad de prácticas profesionales situadas, pensadas desde diversas perspectivas teóricas y reflexionadas en colectivos expertos… hasta que cada profesional se jubile.