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Últimamente me veo conducido a escribir sobre tres tópicos convergentes: Los padres, los niños y niñas, la escritura. Lo real y el problema de la transmisión insisten en ese nudo. Algunos creerán que son asuntos menores, pero allí se cifran todas las imposibilidades del presente: La lógica autodestructiva de la acumulación desmedida, la competencia fálica, la lógica sacrificial, las inercias ideológicas, la dificultad de inventar nuevos conceptos, la infrecuente generosidad en las citas y alusiones. Es un problema que se enlaza directamente con la dificultad de lectura. Como dicen unos amigos: Hoy nadie lee. Pero ¿Qué es un lector? O incluso, ¿Qué es un gran lector? ¿Qué es un analista crítico? O incluso, ¿qué es un gran analista crítico? Para mí la respuesta a cada pregunta es la misma y no tiene medidas (ni medias tintas): quien se sabe tachar, quien se sustrae a la presencia, quien se sabe transformar a sí mismo en ese acto, quien inventa conceptos para ponerlos en su lugar.
Me gusta la idea de una comunidad invisible, del conjunto vacío, de la multiplicidad infinita que habita en uno y lo excede, del anudamiento entre irreductibles Cuando estoy allí escribo y me separo de todas las valoraciones sociales, de las jerarquías ficticias de saber, de los circuitos cerrados de pertenencia, de las esferas de especialistas y sus infatuaciones. Lo impersonal no es una mera consigna, sino un modo de escribir en singular, al borde del vacío, allí donde emerge un nombre propio que nada significa, porque se iguala a su significación. Hay un trazo, apenas, una huella que quizás otras singularidades captarán y retomarán a su debido tiempo. No se sabe y no importa, porque no hay garantías de transmisión, pero el deseo igualmente se juega.
“Los hombres se creen libres porque ignoran las causas que los determinan a hacer lo que hacen”. Hace unos días volví a encontrar dos veces esta frase spinoziana, en un libro de Lordon y en la serie Devs. Recordé también la libertad invocada por un spinoziano para justificar sus lamentables actos. Es muy fuerte, muy pregnante la ideología espontánea de la libertad, entre cultos e incultos, hombres y mujeres, individuos y colectivos, de derecha y de izquierda, incluso entre spinozianos y no spinozianos. Porque la virtud es rara y la práctica de la libertad exige encontrar en cada cosa que nos afecta cuál es la causa adecuada. El determinismo no niega que el sujeto pueda hacerse causa adecuada de sus afecciones y determinaciones. No es lo mismo ponerse tristemente bajo el yugo de la ley, o creerse alegremente exceptuado de ella, que asumir su inexorabilidad en tanto nos constituye y abre la posibilidad de ya no ser como creemos que somos, incluso afectivamente; ahí emerge la libertad real y la verdadera felicidad: Elegir incrementar nuestra potencia de obrar sobre la base material que nos sobredetermina (constitución, instituciones, leyes, aparatos). E igualmente, por más cuidado e inteligencia que pongamos en ello, incluso estatalmente, siempre puede venir un pequeño virus a borrarnos de un plumazo sobre la faz de la tierra. Lo sabemos demasiado bien, sin embargo prefiero perseverar en el ser a cultivar la estulticia por todos los medios.
El problema no es solo el “narcisismo de las pequeñas diferencias” y la infatuación del Yo, como dice Jorge Alemán, sino que ya no es posible reponer una autoridad simbólica que alinee y unifique las conductas; tampoco la restauración de valores sociales o comunales que nos reúnan, cuando las prácticas efectivas y los dispositivos a través de los cuales nos vinculamos dispersan y cortocircuitan. Las mismas redes sociales no hacen más que generar réplicas y divisiones ad infinitum, casi nunca composiciones virtuosas. Asumiendo de plano el fracaso de estos medios y todas mis escrituras vinculadas a cambiar el modo de uso, no obstante insisto. ¿Qué más nos queda? Si la cuestión no se resuelve entre lo imaginario (reconocimientos e infatuaciones) y lo simbólico (legados, nombres, tradiciones) es porque lo real tampoco puede ser invocado como puro traumatismo o antagonismo: El espanto no hace más que engendrar las peores pasiones (odios, rencores, envidias, temores). Lo real, en términos spinozianos, es la naturaleza misma y es desde allí, invocando la causalidad inmanente y la potencia que nos constituye, que podemos apuntalar nuevas conexiones y composiciones que generen afectos alegres. No espero que alguna vez se lea y entienda lo que digo, pero no puedo dejar de anotarlo.
También cabe preguntarse por los efectos diferenciales que pueden tener una carta, un post, un tweet, una nota, una entrevista o una evaluación. No es solo una cuestión estratégica o un saber experto lo que permite hacerlo, sino una cuestión de eficacia simbólica, de pensamiento materialista a cultivar. ¿Nos abstenemos de criticar, de mostrar nuestras disidencias, o encontramos el medio y el modo más oportunos al caso? Parte de la irracionalidad que nos domina en el presente, de la falta de un mínimo entendimiento, no pasa tanto por las creencias ideológicas y sensibilidades que nos separan inexorablemente, sino por el desconocimiento de la materialidad de la ideología y las distintas prácticas elementales, sus eficacias y sobredeterminaciones. Valga aclarar lo obvio: No es lo mismo escribir un post en Facebook desde el dolor que se replica, que una nota que busca incidir en el pensamiento político u otra que desea orientar la crítica. La orientación afectiva es clave en este asunto: Atravesando el dolor y las distintas sensibilidades (obras e inteligencias que no desestimamos) que lo decisivo sea apostar por lo que aumenta la potencia de obrar. Quizás nos acordemos en los medios y modos pero al menos que nos oriente la potencia y no el espanto.
Prendo Vorterix por curiosidad y está Mario Pergolini. Hacía mil años que no lo veía ni escuchaba; está más viejo aunque con su habitual estilo desfachatado, y dice algo muy atinado: No abrimos los chats y comentarios porque por un par de imbéciles que empiezan a bardear se genera un clima enrarecido y los conductores se condicionan y limitan, por más que haya otros miles que les guste lo que se está diciendo. Nunca estuve más de acuerdo con Pergolini, me extraña que hasta en el Página 12 habilitan los comentarios, lo cual es una canallada porque se habilita así la agresión gratuita, y es lo peor que se puede hacer: Estimular la lógica troll bajo pretexto de pluralismo, o algo semejante. Incluso Mario que está al tanto de todas esas pavadas de trending topic y community no sé qué, se da cuenta que resta. Sí, cuidarnos se está volviendo difícil, también tenemos que aprender a hacerlo en los nuevos lenguajes y medios, aunque la actitud miserable existió siempre.
Si en esta hora funesta tenemos que cuidar al gobierno y a nuestras instituciones democráticas, eso no quiere decir que tengamos que abstenernos de la crítica, como dice Horacio González, es mejor reinventar los modos de ejercerla con amor e inteligencia, mediante nuevas lógicas y conceptos, evitando caer en las dicotomías tramposas de siempre: Entre vitalismo y cientificismo, entre autonomismo y estatismo, reformismo y revolución. La institución del matrimonio por ejemplo, que se podría considerar prima facie conservadora y reproductora, puede ser reapropiada y resignificada por las luchas igualitarias, como ha sucedido en Argentina recientemente: Una ley que ha cumplido diez años. Pues hay dos formas de entender la ley, las instituciones y los aparatos ideológicos de estado: O bien ordenándolos según la lógica del Todo de manera exclusiva, segregativa y coercitiva, en función del “para todos” que supone siempre una excepción; o bien según la lógica del no-Todo de manera abierta, sin excepciones ni exclusiones, en función de que “no hay nadie obligado” pero cualquiera puede acceder. Una lógica simple y difícil de entender, a veces, que debería ser aplicada a todos los derechos, incluidos el aborto, la educación pública o la renta básica universal. Una cosa es imponer la ley, otra cosa es lo que habilita la ley. El rigor de la ley bajo las instituciones democráticas tiene que caer sobre quienes segregan, violentan, limitan y prohíben, no sobre quienes desean, abren, componen y generan.
Ejercer la crítica en inmanencia, el gobierno crítico y ético de nosotros mismos es posible, aunque a veces pareciera imposible.
Hay días que llegamos agotados, agotadísimos, como si fuese ya mismo el fin de todo, absolutamente todo. Entonces nos preguntamos ¿Qué queda, cuando han caído todos los velos y desvelos, todos los motivos y semblantes, la sensibilidad y la furia, el espanto y la sutil inteligencia? No queda nada. Nada de nada. Apenas una gota de ese elixir llamado deseo que quizás mañana, tal vez mañana, nos despierte nuevamente. Pero no lo sabemos.