Entrevistas // 2019-03-08
_
Adriana Guzmán Arroyo
“Las mujeres somos la mitad de cada pueblo y hemos criado a la otra mitad”
Voz, cara y cuerpo del Feminismo Comunitario Antipatriarcal surgido en Bolivia, Adriana Guzmán Arroyo explica el proceso de una fuerza feminista genuina que responde a la memoria larga de los pueblos y que alberga a la comunidad como proyecto. Cómo la “masacre del gas” se convirtió en el punto fundacional para que las bolivianas se organizaran en torno al país que desean. De allí, la nueva lucha por desnudar al patriarcado ancestral y los desafíos del Feminismo de Abya Yala.


Adriana Amparo Guzmán Arroyo es su nombre completo. Referencia entre muchas compañeras el llamado Feminismo Comunitario, que, en los últimos años, como urdimbre de un tejido en persistente entramado devino en “Antipatriarcal”.

“Arroyo, Arroyo es el apellido que más me gusta”, remarca en nuestro encuentro en el fondo de un café del trajinado corazón de La Paz. Sin mediar preguntas ni explicaciones siguen risas, son recíprocas. Arriesgo que sintetizan ese código feminista mediante el cual, en algún momento dado de nuestras historias, muchas resolvemos reivindicar la raíz materna.

Lleva casi 20 años dentro de un activismo que supo forjar un feminismo propio y cuya aspiración central es la comunidad. Escribe, colabora en diversas publicaciones y es coautora del libro “El Tejido de la Rebeldía ¿Qué es el Feminismo Comunitario? Bases para la Despatriarcalización”. Estudió en la Universidad Mayor de San Andrés la carrera de Educación Popular hasta que descubrió certeras herramientas para la transformación social fuera de todo claustro. Podría contar también que fue radialista militante en pleno estadillo de la crisis neoliberal de Bolivia, pero parece sentirse incómoda con las formalidades y de un solo tirón decide autodefinirse:

“Soy lesbiana feminista comunitaria antipatriarcal. creadora de vida, he creado y criado a dos wawas (niñas), he sido educadora popular y soy militante del proceso de cambio para que logremos `vivir bien`, porque por el momento las mujeres seguimos `viviendo mal`.”

Hasta hacía unos minutos, antes de entrar al café, me dejaba marear por las laberínticas callejuelas paceñas admirando su progreso inaudito y valorando el oxígeno libertario que trepa semejantes alturas, y que, en mi propia tierra, desde hace algunos años, parece sepultado. Pero ahora retengo en mi escucha su última frase: “las mujeres seguimos viviendo mal”, como si con ella, Adriana, a través de la seguridad de su tono y la trasparencia de sus ojos de almendra me develara una verdad ancestral: para las mujeres no hay prosperidad económica y proceso revolucionario que termine de arrebatarnos los yugos. Y que por eso, nuestro imperativo es no dejar de luchar.
  

Para empezar Adriana, cuéntame cómo se vive en estos años el proceso de avance feminista en Bolivia.

Yo creo que aún no hay un movimiento feminista en Bolivia, hay organizaciones feministas. Cada vez crece más el feminismo y tiene que ver con todo el trabajo que están haciendo las mujeres en Argentina.

“Mujeres Creando” ha sido el espacio de referencia por toda su provocación en los 90, porque evidenciaron lo lésbico público y más. Pero sobre todo como un colectivo urbano con un discurso, desde nuestro punto de vista, bien europeo del feminismo. Lo menciono porque ha sido un impulso, tienen mucha repercusión en el mundo, pero es apenas una partecita. Hay mucho más.

Sus fundadoras son María Galindo (hoy al frente de la agrupación) y Julieta Paredes, quienes vivieron muchos años en Italia. Es decir, su formación feminista y anarquista es bastante eurocentrista. Cuando aquí hemos tenido un anarquismo de construcción propia. Por ejemplo, cuando en los 30 las mujeres estaban discutiendo el voto universal, las bolivianas, nuestras abuelas organizadas en los mercados, dijeron `nosotras no queremos el voto, no nos importa el Estado`.

Entonces, había ya una forma de anarquismo. Nosotras crecimos con toda la intervención que hacen en las paredes, leíamos sus graffitis y comenzaban a tener sentido. Hablo en lo personal y en lo generacional. Pero a la vez no nos hacían tanto sentido porque sentíamos que era solo ese rato, el de la performance, tiras pintura roja y gritas, pero después qué haces, porque la cosa sigue.

A partir de esos sentidos que encuentras en las paredes ¿cuáles fueron tus primeras inquietudes o motores feministas?

Cuando estaba por cumplir 16 años, me acerco a ellas, yo era una niña ya con una hija. Toda esta idea de tener una wawa, de criarla con tu pareja, un poco romántico, pero sobre todo enfocado en la responsabilidad, no me estaba pasando porque el tipo desaparece. Entonces recurro a ese espacio para que me expliquen dónde radicaba esta mentira que nos creemos las mujeres sobre el amor y la pareja. Pensaba: es mentira o es que he escogido a una mala persona. Pero resulta que en el colegio éramos cinco niñas embarazadas y los cinco tipos habían desaparecido, las cinco estábamos paridas y criando solas. Ahí descubro que ese feminismo, en ese momento, no tenía respuestas para mis primeras reflexiones y grandes problemas simplemente porque su campo, en aquellos años, era artístico principalmente. Hoy sí trabajan en otras áreas.

¿Por dónde siguió tu construcción feminista individual y colectiva?

Nosotras nos empezamos a organizar como mujeres en 2003 a partir de la “masacre del gas”, ese fue un momento histórico para la construcción política del país, para nosotras. Las mujeres logramos sostener lo que fue esa resistencia frente a la masacre y construir ideológicamente lo que vino después de ese proceso.

¿De qué se trató esa resistencia y en qué construcción derivó?

En febrero de 2003 hubo movilizaciones sociales masivas contra las políticas de profundización del neoliberalismo de Gonzalo Sánchez de Lozada. Para empezar, el primer dato es que teníamos un presidente gringo, nacido en Estados Unidos, nacionalizado aquí, estudiado en Harvard y que sabía cuatro palabras en castellano. Entonces, un pueblo mayoritariamente indígena que escoge a un gringo como presidente debe estar pasando por algo muy serio. Era un momento de profundización del colonialismo, y nos había ido tan mal realmente con otros gobiernos que parecía que el pensamiento era “este es gringo, este va a solucionar nuestros problemas, va a acabar con la pobreza. Además es rico. Si él tiene plata, nosotros tendremos plata” ¿No? Lo mismo que en la Argentina ahora.

Sí, claro, muy similar.

Pero nosotros con el agregado del colonialismo. En Argentina creo que no existe esto tan fuerte del colonialismo, sino que hay un ideario del exitismo, del empresario presidente con la familia hermosa y su esposa también exitosa. Pero en nuestro caso era el colonialismo. La idea de que “los indios no podemos, no sabemos, por lo tanto hay que buscar un gringo que nos solucione los problemas”.

Entonces este presidente empezó a profundizar sus políticas neoliberales que llevaron a movilizaciones muy fuertes en 2003. Sánchez de Lozada firmó un contrato de venta de gas a Estados Unidos, del cual Bolivia recibía el 12% y las empresas se llevaban el 88%. Y alguien que sabe sumar o restar sabe que eso está mal. Las críticas coloniales de los medios y de la misma izquierda racista decían “pero esta gente marcha y no sabe por qué”. La verdad era que se marchaba porque no teníamos qué comer, en el país no quedaba dinero para el comercio, la educación, la salud. Pero, en fin, nos hemos organizado, movilizado y luchado.

¿Y las mujeres?

Las mujeres principalmente nos encargamos de la olla común, como ha sucedido en otros momentos en Argentina. Y no es muy difícil darse cuenta por qué las mujeres sostenemos los movimientos y esos fueron nuestros primeros encuentros con el feminismo. Por eso nosotras decimos que no venimos del feminismo teórico y de la universidad, no hemos estudiado el feminismo en la academia. No. Venimos del 2003, de la calle.

La resistencia se basó fundamentalmente en un cerco que hicimos a La Paz y duró 31 días. No entraba comida, gasolina, nada, estaba todo bloqueado. Por lo tanto, nosotras tampoco teníamos comida. Nuestro rol fue articular con los barrios y las áreas rurales bajo el concepto de que para resistir teníamos que hacer circular el alimento entre nosotras. Concientizar a la señora de la tienda de no venderle todo a los que querían acopiarse el pan, el arroz, el atún. Entonces, si la señora de la tienda no hubiese sido mujer y no hubiéramos llegado a acuerdos, no hubiésemos tenido cómo sostener al barrio. Y lo logramos.

¿Decís que los varones no hubieran podido generar esta conciencia?

No les importaba, esto no era un tema para ellos. Cuando es la sustancia, qué íbamos a comer para resistir. Con este cerco a La Paz, las mujeres nos las pasábamos en la calle. Nosotras nos ocupamos de la olla popular, como le dicen ustedes. Nos encargábamos de ir adelante en las movilizaciones a modo de escudo de los varones porque todos los días estábamos marchando.

Frente al cerco que hicimos el gobierno sacó a los militares y llegaron francotiradores estadounidenses que se ubicaban estratégicamente en las azoteas de los edificios céntricos. Hubo 61 muertes.

Fue terrible, pero a la vez fue hermoso porque nos la pasábamos en la calle, estábamos todo el día juntas. Entre cocinar y cuidarnos, hablábamos y pensábamos estrategias, discutíamos cómo debería ser el país.

Las mujeres no tenemos tiempo de pensar en política por el trabajo del hogar, ese trabajo impago, por la explotación, por la violencia, y estar 31 días en la calle soñando en el mundo en que quieres, en cómo quieres que crezcan tus wawas, es fantástico.  

¿Qué se consiguió con la resistencia y cómo continuó ese camino que iniciaban en el feminismo?

Se logró que se fuera el presidente, escapando con nuestro dinero en helicóptero, exactamente lo que sucedió en Argentina con (Fernando) De la Rúa un par de años antes.

Luego de la huida del “Goni” (Sánchez de Lozada) se levantó el paro pero nosotras logramos quedarnos en la calle cinco días más. En nuestras casas se nos criticaba porque éramos las flojas que no querían volver. Lo que nosotras no queríamos era la sucesión constitucional y eso discutíamos. Otras compañeras no querían volver a la casa luego de esa experiencia porque nos decían “¿a qué vamos a volver? ¿para que nos peguen nuestros maridos?” Otras no dejábamos de pensar en que debíamos regresar porque hacía 31 días que no lavábamos, que nuestras wawas no estaban en su casa.

Así nos dábamos cuenta de que esas preocupaciones eran nuestras, no de los varones. Empezamos a entender que los varones en la calle eran nuestros compañeros, pero en la casa ya lo no eran, nos hacían callar y esperaban su comida lista. Empezábamos a desnaturalizar también la idea de que solo el hombre habla de política. Esos fueron realmente nuestros primeros encuentros con el feminismo a partir de la conciencia y la humillación.

A posteriori, ¿Qué pensaban sobre los resultados de la masacre y la exposición de sus propias vidas?

De 61 muertos que se cobró la represión de Sánchez de Lozada sólo tres fueron mujeres: una niña y dos mujeres, todas a causa de las balas perdidas. Conclusión: ninguna de las mujeres que estábamos peleando habíamos sido asesinadas. Y nos preguntábamos por qué nosotras habíamos quedado de pie. Lo primero que entendimos es que los hombres piensan que las balas a ellos no los matan. Esa es la violencia machista sobre sus propios cuerpos, porque claro que los matan, pero el patriarcado les hizo creer que son inmortales.

¿Te refieres a esa idea de que los hombres están hechos para la guerra y las mujeres para la casa?

Todas las ideas del caudillismo y de la heroicidad los lleva a la creencia de la inmortalidad o que deben ser mártires. Nosotras, en esas primeras reflexiones nos decíamos: “es que las mujeres no nos hemos expuesto, hemos dejado que maten a nuestros compañeros”. Pero en el fondo sabíamos que no era así. Habíamos buscado los alimentos, cocinado y marchado, a pedido de ellos, adelante. Esa una costumbre bajo la creencia de que a las mujeres no se las reprime.

A horas de que se fugara el gringo en el helicóptero, llegando a una de las ultimas marchas por Catedral de San Francisco, las mujeres que íbamos en primera línea detectamos francotiradores en los techos. Replegamos y les dijimos a los compañeros que hiciéramos fuego con llantas, cuando el humo se elevaba nosotras avanzábamos sobre el borde de la pared tomadas de la mano una por una. Ellos, en cambio, decidieron pasar gritando “no tenemos miedo carajo, no tenemos miedo”. Fueron los últimos fusilamientos. Les dispararon. En nuestra reflexión decíamos: “no han tenido cuidado, ellos se enfrentan a las balas”.

Recuerdo que en ese momento yo tenía a mi niña pequeña y mi hermano a un niño. Sin embargo, mi madre nos dijo a mí y a mi cuñada: “vayan, pongan dinamita si quieren, pero tienen que volver, tienen que terminar de criar a las wawas, hay que pagar el alquiler se vaya el gringo o no. Entonces, nada de morirse”. No le recomendó lo mismo a mi hermano.

Esta construcción social que hay sobre nuestro cuerpo llevó a que ellos, por mártires, héroes, fueran los muertos. A la inversa de sentir culpa, lo que pensamos luego de esa experiencia fue en criar a las wawas de otra forma.

¿Por qué ustedes se resistían a la sucesión constitucional?

Nosotras no estábamos de acuerdo, durante los 31 días en la calle habíamos dicho, igual que nuestras abuelas en los años 30, “no queremos otro presidente”. Entre los hombres se discutía a quien le cabría esa designación, pero nosotras decíamos: “si ya estamos en la calle y estamos bien para qué queremos otro presidente. Nos seguiremos organizando así”. Imaginábamos una asamblea representante de todos los sectores.

Para nosotras fue una traición que ellos hayan optado por la sucesión constitucional. Después de estar un mes en la calle gritando, peleando, comiendo, recogiendo cuerpos de compañeros muertos, curando sus heridas, velándolos, el hecho de que ellos decidieran solos, que salieran a dar conferencias de prensa solos para nosotras fue una traición.

A partir de ahí analizamos muchísimos momentos de la historia en que los varones nos han traicionado a las mujeres, por ahí pasa la reproducción del patriarcado. La Revolución Rusa es un claro ejemplo.

¿Entonces el germen comunitario del feminismo al que comenzaban a darle forma es la convivencia femenina de los días de resistencia en las calles?

Después de ese proceso, que fue largo, Evo (Morales) es elegido presidente. Fue como resultado de la agenda que se creó durante la lucha en las calles y que planteaba qué país queríamos. Evo respeta esa agenda, por eso lo apoyamos. Pero luego se viene la discusión de la nueva Asamblea Constituyente, y allí, nosotras, como mujeres, entendemos que la pelea deja por un rato de estar en la calle para pasar al territorio de las palabras.

Ahí es cuando definimos nuestro concepto de feminismo y empezamos a construir nuestras propias categorías. Entendíamos que la discusión iba más allá de los hombres. Entonces reconocimos al feminismo como “la lucha de cualquier mujer, en cualquier parte del mundo, en cualquier tiempo de la historia, que se resiste y propone frente al patriarcado”.

Nosotras queríamos reivindicar el espacio de la lucha por fuera de las academias, queríamos luchar como Bartolina Sisa. Pero también nos dimos cuenta que no bastaba con la disputa y la resistencia. En 2003 era tiempo de proponer.

Todas las mujeres organizadas a partir de la “masacre del gas” terminamos articulando en la Asamblea Feminista y nuestra conciencia era que había que construir otro país. Entre tanta falta de acuerdos, entre nosotras, entre nosotras y los varones, estábamos seguras de lo que no queríamos, y ese fue nuestro punto de partida. No aceptaríamos un presidente gringo, que se roben nuestros recursos, que nuestros hijos no tengan qué comer.

Es decir, sabíamos que era importante cambiar las cosas desde el fondo, con esta idea ya del feminismo comenzamos a discutir más desde lo comunitario. Porque el encuentro con la comunidad fue la “masacre del gas”. Nosotras venimos de la memoria de la comunidad y en esa lucha nos reencontramos con esa memoria. Fueron 31 días donde nuestros hijos se criaron entre todos los hijos de las demás hermanas. Esa es la comunidad.

Y decíamos: “funcionó en la ciudad, la policía nos respetó, no hubo feminicidios ni denuncias de violaciones. Entonces, así queremos vivir, en esa comunidad donde todos nos cuidamos, donde no necesitamos seguridad militar, donde a nadie le falta comida.”

¿Y qué impronta tuvo esta idea de lo comunitario en la nueva Asamblea Constituyente que ya se discutía?

Justamente por eso empezamos a darle forma a lo comunitario porque había que proponer, escribir una nueva Constitución. Muchos compañeros indianistas nos decían que el problema era el colonialismo, que había que descolonizar. Nosotras no teníamos los elementos teóricos, pero casi por intuición decíamos que eso no bastaba porque nuestros compañeros salían a pelear contra los gringos, pero cuando volvían a casa nos golpeaban.

Es allí cuando nosotras proponemos agregar a la idea de descolonización la de despatriarcalización. Finalmente, no se agregó a la nueva Constitución, pero al menos ya discutíamos ese concepto.

Entre esas categorías iniciáticas del Feminismo Comunitario ustedes hablan del “entronque patriarcal” ¿De qué habla ese término?

Esto quiere decir que nosotras, cada una desde su experiencia, no puede idealizar la comunidad y decir que entre indígenas todo es lindo, que a través de la “pacha” todo lo sabemos. No. En la comunidad también ocurren tremendos hechos machistas y pactos de encubrimiento entre varones.

Hay patriarcado en esa comunidad que habla de la pacha, del sol, de la luna, del respeto a la naturaleza. En esa comunidad nuestro cuerpo tampoco vale lo mismo que el de un varón.

Por una cuestión estratégica, nosotras sostuvimos que antes de la invasión española había un patriarcado, es decir, lo hemos dicho y asegurado para que ellos no nos hagan creer que en la comunidad las cosas funcionaban con igualdad y sin violencia hacia nosotras. De allí viene esa categoría de entronque patriarcal.

El discurso de la cosmovisión de nuestros pueblos encubre esta realidad, y es muy complicado demostrarlo. En concreto me refiero a la justicia indígena que es presentada como genuina, propia, pero a esa justicia no le importa la cultura de la violación, de la violencia, del incesto, del feminicidio, no le importamos las mujeres.

Así se entiende que era muy claro que no bastaba con descolonizar, no todos los males sobre nosotras fueron producto exclusivo de los españoles, ya venían de antes. Por supuesto ya sabíamos del sometimiento de los incas a las mujeres, aunque haya sido presentado como un paraíso. Ellos ya se habían apropiado del cuerpo de las mujeres. En cada guerra tomaban a las hijas de las autoridades de los pueblos sometidos y eran recluidas en la Isla de la Luna, eran formadas en oficios y luego entregadas como premio a guerreros y sacrificadas al sol.

Entonces nosotras no permitimos que nos digan que acá antes estaba todo bien porque este sistema ya estaba ensañado con nuestras vidas. El sistema de herencia en las comunidades sigue siendo sumamente injusto con las mujeres.

Entonces nosotras ahí descubrimos el entronque colonial. El sufrimiento que nos trajo el hombre blanco se sumó al que ya teníamos en nuestro propio territorio. En todas las comunidades de Abya Yala hay un doble patriarcado, inclusive en la actualidad.

¿Y luego cómo se manifiesta esa violencia patriarcal en términos capitalistas?

Por ejemplo, mi padre y mi hermano iban a trabajar, con mi madre les cocinábamos, le lavábamos la ropa, los calzoncillos, las medias del futbol, les preparábamos el descanso; y ellos eran los malpagados. Por eso para nosotras el patriarcado es el sistema de todas las opresiones, no es que por un lado esté el capitalismo y por el otro el patriarcado. Van de la mano. Así, los superexplotados aprenden a explotar en nuestro cuerpo.

¿En qué fue derivando entonces en Feminismo Comunitario y cuáles fueron sus demandas?

Comenzamos a encontramos con otras mujeres, fuimos a encuentros feministas, viajamos, intercambiamos. Nos unimos con Julieta Paredes, que a su vez fue una de las fundadoras de “Mujeres Creando” pero al tiempo dejó ese espacio. Ella, desde su feminismo autónomo nos planteaba la lucha por la legalización del aborto. En ese momento sentíamos que nuestras prioridades eran otras. Pese a ello siempre nos pareció una demanda legítima.

Con Paredes creamos esto que es el Feminismo Comunitario, luego rompimos con ella (por situaciones de violencia ejercidas hacia el interior del espacio actualmente Paredes enfrenta una demanda judicial). Hoy lo llamamos al Feminismo Comunitario Antipatriarcal. Lo nombramos comunitario por la experiencia de la “masacre del gas” y de la memoria larga de nuestros pueblos porque a partir de ese hito histórico nos reconocimos como aymaras, quechuas, guaranís.

Antes de eso yo supongo que muchas de nosotras pensábamos que éramos blancas porque habíamos crecido en la ciudad y habíamos aprendido a leer y a escribir en español. Nuestras madres aymaras nos decían: “tú eres linda, eres de la ciudad, no eres aymara”. ¡Había esa lógica! Y nosotras ahí comenzamos a tomar mayor conciencia del colonialismo, el racismo, el machismo, la identidad.

En otros encuentros con otros feminismos se hablaba del patriarcado, el género, el sistema cis género, la teoría queer, nosotras no entendíamos de eso, y nos impacientaba no escuchar propuestas. Pero nos sirvió para entendernos más a nosotras mismas: nuestra propuesta es comunidad, vivir en comunidad, cambiar los modos de relaciones entre personas, el vínculo con la naturaleza.

¿Y qué lugar queda para el varón en la comunidad?

La comunidad, porque es de todos. Entonces aquellos feminismos nos cuestionaban ¿es un feminismo también para hombres? Nosotras creemos que hay que hacer comunidad, y que entonces la pelea no es pretender ser iguales porque nunca lo seremos, sino que podamos relacionarnos desde esa memoria larga, con respeto a nuestros derechos, con las mismas posibilidades de participación política y de decisión, sin violencia. Hoy algunos hombres están en este replanteo.
 

¿Por qué crees que nos ha tocado a nosotras ese desafío de tener que explicarle al varón que somos parte de la misma lucha?

En nuestro caso ha sido porque la comunidad es con ellos, no podíamos entender hablar de comunidad sin ellos. Pero en un segundo momento porque ha sido un tema de responsabilidad política, ellos son nuestros hermanos y si queremos trasformar el mundo ellos deben transformar sus prácticas como hacemos nosotras cada día. Hay violencia contra las mujeres porque ellos nos matan, no nos matamos entre nosotras. Ellos nos violan. Nosotras no tenemos esa práctica de ejercicio de poder sobre el cuerpo del otro.

Entonces para nosotras era necesario sumarlos, la trasformación del país venía con ellos. En ese camino también nos hemos dado cuenta que hay cosas que debemos hacer por separado: como tomar nuestras propias decisiones, armar nuestro propio discurso para negociar luego con ellos. Con ellos es la primera negociación, después vamos donde el alcalde y el presidente.

En Bolivia hemos logrado desde el 2003, con más impulso en el 2008, un movimiento de mujeres fuerte que cuestiona al patriarcado, no solo al capitalismo, y queremos buena salud, educación, y aun luchamos por la jubilación universal. Entendemos que somos la mitad de cada pueblo y hemos parido y criado a la otra mitad, entonces exigimos esa jubilación que aún no existe. Es la gran deuda.

En Argentina se logró bajo la presidencia de Cristina Fernández la jubilación de amas de casa. Fue un gran reconocimiento para ese trabajo no remunerado e invisible de nuestras madres ya abuelas, sin embargo, pasó por alto entre las reivindicaciones del feminismo más radical.

Bueno, a nosotras cuando nos definimos como feministas comunitarias lo primero que nos preguntaban era si creíamos en el Estado. Y nosotras decíamos que no. Eso fue muy complejo porque además con Evo tuvimos el primer Estado Plurinacional. Sucede que tenemos la certeza de que la comunidad como forma de organización es posible. Pero ya tenemos este Estado con una estructura que debe funcionar y para eso entendemos que no debemos dejar de hacer estos planteos y demandas. Esa es nuestra construcción sobre el proceso de cambio que vivimos.

Dentro de ese proceso demandamos despatriarcalización, erradicación de la violencia machista, jubilación universal, pero aún no han sido tomadas en lo concreto, y no dejaremos de insistir.

Hemos participado en cumbres internacionales donde los compañeros argentinos nos felicitan por el presidente que hemos conseguido, pero claro, nosotras nos paramos para decirles que la olla no se llena solo con palabras, que acompañamos este proceso reclamando lo que se nos debe. La Constitución no se come, hay que transformar la matriz capitalista. Esa es la más grande de las deudas.

¿A qué piensas que se debe el incremento de la violencia sobre las mujeres, no solo en Argentina y Bolivia, sino en toda la región?

Primero, porque hay una reacción contra nuestra organización. En nuestro caso llevamos 10 años de crecimiento y fortalecimiento del movimiento de mujeres, esto provocó reacciones y llevó a cierta desarticulación del movimiento.

El oficialismo se nutre de la percepción de las Bartolinas, una agrupación de mujeres que responde a Evo, y yo creo que definitivamente él es un compañero, pero si no hay un trabajo comunitario coactivo hay una pérdida de realidad en el poder. ¿Si no hay autocritica qué construimos?

El Estado, aunque haga intentos de cambio, porque los ha hecho, tiene una estructura patriarcal y de violencia hacia las mujeres. Y estamos en un momento de profundización del capitalismo donde las mujeres somos la carne de cañón. Nuestros cuerpos alimentan esa maquinaria.

¿Cómo ves el feminismo en la región y que impresión te deja el de Argentina?

Desde el 2007 somos Feminismo Comunitario Antipatriarcal y somos parte del Feminismo del Abya Yala. No queremos un feminismo nacionalista, queremos uno que rompa fronteras, porque si no cada una se queda dialogando con su propio Estado, y la construcción pasa por la forma de vida que queremos las mujeres.

Yo creo que en la región el feminismo es el único espacio desde el cual se puede cuestionar al sistema porque las demandas y movilizaciones del movimiento obrero y campesino han estado tan cooptadas y han sido tan fragmentadas, incluso en estos procesos revolucionarios, que las únicas que hemos quedado con actitudes críticas constructivas hemos sido las feministas.

Aquí, en Ecuador, en Venezuela se han dado procesos importantes desde el pueblo pero con poca autocrítica, con mucha institucionalización, con un machismo que se recicla permanentemente, con un caudillismo que nos pone en riesgo: no puede ser que si Chávez se muere todo se caiga, que si no lo reelegimos al Evo no hay más proceso de cambio. Son lógicas del poder masculinas y por eso terminan tan fragmentados, y es el feminismo el que tiene hoy la posibilidad de cuestionar porque además lo vemos en nuestros propios cuerpos.

Argentina en los últimos años ha tenido un aporte importantísimo, y sobre todo desde lo simbólico, en esa fuerza de convocar a tantas compañeras conscientes en la calle. Eso nos ha alimentado la esperanza, nos ha llenado de fuerza para rearticularnos en diferentes lugares, pero hay que aprender de la autocrítica permanente porque el de Argentina no ha dejado de ser un feminismo blanco que se concentra en autonomía de los cuerpos con sus demandas del aborto, pero no mira hacia su costado, donde están las migrantes.

En las marchas del aborto nosotras vemos a nuestras hermanas bolivianas luchando, pero ellas no son las referentes. Nosotras hemos participado de los Encuentros de Mujeres de Argentina en Trelew y en Chaco, y hemos planteado que debe ser un encuentro plurinacional, sin fronteras porque las aymaras, las quechuas, las guaranís, las mapuches también queremos ser parte, pero aún no hay espacio para este debate.

¿Qué lugar le han dado a la discusión del aborto en Bolivia?

Esa discusión la hemos dado desde nuestros cuerpos y desde la memoria larga de nuestros pueblos. Y ahí hay todo un debate porque sostenemos que hay que defender la idea de que las mujeres ancestralmente hemos abortado. Nuestras abuelas han sabido qué momentos eran para parir y qué momentos no. Y nadie las ha obligado a hacer lo contrario de su voluntad como hacen ahora con esa “ideología” de que somos la cosmovisión de la vida, que las mujeres estamos hechas para parir. Sabemos que históricamente no ha sido así.

Pero nosotras creemos que aquí es necesario que los varones, nuestros compañeros, discutan sobre sus cuerpos porque está bien que tengan pañuelo verde, que nos acompañen al pañuelazo, pero cómo nos aseguramos que ellos tengan eyaculaciones responsables, cómo nos aseguramos que nuestros compañeros de izquierda, indígenas tengan eyaculaciones revolucionarias, que se harán cargo no solo de la alimentación de esos seres, sino de su formación política y de su cuidado. Nosotras a los varones que se suman al pañuelazo les exigimos que traigan una caja de condones y que antes repartan entre sus amigos.

A nosotras nos ha costado dar este debate, pero me parece que a partir de que ustedes lo ponen en la escena pública es el tema de la articulación feminista en toda la región.

Por último, la cultura andina se explica desde el juego de la dualidad y los complementos, que suele representarse como varón / mujer en el caso de los géneros ¿En qué lugar quedan dentro de esta esta cosmovisión las personas disidentes y que no se sienten representadas con la heteronorma?

A partir de aquel entronque patriarcal es que nosotras decimos que hay un patriarcado ancestral que ha tenido sus propias pautas de explotación, de opresión y por tanto ese sistema ha sido construido sobre el cuerpo de las mujeres.

Uno de los planteos incas fue el matrimonio, es decir, más allá de la ceremonia, un hombre y una mujer en edad de reproducirse se juntaban se les daba una llama, herramientas y un pedazo de tierra. ¿Y qué hacían si mujeres querían a otras mujeres? ¿Los varones a otros varones? Bueno, eso al inca no le servía porque necesitaba que nos reproduzcamos.

Entonces, lo que planteamos a partir de estas supuestas enseñanzas es la descolonización de la sexualidad. Porque claro, también nos preguntamos esas mismas cosas y tratamos de hablarlo con nuestras abuelas. ¿De dónde sale esa idea de que la luna se tiene que casar con el sol? ¿Por qué es Mama Paxi y Tata Inti? Mama significa adulta, no necesariamente es “madre”, pero se ha simplificado mediante el machismo a tal punto que se dice “Pachamama” por Madre Tierra. Es muy incoherente porque además se habla de esa idea como el cuidado sagrado sobre la madre – tierra, cuando aquí las madres son maltratadas.

Responde al cruzamiento del patriarcado y la colonización sobre nuestra visión ancestral. Ancestralmente no existía la imposición de la maternidad, la mujer que no paría podía criar si deseaba, porque la crianza era una responsabilidad comunitaria.

Por otro lado, no creemos que las mujeres siempre hayan estado con los hombres, de hecho, en mi propia familia o en la comunidad de mi madre siempre hubo tías que vivían con otras tías. No se les llamaban lesbianas, no se discutió nunca si tenían relaciones entre ellas, pero funcionaban así. Por eso la sexualidad es el otro gran espacio a descolonizar y despatriarcalizar en este territorio. Hay que abandonar la idea de la luna casada con el sol, y esos opuestos, en todo caso la naturaleza, como las construcciones sociales, se deben al movimiento. En lo personal, a modo de confesión, siempre pensé que la luna estaba con `la laga´ (Lago Tiquicaca), en la noche sus movimientos de acercamiento y separación permanentes me lo confirman, es pura atracción. Hoy estamos discutiendo todo esto desde nuestra identidad indígena.

La heteronorma cosmogónica es una imposición colonial. Hay que apreciar la pluralidad de los cuerpos, nuestros erotismos son plurales. Yo soy lesbiana política, hoy he decidido hacer mi vida con una mujer porque el patriarcado nos mata. Pero me gusta pensar en esa pluralidad y no caer en ninguna norma, la lesbonorma también es un riesgo, como todas las normas. Pero es una nueva discusión en la comunidad y nuestras abuelas nos apoyan en estos debates, los abuelos pensarán que estamos locas.

  


/ En la misma sección
/ Entrevistas
Silvio Rodríguez: “Si en 60 años no pudimos desarrollar una creatividad que supere el bloqueo, estamos mal”
/ Entrevistas
‘Corte’ de Igor Marojević: La novela que mezcla a Hugo Boss, la segunda guerra mundial y los Balcanes.