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Estaba ilusionado con el concurso televisivo y empezó a trabajar en esa canción que le permitiría alcanzar sus sueños. Lo contó en la escuela y recibió el apoyo de directivos y docentes, quienes, llegado el momento, le preguntaron cómo le fue y el joven contó que no le aceptaron el vídeo porque lo entregó tarde, que se “había colgado”. Ante el consuelo que intentaron prodigarle desde la institución, él, iracundo, escupió: “¡Esto es su culpa!”, Y lo justificó diciendo que “yo pensé que podía entregarlo cuando quería, como me enseñaron. Que no pasaba nada, que igual me lo iban a aceptar y aprobar, como hicieron ustedes conmigo en toda la secundaria cada vez que llegaba tarde o no traía las actividades”. El estupor, la sorpresa y la estupefacción se apoderaron de cada integrante del chat escolar.
Los y las jóvenes del conurbano bonaerense, en su gran mayoría, transitan así este nivel educativo: entregando las actividades cuando se acuerdan (si se acuerdan), copiando y pegando material de internet sin tener idea de lo que están presentando, yendo a rendir sin hojas, sin birome y, obviamente, sin haber leído ni los títulos del temario de la materia en cuestión. Y lo más curioso es que… ¡así aprueban y pasan, año tras año hasta que egresan! Entonces, este muchacho ¿Tiene razón en reclamar de la manera que lo hizo?.
El reglamento de instituciones educativas de la provincia de Buenos Aires destaca los 3 principales objetivos de la escuela secundaria: construir saberes socialmente significativos, preparar a los/as estudiantes para el mundo del trabajo y para la continuidad de los estudios superiores. También impone la obligatoriedad y que el equipo de conducción garantice esa condición. De esta manera, si no trae delantal (aunque sea obligatorio) entra igual, si llega tarde (aunque quede libre) entra igual, si no trae las actividades en tiempo y forma, aprueba igual y si deja de venir hay que ir a buscarlo/la, cambiando la ecuación: ya no es el/la adolescente quien está interesado/a en estar en la escuela sino que es ésta la que necesita que permanezca y hace “la vista gorda” a todo lo que haga falta para que esto ocurra.}
“A pesar de las falencias, esta secundaria es mucho más inclusiva que la que cursé yo”, dice Adrián Pilipchuk, profesor de historia y ciencias sociales en el partido de La Matanza desde hace 22 años y director desde hace 13, actualmente de la EES N° 56 de Villa Scasso. “Tenemos que romper el paradigma y aceptar que tiene que ser obligatoria y no tengo dudas que los adultos que conformamos el sistema educativo no hacemos todo lo posible para la secundaria comprenda a todos/as, como tiene que ser”, continúa. En un sentido similar se pronunció Mariela Pedrozo, docente desde hace más de 25 años, con más de 17 en cargos jerárquicos: “esta secundaria acepta a todos/as pero no les brinda las mismas posibilidades, dependiendo del contexto, de los docentes, de los directivos, etc”, y fue más allá al afirmar que “La cuarentena visibilizó la crisis educativa en la que estamos desde hace más de 30 años.”
“Lo más difícil de todo es organizarse para trabajar en este contexto, poner horarios, establecer el vínculo con los/as estudiantes, etc.” aporta Luis Porrini, profe de educación física desde 1994 y secretario desde hace 9 años, actualmente en la MS 117. Y agrega: “estamos en una situación donde nuestros pibes tienen muchísimas necesidades y tratamos que el aprendizaje no sea una necesidad (no cubierta) más”. Reforzando esta idea se manifiesta Pilipchuk al admitir que “hemos perdido mucho contacto con los/as alumnos/as, que hoy debe estar en el orden del 30%, porque hay cada vez más familias que sea caen del plato y van cortando cosas como por ejemplo internet”.
El desempeño docente entra al debate porque, al decir de Mariela Pedrozo, “el aislamiento puso de manifiesto el déficit de idoneidad de nuestros profes” y Pilipchuk sube la apuesta: “la principal traba es que es difícil conectarse con los docentes, que ni siquiera se comunican con la escuela. Hay profes que dieron un solo trabajo en 2020 y otros ni nos han atendido el teléfono cuando los llamamos para que manden las actividades”. En este punto la indignación se apodera de Porrini, que recuerda que “en 2001, pibes descalzos iban a la escuela solo a comer. Y eso me llevó a pensar que tenemos que darle cosas al pibe y hoy por hoy la comunicación es fundamental y no todos lo entienden: hay preces o profes que han contestado a los 8 días”, y deja en claro lo titánico de la tarea jerárquica al describir que “como directivos tenemos que encargarnos de establecer la comunicación con ese porcentaje de chicos que no se comunican con ningún profe y también con los docentes que no se comunican con la escuela”.
Además del compromiso -o su ausencia- también hay que considerar la falta de adecuación a los tiempos tecnológicos que corren porque “los docentes no estamos capacitados a nivel informático para sostener una situación así”, según considera Pilipchuk, a lo que Porrini le busca una vuelta de tuerca: “hay profes que en clases siempre buscan alternativas para trabajar con los chicos y otros que no ofrecen nada de nada y este contexto potencia todo eso pero ¿cómo salimos? ¿Quejándonos o buscando acciones? El tema es la motivación, tanto para los chicos como para los docentes”, se responde al tiempo que destaca “la complejidad que le insume al docente la simultaneidad de tareas en el mismo espacio y tiempo. Antes, laburabas y volvías a tu casa a hacer las cosas, ahora haces todo junto y es en esa simultaneidad de tareas donde se ve quién se compromete con su labor, se organiza y genera aprendizajes valorables”.
Más allá de buscar responsables, reparto del que no podemos ni debemos deslindar a los tutores, se impone la búsqueda de soluciones porque, como afirma Pilipchuk, “la brecha se amplía en función de las carencias y del acceso a la conectividad. Estamos en un país que tiene una brecha muy importante en cuanto a concentración de la riqueza y los saberes y los conocimientos no escapan a eso”, al tiempo que propone como alternativa urgente para mitigar las diferencias que “se libere el uso de internet en los barrios más necesitados del conurbano, al menos mientras dure esta situación y que de ese modo el pibe pueda elegir si se conecta o no con la escuela”. Porrini, por su parte, propone trabajar en el interés ya que “hoy los pibes se mueven más por motivación que por la necesidad de una nota”, al tiempo que Pedrozo, fiel a su estilo polémico, refrenda: “se pueden criticar muchas cosas del enciclopedismo pero lo cierto es que a los/as adolescentes de antaño le aportaba mucho de lo que a los jóvenes de hoy le falta, como responsabilidad, compromiso y dedicación”.