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El 4 de octubre de 1957, la humanidad puso con éxito en el espacio por primera vez un satélite llamado Sputnik lanzado por la Unión Soviética. Su misión era obtener información de la atmósfera y el campo electromagnético de la tierra. Dos años después, su segunda versión, Sputnik 2, llevaría por primera vez al espacio un animal, la famosa perra Laika.
En plena guerra fría y en su competencia con los Estados Unidos, el lanzamiento del Sputnik significó el triunfo soviético sobre los norteamericanos que, casi cuatro meses después, el 1 de febrero de 1958, consiguieron lanzar su primer satélite, el Explorer 1.
La carrera espacial constituyó uno de los ejes principales de rivalidad y el 12 de abril de 1961, el soviético Yuri Gagarin se convirtió en el primer ser humano en llegar al espacio. Luego, tan solo 23 días después, Alan Shepard fue el primer estadounidense en hacerlo.
Aunque los soviéticos ganaron casi todos los hitos de la carrera espacial, no fue así a la hora de llegar la luna. El 20 de julio de 1969 la misión norteamericana Apolo 11 colocó a Neil Armstrong y Edwin F. Aldrin en aquel satélite de la tierra. Las imágenes por televisión las siguieron 600 millones de personas.
De la misma manera que la llegada a la luna sería un gran avance para la humanidad, en aquel momento Sputnik supuso un paso de gigante de logros conjuntos. En el mismo sentido, que la ciencia médica nos otorgue la reciente noticia de una vacuna para detener la pandemia que azota al planeta, debería alegrarnos a todos.
El 11 de agosto, el presidente de Rusia, Vladímir Putin, anunció que su país registró la primera vacuna del mundo contra el coronavirus, la cual recibió el nombre de Sputnik V en honor al primer satélite soviético. Dicha vacuna fue desarrollada por el Centro Nacional de Investigación de Epidemiología y Microbiología Gamaleya.
La vacuna podría garantizar la inmunidad al Covid-19 por un período de hasta dos años, de acuerdo con el Ministerio de Salud de Rusia. Los trabajadores médicos y profesores rusos serán los primeros en recibir la vacuna a partir de fines de agosto o septiembre. Se espera que esté disponible para los demás sectores de la población a partir del 1 de enero de 2021. El Fondo de Inversión Directa de Rusia ya recibió solicitudes de más de 20 países para la compra de 1.000 millones de dosis.
Ahora bien, en medio de la crisis mundial provocada por la pandemia, el asunto de la vacuna se convirtió en un eje de disputa geopolítica, que no solo involucra a Rusia y a Estados Unidos, sino que hay otros países compitiendo por los mismos intereses como China, Reino Unido y Alemania.
Una semana después que Rusia, China aprobó la primera patente en el país de una vacuna contra el coronavirus. Fue diseñada por el Instituto Científico Militar y la biofarmacéutica CanSino Biologics, que ya había trabajado en una plataforma similar en 2017, cuando diseñó una vacuna para combatir el Ébola. Con esta noticia, el gigante asiático se suma a la disputa con las otras corporaciones de Estados Unidos, Alemania y Reino Unido.
En el caso de la vacuna rusa, desde algunos países han atacado la profesionalidad y puesto en duda su validez científica. Además, al contrario de lo ocurrido con sus competidoras, aún no entabló el período de tres ensayos y sus resultados tampoco se difundieron en revistas científicas internacionales.
Se percibe, entonces, que vamos camino a una confrontación entre Rusia y algunos países de Occidente. Y si sumamos a China, con fuertes acuerdos con Rusia, la competencia Oriente-Occidente queda manifestada. El nombre de la vacuna es, en sí mismo, una reminiscencia a la época bipolar.
Por otra parte, la retórica tendiente a desacreditar a Rusia es similar a aquella que estaba en auge en los años 50 y 60 del siglo XX. El mes pasado, Reino Unido, Canadá y Estados Unidos denunciaron que espías vinculados a Moscú habían intentado robar de universidades y centros de investigación información sobre el coronavirus.
La Organización Mundial de la Salud también se mantuvo distante y recomendó a Rusia imitar los modelos internacionales de producción de fármacos y respetar rigurosamente los procedimientos. Los gigantes laboratorios multinacionales y las farmacéuticas están en plena competencia por prestigio, poder y ganancias multimillonarias.
El registro de las vacunas se produce en medio de la carrera mundial para liderar la batalla contra la pandemia, en la que los países se posicionan geopolíticamente y los laboratorios reciben millonarias inversiones. Una carrera en la que, si bien hay alrededor de 200 grupos trabajando en todo el planeta, está liderada por cuatro países: China, Estados Unidos, Inglaterra y Alemania, donde las pruebas estaban más avanzadas. A esta lista se sumó Rusia adelantándose a todos en la carrera global de los laboratorios.
Sin embargo, no es una casualidad ni producto de la suerte: Rusia es uno de los líderes mundiales en la investigación de vacunas desde hace siglos. La emperatriz Catalina la Grande recibió en 1768 la primera vacuna contra la viruela del país, 30 años antes de que se realizara la primera vacunación en Estados Unidos.
Todas las personas nacidas en Rusia después de la Segunda Guerra Mundial recibieron vacunas obligatorias contra la poliomielitis, la tuberculosis y la difteria. Siglos de esfuerzo por parte del Estado y sus científicos consolidaron una importante infraestructura de investigación, como el Centro Nacional de Epidemiología y Microbiología Nikolái Gamaleya.
Lo cierto es que la vacuna rusa Sputnik V ha sido lanzada, convirtiéndose en la primera contra el COVID-19 registrada en el mundo y evocando recuerdos del impactante lanzamiento del satélite soviético en 1957.
En el mismo sentido, que sean Rusia y China las que llevan la delantera en la carrera por dar solución concreta a la pandemia es una muestra más de que el sistema internacional sigue desplazándose hacia un nuevo centro de gravedad. El regreso de Sputnik parece anunciar cambios más profundos que el solo avance de la ciencia médica.