Columnistas // 2021-08-14
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La docencia, el centro de batalla entre la marginalidad y los derechos


Uno no escoge el tiempo para venir al mundo; pero debe dejar huella de su tiempo.

Nadie puede evadir su responsabilidad. Nadie puede taparse los ojos, los oídos, enmudecer y cortarse las manos.

Gioconda Belli

 

 Esta pandemia ha demostrado que la posesión de recursos (compra de dispositivos tecnológicos, pago de wifi, consumo de datos) tensiona dramáticamente la lógica de mercado y que la democracia, a su vez, exige una distribución igualitaria de la palabra y del conocimiento como bien público y como derecho personal y social. 

 Bien haríamos les trabajores de la educación en fortalecer las capacidades de los poderes públicos para que puedan contar con la legitimidad necesaria y avanzar en una lógica inclusiva opuesta a la marginación que se constata como propuesta mundial dominante.

  El acceso a las redes y los contenidos que ellas transmiten, fabrican y recrean tienen muchas dificultades a la hora de ser igualitarios, es necesario discutir la gratuidad y para ello la ciudadanía debe reconocer que el Estado es quien mejor representa los intereses comunes. 

 Los sanitaristas nos recuerdan que estamos enfrentando la peste del siglo XXI con una medida sanitaria propia de las pestes medievales. Les educadores podemos decir, que a los problemas educativos inciertos del siglo XXI le estamos respondiendo con las herramientas del siglo XXI y también con una extraña combinación de saberes y actividades que constituyen la reserva de un tiempo de escolarización aprendido durante años. 

 Sin embargo, no hemos podido aún definir lo que hacemos, más bien lo definimos por la negación. Esto no es escuela. La presencialidad no requería tanto esfuerzo. Esto no es normal, no es a lo que estamos acostumbrades, no es para lo que estudiamos. Lo que hacemos no se valora lo suficiente. No tenemos aplausos, no existe reconocimiento social.

 Trabajamos, enseñamos, educamos, pero en medio de esta pandemia universal no hemos tenido la capacidad de poner nombre a lo que hacemos. Sabemos que es valioso, que producir y provocar conocimiento es imprescindible. Lo sabemos porque así lo demuestran nuestros estudiantes, sobre todo los más humildes, los que a pesar de todo, enfrentan la adversidad de este tiempo suspendido. Elles comparten época, espacios, dispositivos para acercarse al conocimiento. Buscan una antena, una señal que les abra la posibilidad de horizontes más igualitarios. Todo en medio de privaciones sociales, económicas, culturales que se muestran desgarradoras frente al intento de un Estado nacional que da pelea por recuperar lo que cuatro años de neoliberalismo desarmó. Nos quedamos sin CONECTAR, sin ARSAT, sin soberanía tecnológica que se había empezado a construir, nos quedamos sin trabajo, sin acceso a las universidades.

 En medio de esta pelea les educadores vamos aprendiendo, vamos mejorando nuestras posibilidades de intervención, vamos reaccionando a los embates cotidianos que generan anomia, resignación, hastío. Nuestro ensayo pedagógico en pandemia lo hacemos sobre tablas. Armamos el libreto, lo compartimos, lo probamos, lo sometemos a escrutinio crítico.

 Escuchamos a les sanitaristas previniendo que las clases debían esperar. Observamos con preocupación que Mendoza no adhirió al protocolo de cuidados aprobado por el Consejo Federal de Educación, constituyéndose en un grave precedente que coloca a la provincia en una situación contraria al sistema federal prescripto en la Constitución Nacional. Esto sin contar la situación edicilia y de infraestructura que no ha registrado mejoras desde antes de la pandemia ni durante el transcurso de la misma.

 Les educadores solemos no ser enunciadores de malas noticias. Ojalá en nuestra provincia no tengamos que darlas porque, aunque sabemos que necesitamos de la escuela y persistimos en que no se interrumpa la trasmisión cultural que nace de estos espacios públicos, también luchamos por interrumpir la transmisión del virus que nos aqueja como humanidad.


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