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Horacio González, sociólogo y docente universitario analizó el futuro del gobierno electo y consideró que “las exigencias de Alberto y de Cristina van a ser muchas” porque “no solo” van a tener que “tomar las medidas adecuadas en materia de despenalización del aborto y demás”, y las “medidas económicas” para “reparar la vida popular”, sino también “reinventarse a ellos mismos”.
“Tiene que ser un presidente que exceda las categorías políticas argentinas, tiene que ser un presidente que trace un horizonte humanístico en toda su gestión”, amplió el ex director de la Biblioteca Nacional en este diálogo con y aclaró que debería ser un “humanismo crítico que juzgue al mundo en todas sus miserias, y plantee a la Argentina como un lugar donde esas miserias puedan ser criticadas por sus grandes movimientos sociales”.
González sostuvo que “hay sorpresas interesantes en cuanto al comportamiento latinoamericanista” del futuro presidente como haber “ido a ver a Lula, recibir a Dilma, condenar el golpe a Evo, y entrevistarse con López Obrador”; lo que calificó como “pequeños destellos que permiten pensar que se puede configurar una alianza latinoamericana popular en condiciones adversas”.
En cuanto a lo sucedido en Bolivia, indicó que las críticas a la construcción de la carretera en Tipnis o la reciente crítica del feminismo al supuesto machismo de Evo “deben subordinarse muy drásticamente a la idea principal de que fue un golpe de estado”.
“Son también lecciones para el movimiento popular lo que hay que obtener de aquí”, indicó el sociólogo aunque remarcó que “de ninguna manera esto puede ser excusa para limitar los alcances gravísimos que tiene este golpe de estado, como veo que algunos intentan hacer”.
Sobre los medios de comunicación remarcó que “hoy en el mundo son entidades jurídicas casi, de justicia rápida” porque “se dice tal cosa de tal o cual o persona y ya está juzgado” y planteó la necesidad de que “la discusión pública” le retire “a los medios esa facultad que tienen de enjuiciar”.
-¿Cómo ve a Argentina y los desafíos del gobierno de Alberto Fernández en el marco del mapa regional?
-La palabra desafíos es la más adecuada porque para quienes pensábamos a Fernández sobre la base de su actuación anterior podemos decir que hay sorpresas interesantes en cuanto a su comportamiento latinoamericanista. Haberlo ido a ver a Lula, recibir a Dilma, condenar el golpe a Evo, entrevistarse con López Obrador. Son pequeños destellos que permiten pensar que se puede configurar una alianza latinoamericana popular en condiciones adversas. Porque solo teniendo en cuenta que el enorme gobierno que es Brasil está comandado por un personaje neo fascista, también acá pongamos comillas, porque molesta hablar con etiquetas que significan muchas cosas y que provienen de procesos anteriores. La novedad que hay en el mundo es difícil ponerle un concepto, este concepto es necesario, deberá surgir, porque yo apresuradamente te diría que es una rara coalición entre neoliberalismo y el neo fascismo, lo que ocurre en América Latina hoy. Y ese desafío lo va a tener que afrontar Alberto y lo tendrá que afrontar Cristina con una alianza que sea sólida, que no se preste a los chascarrillos que lo ven a uno diciendo una cosa y a otro, otra. No ha pasado hasta ahora, pero ya veo cómo van a tratar desde la oposición el tratamiento de las acciones del nuevo gobierno. Van a ver contradicciones por todos lados, van a usar los medios de comunicación, eso ya lo vimos. Van a tener que estar preparados para debatir con eso y fortalecer la democracia, el debate parlamentario y fortalecer las movilizaciones sociales también.
-¿Le parece que Macri se va del gobierno con mayor capital político del que debería por el gobierno que hizo?
-Sí te diría que sí, me debería poner a llorar (risas). Pero parece que sí porque en realidad tuvo una votación que todos pensábamos que iba a ser menor. Fernández ganó por mucho pero como se hicieron otros cálculos, Macri aprovechando esa situación se siente más fuerte. Ilusoriamente más fuerte. Efectivamente hará un acto antes de irse, armará lo suyo, sostendrá lo que haga con los apoyos internacionales que ya tenía, pero no me parece que logre mucho. Eso dependerá de la argucia y de la efectividad de las medidas que tome el gobierno próximo en materias tan delicadas como la satisfacción de las necesidades primarias, controles no solo de precios sino de las actividades económicas de todo tipo, del modo en que se va a pagar la deuda, el modo en que se la negocie en términos que tienen que ser muy favorables a la Argentina, no por capricho, sino porque se adquirió de modo muy desfavorable. Entonces hay que inclinar ese modo tan inconveniente con el que se adquirió una deuda centenaria hacia donde el modo y los plazos de pago sean compatibles con el crecimiento de la economía argentina, de la distribución de riqueza de un modo más equitativo y el respeto institucional mucho mayor que el que tuvo Macri, que no tuvo prácticamente ninguno. Gobernó en gran medida por decreto, caprichosamente, todo lo que le adjudicó al kirchnerismo, incluso en materia de corrupción es precisamente el rostro de Macri, la cara a la que hay que atribuirle las mayores expresiones de todo aquello que fueron sus actuaciones contra el gobierno anterior.
-Por este 40% de votos que obtiene Macri, del que una parte podría ser antiperonismo, ¿Es necesario dar una batalla cultural por parte del movimiento popular?
-Sí, llamémoslo así o de otra manera creo que las exigencias de Alberto y de Cristina van a ser muchas. No solo tomar las medidas adecuadas en materia de despenalización del aborto y demás, que son más o menos las medidas que están anunciadas, y no solo las medidas económicas que hay que tomar para reparar la vida popular, el salario, la seguridad en el trabajo; sino también reinventarse a ellos mismos. Se van a encontrar nuevos desafíos que implica que el político que sos vos, que sabe ciertas cosas, que sabe negociar, que sabe reunirse, que sabe respetar, tiene que hacer todo eso y más. Y ese más lo tienen que inventar, yo no te podría decir lo que es porque estoy sentado en mi casa tranquilamente. Pero el que tiene esta brasa ardiente en sus manos tiene que reinventarse. Tiene que leer Latinoamérica. Tiene que decir cosas sobre lo que pasa en Venezuela, en Ecuador, en Bolivia, en Brasil y en el mundo. Tiene que ser un presidente que exceda las categorías políticas argentinas, tiene que ser un presidente que trace un horizonte humanístico en toda su gestión. Lo digo en el gran sentido del humanismo. Un humanismo crítico que juzgue al mundo en todas sus miserias, y plantee a la Argentina como un lugar donde esas miserias puedan ser criticadas por sus grandes movimientos sociales. Lo veo con esa exigencia.
-Vemos que Clarín opera contra Alberto Fernández abiertamente antes de que asuma, ¿Cómo ve a los medios de comunicación?
-Está visto que la ley de medios anterior no va a ser reiterada, una ley democratizadora que en Estados Unidos no llamaría la atención, pero acá sí porque es un monopolio que abarca telefonía, las redes, etcétera. Siendo tan poderoso y estando en los poros de la vida cotidiana de todos los argentinos, el trabajo sobre eso tiene que ser muy delicado. Fernández lo está tratando bien, va a todos los programas de ese espacio, dice lo suyo con autoridad; esa es una manera. Pero no solo no es la única, es una manera que guarda las formas del diálogo, eso me parece bien, que vaya a discutir con todo el aparato de la oposición desde una posición compleja, como es una posición comunicacional de ese tipo; pero me parece que eso hay que discutirlo mejor. Hay que discutirlo como discusión social que abarque no solo a la Argentina. Qué se hace con el estado de los medios hoy en el mundo que son entidades jurídicas casi, de justicia rápida. Se dice tal cosa de tal o cual o persona y ya está juzgado. Esa forma de enjuiciamiento que sustituye a la justicia no es solo un problema político, es un problema de en qué instancia están las instituciones de la justicia heredadas de la revolución francesa o de las antiguas revoluciones. Están en el lugar en el que las pusieron los medios de comunicación, que son casi siempre la justicia en última instancia. Eso hay que evitar y merece una gran discusión. Que existan como monopolios si quieren pero que provean la justicia de un país... Basta que alguien a las 7 de la tarde diga que tal hizo tal cosa y que eso no sea cierto. Todo ese horizonte de carácter jurídico que tienen los medios es lo que tiene que ser discutido y la discusión pública le tiene que retirar a los medios esa facultad que tienen de enjuiciar aún sin saberlo o sin darse cuenta. La locutora de las cinco de la tarde, que recién entra al canal, dice tal cosa y se convierte en un tribunal de primera instancia. Vos le decís batalla cultural, yo le agregaría que es una discusión sobre la lengua de los argentinos. Sobre qué lengua estamos hablando cuando se produce el hecho enjuiciador.
-¿Qué lectura hace del golpe de estado en Bolivia?
-En primer lugar no cabe la menor duda de que esa expresión, golpe de estado, es totalmente adecuada a lo que ha pasado. Y no fue un golpe de estado a la antigua, como se dice, con las Fuerzas Armadas sino que tuvo los mismos protagonistas que tuvo la sucesión de golpes de estado que tuvo Latinoamérica desde el de Honduras hasta este último. Se abre un período con una dimensión geopolítica evidente, que está atravesada por las luchas entre las grandes concentraciones de poder que tienen hipótesis de control de las fuentes de energía mundial, de los flujos poblacionales, de la forma en que se constituyen estados subordinados o vicarios de un gran complejo mundial donde hay estados que se comportan con características imperiales pero también grandes corporaciones, empresas financieras de todo tipo y empresas comunicacionales. En las últimas décadas se ha producido no solo un cambio en las maneras de la guerra, que se metaforizan en términos de guerras comerciales sino en el procedimiento de los medios que también se especializan en formas simbólicas metafóricas que es la destrucción de personas, y de la justicia que también se metaforiza en términos de enjuiciamientos sobre la base de fabricación de pruebas y de la construcción de objetivos que se convierten en una forma de eliminar opositores a un régimen de dominación de lo que, a falta de un nombre mejor, llamaremos neoliberalismo. Pero en algún momento deberá haber una construcción teórica y crítica que denomine con más precisión este momento que está atravesando el mundo en relación a las formas económicas culturales.
-¿Cuáles es la característica específica de lo ocurrido en Bolivia?
-Evo siempre tuvo una oposición interna muy grande y su experiencia es sumamente original porque es una experiencia plurinacional, no hay ningún lugar en el mundo donde el estado conviva con una forma plurinacional. Evidentemente molestaba internamente, y esa molestia podía sentirse en el despacho de la Casa Blanca o en las altas reuniones de ejecutivos de alguna empresa petrolífera o en el despacho del señor Almagro en la OEA. Molestaba porque efectivamente era un modelo de movilización social, un gobierno que se llamaba de izquierda, latinoamericanista, que tenía posiciones muy avanzadas respecto de la propiedad de la tierra, de la nacionalización de las fuentes energéticas. Y también críticas a la carretera de Tipnis y ahora leo la crítica feminista al estilo aparentemente machista de Evo. Estas dos últimas cosas, en caso de que existieran, deben subordinarse muy drásticamente a la idea principal de que fue un golpe de estado, hecho por derechas hoy acompañadas por grupos evangélicos que son difíciles de juzgar, porque nadie está atacando las creencias religiosas de nadie. Pero cuando decimos que los nuevos grupos evangelistas ya nada tienen que ver con Lutero, con Calvino con los grandes reformadores de la iglesia del siglo XVI, son grupos económicos entrelazados con el flujo financiero que ocurre a nivel mundial, grandes propietarios, sobretodo en el este de Bolivia, que siempre tuvieron una posición separatista o golpista o xenofóbica. Y ahora se dio todo en un marco donde Evo estaba atravesando dificultades. Hay un debate, pero no es este el momento de darlo, porque hoy hay que condenar ese golpe de estado; pero me refiero al referéndum, que pudo poner otro candidato; todas esas cosas por supuesto que tienen que entrar en el análisis y forman parte de lo que es un gobierno. No hay ningún gobierno que se mueva sobre la base de un encadenamiento perfecto e irrecusable de los hechos.
Evidentemente Evo debe haber calculado que no tenía fuerzas suficientes para sostener esta situación con un golpismo que probablemente tampoco evaluó la fuerza que tenía, pensó quizás que el ejército iba a mantenerse fuera de esas operaciones y aparentemente se mantuvo así, primero al declararse neutral. Pero de inmediato se percibió que el ejército, con esa pseudo neutralidad, estaba apoyando también el golpe y hasta produjo una solicitud de retiro aparentemente constitucional, pero no lo es, al pedirle al presidente que se retire, todos vestidos con ropa de fajina. Fue un golpe, que ahora se califica de blando o duro, es también duro porque si primero pareció blando ahora hay muertes en las calles. Esto es una preocupación para América Latina porque es otro modelo de golpe, no es el de Brasil que consistió en una operación jurídica y política para poner preso a Lula, notorio ganador de las elecciones si era candidato. Esto es otra cosa, es algo que aprovechó una coyuntura específica, que es Evo que aspiraba a otro mandato. Son también lecciones para el movimiento popular lo que hay que obtener de aquí. Pero de ninguna manera esto puede ser excusa para limitar los alcances gravísimos que tiene este golpe de estado, como veo que algunos intentan hacer.
-¿Cree que lo que ocurre en Chile evidencia las grandes falencias del neoliberalismo?
-Eso está claro. Evidentemente el estallido en Chile, inesperado para muchos, quizás los militantes chilenos puedan decir que para ellos no era tan inesperado, pero para nosotros si lo fue; y ahora están explorando qué forma política tiene esto. Hasta el momento me parece que no la han encontrado porque están trabajando sobre una forma asamblearia, una constituyente que incluya a las asambleas o el gobierno comunal como una instancia jurídica viable; yo estoy de acuerdo con eso, pero lo veo difícil. Acá en la Argentina en el 2001 también se planteó una asamblea constituyente sobre la base de las asambleas barriales, y terminó con un gobierno como el de Kirchner, que fue el resultado de esa disgregación del poder, y el kirchnerismo tomó muchos de estos temas pero no hizo un gobierno asambleario. Se basó en el estado anterior para agregarle reivindicaciones sociales más sensibles. Hay que ver qué pasa en Chile, el movimiento está pidiendo un programa muy avanzado, si se diera me alegraría y festejaría, pero lo que escuché de los representantes de los grupos es que es un programa tan avanzado que me asombraría mucho si realmente ese tipo de estado, de gobierno asambleario, fuese posible. Sería una experiencia a la escala de la historia del siglo XX y siglo XXI totalmente original. Cuando digo esto, digo que es muy difícil, pero no quiere decir que no ocurra y no quiere decir que la política se base solamente en lo fácil; quizás solo se pueda conseguir pidiendo lo imposible, como decían las paredes del mayo del ‘68.