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La pandemia golpeó fuerte en la economía de todos los países del mundo, y como consecuencia de ello, a los trabajadores y trabajadoras. Según el INDEC, la tasa de actividad en Argentina de la población total para el cuarto trimestre de 2020 fue del 45% y la de desempleo del 11%. Datos mucho más alentadores si se los compara con el 38,4% y 13,1%, respectivamente, del segundo trimestre del 2020.
Pero dentro de este golpe producto del COVID-19, los más afectados fueron sin dudas los y las jóvenes de 14 a 29 años. Para este segmento de la fuerza laboral del país, la tasa de desempleo llegó al 19% para varones y 26% para mujeres para fines del 2020. Es decir, que más de 2 jóvenes de cada 10 no consiguen trabajo. Y peor aún, los más afectados son los de ingresos más bajos.
En el mundo laboral, los jóvenes se llevan la porción más desigual. Además de las dificultades para conseguir un sustento, se encuentran otras tantas como: precarización laboral que los empuja cada vez más a la informalidad, salarios más bajos, imposibilidad de acceso a un sistema de salud, entre otros. Al final del último cuatrimestre del 2020, en el país, había un 39% de trabajo no registrado y el mayor número eran jóvenes.
El trabajo es el principal ordenador social, y el principal motor para el desarrollo tanto de las sociedades como de los individuos. La pandemia puso en jaque al trabajo, no solo porque alteró seriamente la dinámica laboral, sino porque muchas empresas en distintos rubros ya están planteando seriamente la posibilidad de trabajar con menos personas. En conversaciones con un empresario mendocino, nos dijo: “Mi fábrica estuvo casi 12 meses trabajando con la mitad del personal y produciendo la misma cantidad que con el 100% de los trabajadores, con lo cual puedo prescindir de una gran parte de esos costos y destinarlos a mejorar el salario de ese 50 % que me garantiza la producción y yo tener mayor rentabilidad”.
Dicho esto, y teniendo en cuenta que ya antes de la pandemia la situación del desempleo en la Argentina era preocupante, luego del retorno a la “normalidad” se torna imperioso trabajar estratégicamente en cómo va a ser dicho retorno, ya que sería preocupante que la vuelta a la normalidad nos traiga un incremento en las tasas de desempleo, principalmente los efectos que esto traería en un sector en particular, los y las jóvenes.
Thomas Piketty en su libro “El capital del S XXI” nos habla sobre la dinámica histórica de los ingresos y la riqueza, en donde el capitalismo concentra la riqueza, y esto permite asegurar que la desigualdad de los ingresos entre las personas sea un fenómeno estructural. El economista se preguntaba en su obra si el camino del crecimiento de la economía mundial culminaría en el S XXI. La pandemia agravó considerablemente esta situación, lo que avala lo mencionado anteriormente que sin un abordaje planificado estratégicamente por los gobiernos en pos de la defensa del trabajo y la creación de nuevos puestos, el futuro post pandemia será de mayor desigualdad y exclusión de los y las jóvenes con el riesgo de que se vuelva estructural.
Según un informe reciente de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la tasa de desempleo juvenil mundial se sitúa en el 13,6%, siendo más elevada aún entre las mujeres jóvenes en la mayoría de los países. A esto también se suma la mala calidad de los empleos de muchos de quienes sí los tienen, son precarios, inestables, sin protección jurídica y sin posibilidad de crecimiento. Lo que impide a los jóvenes la posibilidad de planificar un futuro, sin esa posibilidad no hay economía ni gobierno que funcione.
Imprevisible y despiadada, la pandemia complicó aún más el panorama, a nivel mundial desde que comenzó, 1 de cada 6 jóvenes dejó de trabajar. El Director General de la OIT, Guy Ryder, declaró que si no se toman medidas inmediatas y significativas “el legado del virus podría acompañarnos durante décadas”. Y es que ha ocurrido con anterioridad: quienes ingresan al mercado laboral durante una recesión pueden estar años para encontrar un trabajo, y más todavía uno que coincida con su formación académica.
La vuelta a la normalidad no puede encontrar a los gobiernos con las mismas recetas que fracasaron históricamente como los programas de Primer Empleo, ya que según los análisis de diferentes organismos, entre ellos la OIT, estos programas son los menos efectivos, ya que estos son transitorios y condicionados por situaciones de desigualdad previa, como los distintos ambientes sociales, productivos y familiares y los dispares niveles de educación.
Pero como de toda crisis nacen oportunidades, es menester plantear la alternativa superadora, con el eje puesto en la inclusión real de jóvenes al mundo del trabajo, tomándolo como emergencia. Lo que significa que se deben tomar medidas extraordinarias para una situación que se ha tornado insostenible.
Sabemos que sin crecimiento de la economía no hay creación de nuevos puestos de trabajo, que las políticas educativas y de formación para el trabajo son centrales. Por consiguiente, la renta universal joven asociada a la construcción de un empleo posible por medio de la educación y la capacitación es para muchos economistas el camino para incluir de manera real y justa al mercado laboral.
Resulta complejo hablar en este contexto de medidas como la renta universal jóven, o al menos utópico, lo cierto es que si no comenzamos a tomar medidas audaces, que sean destinadas a generar igualdad de condiciones para hacer posible la igualdad de oportunidades, si no nos damos un fuerte debate que permita al menos la posibilidad de generar empleos sustentables y renta universal joven, el destino de toda una generación post pandemia estará siendo condicionada al fracaso y con ello se perderá una oportunidad de crecimiento sostenido de la economía.
Por último, desde que apareció en el mundo el Covid-19, giramos en una pesadilla reinada por la incertidumbre, en donde no podemos siquiera imaginar el impacto real que tendrá en las economías, si tenemos que darnos el espacio de debate para las decisiones futuras. Ese debate debe ser participativo, debe garantizar la protección social y legal de las juventudes, con el eje puesto en la distribución de la riqueza, el crecimiento sustentable y el empleo verde, quizás con eso podamos de alguna manera ganarle a la incertidumbre con un plan, el de darle futuro a toda una generación.