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Con este artículo comienzo lo que espero sea una serie de columnas semanales sobre política internacional que Babel publicará todos los fines de semana. En este caso me ha tocado en suerte que coincida el inicio de esta motivadora tarea con dos hechos relevantes ocurridos en la región en un lapso de siete días y que determinan que arranque escribiendo –con mucho gusto dadas mis preferencias temáticas- sobre América Latina. El encuentro virtual en el que confluyeron el ex presidente Lula y el presidente Alberto Fernández para “Pensar América Latina después de la pandemia Covid-19”, organizado por la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, y la Cumbre del Mercosur, realizada por primera vez de manera virtual, son los eventos más importantes de la agenda regional en lo que va del año.
Ambos acontecimientos han quedado vinculados debido al enorme peso que Argentina y Brasil tienen en la región. Por eso, es necesario destacar en la lectura transversal de ambos hechos que en el cortísimo periodo de una semana el presidente Alberto Fernández se encontró sucesivamente con Lula y con Bolsonaro, las dos figuras representativas de los proyectos en pugna en el gigante suramericano y principal socio económico y comercial de la Argentina. Si se tienen en cuenta las circunstancias conflictivas preexistentes, resulta imprescindible destacar lo ocurrido para comprender el momento que se vive en la relación entre Argentina y Brasil y al estado de la situación regional en un contexto global especialmente crítico.
Son igualmente conocidas la afinidad y el antagonismo que respectivamente mantiene AF con una y con otra personalidad, al punto tal que el encuentro con uno de ellos –Lula Da Silva-, en Julio de 2019, provocó la reacción iracunda del otro –Bolsonaro- condicionando desde entonces la relación personal, política e institucional entre ambos presidentes.
La sintonía entre Lula y Alberto es conocida desde hace rato pero se manifestó especialmente en el momento en el que el entonces novel precandidato a la presidencia de la Argentina lo visitó en la cárcel de Curitiba, en una acción que develó una osadía que sorprendió a propios y extraños, a pocos días de las elecciones primarias que marcarían su consolidación como aspirante a la presidencia.
Quedó claro entonces que Alberto no claudicaría ante las bravuconadas de Bolsonaro proferidas como respuesta a sus dichos referidos al deterioro del Estado de Derecho en Brasil y a la proscripción política de Lula. Quedó claro también que Brasil y América Latina, a pesar de las circunstancias desfavorables en materia de integración, tendrían un lugar destacado en su agenda si era presidente y que la misma no estaría sujeta a condicionamientos extra regionales, como venía ocurriendo en la mayoría de los países latinoamericanos, incluida la Argentina, desde que comenzó la ola de derechización promovida y sostenida por los Estados Unidos.
Esa sintonía se mostró intacta en el encuentro virtual organizado por la UBA. Pero a diferencia de lo ocurrido en julio de año pasado no provocó reacciones del presidente brasileño. Bolsonaro participó en la Cumbre virtual del Mercosur, leyó un discurso de tenor diplomático, no profirió sus habituales ataques verbales y evitó abrir nuevas confrontaciones con su par argentino.
Resulta evidente que no se trata solo de una cuestión de piel entre los presidentes de los dos países más grandes del Mercosur. Los desacuerdos y divergencias son de alcance regional e involucran a los gobiernos en un complejo tablero en el que lo único en lo que parece haber acuerdo es en evitar confrontaciones abiertas y, en el caso de Mercosur, la ruptura del bloque.
En mi opinión existen en el presente cuatro campos principales en los que se expresan las distintas miradas de los presidentes de la región. Configuran en gran medida el contexto en el que se juega el futuro de la integración regional y el abordaje de los desafíos pos pandemia. Propongo analizarlos a la luz de los dos acontecimientos recientes que he destacado más arriba:
- Divergencias en la concepción del modelo de integración: con el giro a la derecha en la región no solo se produjo la instauración de gobiernos neoliberales sino también un proceso de desintegración regional. Este proceso comenzó con cambios de gobiernos a partir de golpes blandos en Honduras (2009), Paraguay (2012) y Brasil (2016), continuó con una serie de triunfos electorales de la derecha a partir de la derrota del peronismo en 2015 y la llegada de Macri al gobierno, y ha tenido más recientemente un capítulo de golpe cívico-policial- militar en Bolivia (2019).
El fortalecimiento de la OEA, la desarticulación de la UNASUR, el debilitamiento de CELAC y la reorientación del Mercosur como plataforma para la negociación de tratados de libre comercio son representativos de un proceso de reconfiguración que ha tenido como efecto la pérdida de cohesión de la región, mayor influencia de los EEUU y una pérdida de peso de América Latina en el mundo.
El impulso a la creación del Grupo de Lima y la iniciativa de PROSUR tuvieron a Venezuela en la mira. El objetivo manifiesto de ambos foros ha sido y es aislarla, dejarla afuera del diseño institucional regional y dar una vuelta de página en relación con el esquema de integración preexistente. La crítica situación política, económica y social en el hermano país caribeño ha sido utilizada por la derecha regional como instrumento discursivo para estigmatizar y atacar a toda propuesta política que no se encuadre en los parámetros del neoliberalismo.
Por otra parte, la convergencia del Mercosur con la Alianza del Pacífico, fuertemente impulsada en este periodo aunque con escasos resultados tangibles, ha sido una muestra concreta del contenido marcadamente ideológico de ese proceso. La adopción del dogma neoliberal asociado con la apertura y la liberalización comercial ha sido priorizada a pesar de la amenaza que representa para la producción y el trabajo nacional y regional.
EEUU ha jugado un papel activo tanto en el giro político ocurrido al interior de cada país como en la reconfiguración de la política regional. No es necesario recurrir a teorías conspirativas para sustentar tal afirmación. En febrero de 2018, el entonces secretario de Estado estadounidense Rex Tillerson lo definió con toda claridad en una conferencia realizada en la Universidad de Texas en lo que sería el punto inicial del recorrido por cuatro países latinoamericanos: “En ocasiones nos hemos olvidado de la Doctrina Monroe y lo que significó para el hemisferio. Es tan relevante hoy como lo fue entonces”. EEUU declama ahora que la amenaza a conjurar es la creciente presencia china y rusa en nuestra región en una nueva versión de la política de “América para los americanos” y utiliza los acicates del narcotráfico y la corrupción como argumentos para propiciar la intervención creciente en los asuntos internos de los Estados latinoamericanos.
Desde otro ángulo, en términos de paradigmas, las posiciones de los gobiernos de la región representan un arco que va desde las concepciones del regionalismo abierto propio de los años 90 hasta los planteos abiertamente desintegradores que rechazan el multilateralismo y que promueven la bilateralización de la relación económico-comercial de los países de la región con otros países o regiones.
El triunfo de la fórmula Fernández-Fernández introdujo un factor disruptivo en el ámbito regional. La autonomía respecto de los factores de poder extraregionales, la no intervención en los asuntos internos de otros Estados y la protección del mercado interno y regional en vistas del impulso de un proceso de industrialización y agregado de valor a la producción primaria volvieron a sonar con voz propia en una región que se veía golpeada por las políticas de apertura indiscriminada, fuerte endeudamiento y aumento de la desigualdad. El gobierno argentino interpela moderadamente al resto de los gobiernos con sus posiciones integracionistas y alienta a actores del progresismo de los demás países de la región a unirse en una estrategia común de integración suramericana y latinoamericana.
A partir de la derrota electoral de Macri, ha quedado fuera de discusión cuál es el liderazgo que promueve EEUU en la región. Bolsonaro ha asumido el papel de guardián de los intereses estadounidenses a partir de la conjunción de un cóctel explosivo de populismo de derecha similar al de Trump, neoliberalismo extremo en la política económica y de alineamiento incondicional con EEUU en la región y el mundo.
En este contexto, el análisis del escenario regional ocupó un lugar central en el encuentro virtual entre AF y Lula. Sus diagnósticos son similares en relación al papel que jugó EEUU en el proceso político y económico latinoamericano. Ambos destacaron que la implementación de la guerra jurídica (lawfare) tuvo como finalidad perseguir y proscribir a los líderes progresistas y populares, y consolidar las chances de cambios de gobiernos mediante golpes blandos, elecciones con candidatos proscriptos e incluso golpes de corte tradicional como el perpetrado en Bolivia contra Evo Morales. Lula destacó que la expulsión ilegal del Dilma del gobierno y su proscripción tenían como fin la privatización de Petrobras y del Presal propiciada por el gobierno estadounidense. AF cuestionó la actitud de alineamiento con los EEUU de los gobiernos de la región, con la excepción de Argentina y México, refiriéndose al caso de la elección de la nueva conducción del BID que más abajo analizo.
La cuestión del modelo de integración también estuvo presente en la Cumbre del Mercosur. En los discursos de los presidentes se evidenciaron los distintos enfoques respecto de modelo de integración regional.
Argentina está hoy en situación de disidencia respecto de la visión predominantemente aperturista de los otros socios. La frase del canciller Solá “ni abrirnos inocentemente ni cerrarnos anacrónicamente” sintetiza las complejidades de una política que se propone al mismo tiempo la permanencia de nuestro país en el bloque al mismo tiempo que busca evitar o al menos mitigar el impacto de la apertura sobre la producción y el trabajo nacional que los otros socios impulsan.
El planteo del presidente uruguayo sobre la necesidad de un sinceramiento de las relaciones entre los socios del Mercosur que involucrara una intensificación de la relación con EEUU y con China al mismo tiempo demuestra que las dificultades para compatibilizar intereses contrapuestos no las tiene solamente el gobierno argentino.
Los llamados de AF y de Lula a la unidad latinoamericana y a enfrentar juntos los desafíos del mundo pos pandemia denotan un esfuerzo por advertir que la única forma de hacer frente al difícil mundo que se viene es tomando volumen regional mediante la integración y el fortalecimiento del mercado regional.
- Divergencias frente a la pandemia de COVID-19: si bien la expansión del Coronavirus se produjo desde China en un sentido multidireccional, los flujos de transporte –especialmente aéreo- y el abordaje de la prevención y combate de los distintos sistemas sanitarios nacionales ha provocado que desde una perspectiva geopolítica los brotes pandémicos se desplazaran en el sentido contrario al giro de la agujas del reloj, esto es de oriente a occidente y de norte a sur. Esto ha determinado la existencia de sucesivos epicentros: primero, el asiático con foco en China, luego el Europeo para pasar a Estados Unidos y poco después a América Latina. Hoy existen dos epicentros en los que el panorama se presenta como catastrófico. EEUU enfrenta un rebrote cuyas consecuencias se preanuncian como devastadoras.
En simultáneo, América Latina presenta la explosiva conjunción de aumento descontrolado de los contagios y profunda desigualdad económica y social. Las cifras son alarmantes. Las más de 63 mil muertes en Brasil, casi 30 mil de México, más de 10 mil de Perú, más de 6 mil de Chile, casi 5 mil de Ecuador, los casi 4 mil de Colombia y más de mil trescientas de Bolivia contrastan con las mil cuatrocientas de la República Argentina, y las escasas muertes en Uruguay (28), Paraguay (20), Venezuela (59) y Cuba (86). Los resultados del abordaje argentino de la emergencia son destacables si se toma como referencia la relación entre población, cantidad de casos y decesos.
Otro aspecto a considerar es el relativo al impacto económico de la pandemia. Los datos actuales y proyectados demuestran que la caída del PBI impactará en dimensiones catastróficas tanto a los países que adoptaron medidas estrictas de confinamiento y prevención como aquellos que decidieron subestimar la adopción de medidas sanitarias estrictas. Es así como en Abril la CEPAL había previsto una caída de 5,3 % para América Latina, de 6,5 para Argentina y México y de 5,2 % para Brasil. Por su parte el FMI en su pronóstico publicado en la segunda quincena de Junio ha estimado una caída del 9,1% para Brasil, 9,9% para Argentina y 10,5 para México. El análisis comparativo de las cifras de muertos y de caída económica confirma que es un mito lo sostenido por la oposición argentina en sus críticas al confinamiento dispuesto por el gobierno nacional. La caída de los PBI tiene una directa relación con la caída de la demanda mundial, por lo que los impactos tienden a ser similares en los distintos países de la región, aún en aquellos casos en que no han adoptado medidas sanitarias acordes a la gravedad del brote pandémico.
En la Cumbre de Mercosur se destacaron los esfuerzos de articulación entre los países de la región frente a la pandemia y se disimularon las diferencias en torno al abordaje sanitario nacional implementado por cada país. Si bien no ha existido un accionar potente en el marco de un plan de acción conjunta para atacar la pandemia, no han existido situaciones conflictivas de gravedad en las áreas fronterizas entre los Estados.
En cambio, en el encuentro Lula-AF el abordaje sanitario, económico y social de la pandemia tuvo un lugar central. La ponderación de Lula por las políticas implementadas por la Argentina y sus críticas al accionar de Bolsonaro dieron lugar al planteo de AF sobre la necesidad de asumir que debemos enfrentar los desafíos de un mundo nuevo lleno de incertidumbres, conceptos que reprodujo en su discurso en la Cumbre de Mercosur.
Una economía más humanizada debe conjugar, en la visión de AF, la prioridad de la productivo por sobre lo financiero, la apuesta a la industrialización, la solución del problema de la deuda, el cuidado del ambiente, la innovación tecnológica, la consolidación del espacio regional y el desarrollo de un comercio internacional justo.
- Divergencias en torno a la elección de autoridades de organismos regionales: En el BID existe una regla no escrita pero respetada desde la fundación como costumbre consolidada que establece que el presidente del organismo sea latinoamericano. El presidente de los EEUU ha roto por primera vez esa regla proponiendo a un funcionario estadounidense para ocupar la titularidad del organismo. Se trata de Mauricio Claver-Carone, un funcionario de origen cubano nacido en Miami que actualmente es el director para Latinoamérica en el Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca. Es considerado como uno de los principales consejeros del presidente de ese país, Donald Trump, para asuntos de la región en general y, especialmente, para Venezuela y Cuba. En la Argentina cobró notoriedad cuando, como representante del gobierno estadounidense en el acto de asunción presidencial de AF, se retiró airadamente del país al enterarse que el gobierno de Venezuela había enviado un representante al acto de asunción.
La gravedad de la situación ha dado lugar a que cinco ex presidentes latinoamericanos cuestionen públicamente la candidatura estadounidense. El colombiano Juan Manuel Santos, el brasileño Fernando Henrique Cardoso, el chileno Ricardo Lagos, el uruguayo Julio María Sanguinetti y el mexicano Ernesto Zedillo han expresado su “profunda preocupación” ante esa nominación. “Ella implica una ruptura de la norma no escrita, pero respetada desde su origen, por la cual el BID, por razones, entre otras, de eficiencia financiera, tendría su sede en Washington, pero a cambio siempre estaría conducido por un latinoamericano”, señalan los exmandatarios. Ese equilibrio es clave no solo por el reparto de papeles entre Estados Unidos y América Latina sino porque los fondos gestionados por la entidad no repercuten en territorio estadounidense sino en los países latinoamericanos. La decisión del nuevo gobierno uruguayo de apoyar, junto a Brasil, Paraguay y Colombia, entre otros al candidato estadounidense ha provocado una fuerte tensión en la coalición de gobierno motivada en la diferencia de criterio entre el presidente Lacalle Pou y el ex presidente colorado Julio María Sanguinetti que se evidenció con su firma al referido comunicado.
En el encuentro virtual con Lula, el presidente argentino no solo cuestionó la candidatura norteamericana sino que también se refirió a la actitud de los gobiernos de la región diciendo que vimos “al continente corriendo a apoyar eso, salvo Argentina y México corrieron todos a auxiliar a EEUU”.
El involucramiento de EEUU en la imposición de candidatos no es una novedad. Ya se dio en ocasión de la elección del Secretario General de la OEA, apoyando abiertamente la candidatura del cuestionado Luis Almagro y haciendo campaña por este personaje despreciado por sus antiguos compañeros progresistas. En esa ocasión también corrieron los países suramericanos en apoyo del uruguayo con la negativa de México, Argentina y ocho países centroamericanos y caribeños que apoyaron la candidatura de la ecuatoriana María Fernanda Espinoza.
- La controversia en torno a la negociación de acuerdos comerciales: este es el aspecto que más impacta en el Mercosur por su característica de bloque predominantemente económico. Es el campo que los cuatro socios fundadores priorizaron en el promocionado relanzamiento del bloque después de producirse la llegada de Macri al gobierno, la salida de Dilma Rousseff tras el golpe institucional y la suspensión de Venezuela mediante un procedimiento que ha sido cuestionado por no ajustarse a la normativa del Mercosur.
El objetivo planteado fue la apertura del bloque a la negociación de tratados de libre comercio, poniéndose énfasis en cerrar el proceso de negociación del acuerdo con la Unión Europea y el de menor envergadura con Asociación Europea de Libre Comercio (conocida por las siglas AELC en español o EFTA en inglés), integrada actualmente por Noruega, Islandia, Lietchestein y Suiza.
En una acción de corte netamente electoralista, el gobierno de Macri buscó concluir las negociaciones con la Unión Europea mediante un acuerdo que ha sido duramente cuestionado en sus términos y que en el presente se encuentra en proceso de revisión. Las perspectivas de éxito de la concreción de tal acuerdo son inciertas en tanto y en cuanto, una vez firmado, requeriría del acuerdo de las instituciones europeas y de los parlamentos nacionales de cada país integrante de la UE, y de los Congresos Nacionales de los países del Mercosur.
Las expresiones de los tres socios regionales de la Argentina han sido categóricas en favor de finalizar el proceso de negociación de esos dos acuerdos y de abrir negociaciones con Corea del Sur, Líbano, Canadá y Singapur. Argentina dice que no obstruirá las negociaciones y plantea las inconveniencias que tiene para las producciones nacionales en general y las industriales en particular ese tipo de acuerdos. La cuestión ha sido motivo de fuertes disputas que dieron lugar a la especulación acerca de una posible salida de la Argentina del Mercosur. Todo indica que las tensiones se mantendrán en relación con este tema aunque la prioridad argentina está en que el hilo que lo vincula con sus vecinos no se corte.
El panorama es más que complicado. La visión estratégica de la imperiosa necesidad de la integración regional planteada por el gobierno argentino parece estar más ajustada a la realidad catastrófica que deberemos afrontar en la pos pandemia que la del ideologismo neoliberal librecambista de la mayoría de los gobiernos latinoamericanos. Sin volumen regional, sin mercado regional fortalecido, sin políticas articuladas en materia económica y comercial, sin una política exterior regional común, sin niveles relativos de autonomía respecto de las potencias mundiales América Latina tiene como destino la intrascendencia.
Parece imposible concretar esa titánica tarea en el panorama actual. Sin embargo, la política, la persuasión y la búsqueda de consensos pueden ser generadores de inesperados cambios. Y las elecciones que se vienen también pueden producirlos: Bolivia en 2020; Chile, Perú y Ecuador en 2021; Brasil, Colombia y Paraguay en 2022.
AF y Lula proponen un plan tan preciso como ambicioso: recuperación de la democracia degradada por la vía del nuevo golpismo y la guerra jurídica; mayor integración regional en un proyecto de Unidad Latinoamericana y Suramericana; y apuesta a la humanización de la economía. Es lo diametralmente opuesto a lo que promueve la derecha con la continuación de la guerra jurídica, la disgregación regional y hasta nacional (que alcanza visos de dañina ridiculez en los planteos separatistas de Cornejo) y la demagogia reaperturista de la economía en tiempos de pandemia que no encuentra problemas de conciencia al momento de mostrar predisposición de propiciar prácticas que provocarían de millares de muertos con tal de desestabilizar y golpear al gobierno.
La visión estratégica popular y progresista requiere sumar más voluntades para reorientar a la región y aportar a la construcción de un mundo nuevo. Lula y AF son la evidencia de que a pesar de las enormes dificultades y desafíos hemos avanzado significativamente de un año atrás a esta parte.