Argentina // 2020-04-03
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Coronavirus y Civilización
Los límites de una forma de ser y hacer
La crisis del coronavirus nos lleva a analizar la ausencia del liderazgo internacional, el regreso del estado como actor protagónico y el fracaso de un sistema de producción y consumo. Esto deja en evidencia la vulnerabilidad y finitud de la humanidad.


En un artículo reciente, el ensayista surcoreano Byung-Chul Han formula una reflexión que contradice al filósofo esloveno Slavoj Žižek, quien también acaba de escribir sobre el tema. Žižek piensa que el coronavirus ha asestado un golpe mortal al capitalismo. El coreano lo niega: tras la pandemia, el capitalismo continuará aún con más pujanza, escribió. 

Otros han considerado pensar en una tercera posición. El virus no vencerá al capitalismo. Sin embargo, tal vez un tipo de capitalismo deberá replantear sus dogmas y valores. El capitalismo financiero neoliberal está alcanzando límites insostenibles. Y como contracara, del otro lado de la misma moneda, comienza a observarse una creciente revalorización del Estado (sobre todo de un tipo de Estado: el de bienestar o keynesiano). 

Europa Occidental demostró la fragilidad de su sistema político y social. Algo se está quebrando allí. Lo mismo acontece en los Estados Unidos. Estas potencias se observan desorientadas e impotentes frente a la crisis. La desprotección e improvisación en varios de los países más desarrollados del mundo resultan catastróficas, dejando al descubierto las falencias de sus modelos económicos y su consecuencia directa: Sociedades enteras en estado de desamparo y amenaza, representada por la hiperpresencia de un virus que acecha en todos lados. 
Este modelo neoliberal deja al sujeto desprotegido, y esa posición, puede dar como posible resultado un cuestionamiento al mismo. Y digo “posible resultado”, porque es probable que dicho cuestionamiento no se produzca nunca, como plantea Han, o solo lo haga de modo parcial.

Sirve aclarar que no es la primera vez que la humanidad se enfrenta a una pandemia de este tipo. La viruela provocó unos 300 millones de fallecimientos (y uno de sus peores brotes durante la Conquista de América). El sarampión provocó hasta hoy 200 millones de muertos. La peste bubónica provocó la muerte de más de 12 millones de personas. En el siglo XX la gripe "española" causó más muertes que la Primera Guerra Mundial. Desde 1981, el SIDA lleva más de 32 millones de muertes. En lo que va del siglo XXI sufrimos el SARS, las gripe A y la aviar, el ébola y el dengue que persisten junto al actual Covid 19. ¿Entonces, qué hay de particular en la crisis actual? 

Una hipótesis posible es que se ha paralizado el mundo que como nunca antes se encuentra absolutamente interconectado y es por completo interdependiente. La parálisis de esta máquina en la que nos encontramos nos deja en shock. 

Lo otro particular es que hay algo de “clasista” en este virus. Al principio se contagian los sectores acomodados, se desorganiza su confort, se reducen sus ingresos y queda detenida su cotidianeidad. Luego, cuando los efectos de la cuarentena llegan a los barrios pobres, la situación es dramática para ellos. 

Como se dijo antes, muchos analistas están suponiendo que la pandemia hará tambalear el capitalismo. No hay elementos para pensar esto con seriedad. Otros, incluso, están sospechando lo opuesto: Nos dicen que tras la peste es de esperar un proceso de concentración del poder financiero. En la misma línea, es posible percibir una fuerte destrucción de riqueza y de puestos de trabajo en todo el planeta, el colapso de muchas economías, recesión y multiplicación de la pobreza. ¿Cuántos países, sobre todo de América Latina, están pensando en las consecuencias que esto último traerá? A propósito, ya está comenzando en Ecuador, un desastre humanitario de proporciones aberrantes. 

Sin embargo, también puede haber algunas novedades que traigan buenas noticias. En el lado de las oportunidades, es interesante pensar que se abren espacios para que un país pueda disputar sentido, discutir dogmas, arrancarle una porción al sistema en beneficio propio y lograr algún margen mayor de autonomía que el que se tenía previo a la crisis. Es probable una especie de “permisibilidad” en el sistema internacional que ofrece, en el caos, nuevas posibilidades, alternativas no previstas, iniciativas que pueden tener algún grado de éxito. Se abren espacios que no existían. Aprovecharlos o no dependerá en cada caso de los recursos, los gobiernos y los pueblos en cada lugar. El caso más evidente en este punto (pero no el único) es la negociación y reestructuración de las deudas externas soberanas en condiciones mucho más favorables que las disponibles antes de la enfermedad.   

Mientras tanto, en el centro del poder mundial, Donald Trump comienza a tener problemas, y si la economía tiene una caída profunda y el desempleo crece, como parece inevitable, sus chances de reelección (que estaba asegurada) se ponen en duda. El virus también modificó la política brasileña, donde el presidente Jair Bolsonaro quedó enfrentado en pocos días con los gobernadores, la comunidad científica, los militares y con amplios sectores de la sociedad que comienzan a darle la espalda. Su apoyo popular está cayendo en forma pronunciada.  
En ese contexto, se aprecia una línea divisoria entre los que decidieron proteger la economía por encima de las personas, como Donald Trump en Estados Unidos, Boris Johnson (él mismo contagiado) en Gran Bretaña, o Jair Bolsonaro en Brasil y los que decidieron priorizar la salud, como Alberto Fernández en Argentina. Lo peor de todo es que la actividad económica cayó igualmente en esos lugares que se resistieron a tomar medidas preventivas. Donde no se aplicó la cuarentena tampoco se detuvo la crisis económica, pero la epidemia se expandió en forma impresionante y mortal. 

En la Argentina, el presidente Alberto Fernández emerge como líder reconocido por amplios sectores de la sociedad. La contracara es que a medida que pasan los días, la crisis económica se intensifica (imágenes de miles de personas agolpadas en las sucursales de los bancos son muestra de ello). Algunos empresarios, vale la pena dejarlo claro, asumen el problema y muestran predisposición a colaborar con actitudes solidarias hacia la sociedad. Otros empresarios se ponen enfrente y desafían la autoridad del gobierno. Organizan cacerolazos y atacan la actividad política. ¿Intentan, tal vez, desviar la atención para que no observemos que la estructura de poder que los sostiene no puede soportarse más? Muchos otros, más pequeños, pero identificados con aquellos, los imitan. Se intenta desgastar el poder presidencial, cuyo ascenso estrepitoso, perciben como amenaza.

Al mismo tiempo crece la preocupación social por la situación económica. Hacer política en la Argentina (y el mundo) de hoy es transitar en equilibrio entre esas dos variables: Cuidado de la salud y protección de la economía.   

Y es así, cuando el capitalismo se quiebra, que todos se acuerdan del economista inglés John Maynard Keynes, al que suelen recurrir cuando el sistema está en crisis. Es lo que hacen desde Trump, Macron, Merkel hasta el FMI: Volcar dinero en los países cuando el mercado no está. Obras públicas, control de precios, subsidio por desempleo, pensiones a la vejez, créditos blandos a empresas vuelven a escena. Los ortodoxos se convierten. Los presidentes fanfarrones se desdicen y toman medidas que denostaron hace una semana, cuando ya han condenado a muerte a miles de personas. 

Trump acaba de promulgar el mayor paquete de ayuda económica de la historia por más de dos billones de dólares, que incluye ayuda a hospitales, préstamos a sectores enteros de la economía y a las empresas más agraviadas. Alemania presentó el mayor plan de reactivación de su historia, quebrando la norma que le exige equilibrio presupuestario.

Siguiendo la misma línea, la emergencia nos demuestra que los estados permanecen como los principales actores en la situación nacional, pero también de la política internacional. Cuando la amenaza acecha, las sociedades necesitan que los gobiernos la protejan y las organicen socialmente. 

Por esto, luego de la crisis será más difícil sostener políticas de ajuste, austeridad y argumentos a favor del “estado mínimo”. La población habrá experimentado que el mercado no resuelve asuntos elementales como el derecho a la salud que, finalmente, es el derecho a la vida. En ese sentido, se hace necesario volver a los Estados de Bienestar y poner en el centro de interés de la política mundial a la dignidad humana. 

Los países más importantes del mundo parecen no reaccionar, el virus se les metió en las entrañas. Aquí parece emerger otra conclusión, esta vez desde la política internacional: asistimos al debilitamiento del liderazgo de los Estados Unidos y de Europa. Se ven débiles y en retirada. Sin respuesta. 

En el otro polo del sistema, se observa el ascenso económico y político del Asia-Pacífico. China se sacude las cenizas, se recupera rápidamente y retoma la iniciativa ante la imposibilidad estadounidense. El gigante asiático no sólo está resolviendo el problema dentro de sus fronteras, sino que comenzó una campaña mundial de envío de médicos y suministros hospitalarios. Aviones sanitarios chinos transitarán los cielos de los países afectados. China encuentra la oportunidad de asistir y difundir su presencia en otras latitudes y, nuevamente, de una tragedia obtiene la fuerza para usarla a su favor.  

Mientras tanto, en el “lado B” de la crisis, los pájaros están cantando a todo pulmón, los jabalíes pasean por Barcelona y los delfines regresan a las costas. Los niveles de contaminación han bajado en todo el mundo. El uso de los combustibles fósiles disminuye con su beneficio ambiental consecuente. Un italiano disfruta del aire limpio que volvió a Roma y de los peces que regresaron a Venecia. Mejora el medio ambiente y en todas partes disminuyó la polución. Mientras tanto, la capa de ozono se recupera. Son algunos ejemplos de que nuestro modo de producir y de consumir está maltratando y destruyendo a la naturaleza. De la misma forma que maltrata y destruye la vida humana. Desconociendo así la profunda vinculación que existe entre ambos mundos. Quizá ahora se abre el espacio para frenar esta destrucción. 

La crisis del coronavirus nos deja algunas cuestiones para analizar: La ausencia de liderazgo internacional, el regreso del Estado como actor protagónico (y particularmente del Estado de Bienestar o keynesiano) y el fracaso de un sistema de producción y consumo (financiero, rentístico, neoliberal, destructivo) que debe ser modificado.
Además, dicha crisis vino a decirnos algunas cosas que no queremos escuchar: Nos deja en evidencia nuestra vulnerabilidad y nuestra finitud. Los límites de una forma de ser y hacer. 

 


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