Mendoza // 2018-10-12
_
Georgina Orellano y la poderosa costumbre de cuestionarlo todo
La titular de Ammar y referenta de “Putas Feministas”, visitó la provincia para acompañar a sus pares en la búsqueda de estrategias frente al nuevo Código de Faltas y al Encuentro Nacional de Mujeres. En ese contexto cedió su tiempo a VCF para hablar sobre diversos aspectos que atraviesan al trabajo sexual y su relación con los feminismos, y sobre la realidad política social del país.

Fo????????????????????????????????

“El Código de Faltas de Mendoza es volver a los edictos policiales del 75 hasta el 83”, respondió ante la pregunta que disparó una extensa charla que se propuso saltar del debate “reglamentarismo vs abolicionismo”, como suele presentarse habitualmente en medios y academias para centrase más bien en la realidad de este colectivo de mujeres, sus procesos de construcción en la búsqueda de derechos laborales y aceptación social, y sus propias experiencias en la vida diaria.

Previo al encuentro para la entrevista, Georgina Orellano había compartido una reunión con las integrantes de Ammar Mendoza donde la pusieron al tanto de cada detalle de la nueva legislación que redobla la penalización sobre ellas. A diferencia de la mayoría de las provincias del resto del país, en Mendoza el trabajo sexual es delito y se prevén severas penas sobre su ejecución.

Si bien toda la figura de Georgina es imponente, sus enormes ojos vibrantes destacan, y más cuando hace referencia al panorama que ofrece el código para las trabajadoras sexuales mendocinas: “los contravencionales están presentes en 17 provincias, todos son persecutorios y dañinos para nuestro ejercicio, pero sin duda Mendoza es una de las más prohibicionistas del país. Es un retroceso dictatorial que implicará mayor clandestinidad, inseguridad, precarización y violencia institucional sobre nuestras compañeras”, dijo de un tirón.

Descansó unos segundos y siguió: “si bien las putas siempre fuimos criminalizadas, lo que ocurre acá es encarnizado, es entregar todo el poder a las fuerzas de seguridad y a la sociedad para que ejerzan su violencia contra las compañeras, se contemplan más días de arresto que en otros códigos. Hay mucha preocupación sobre cómo se va a resistir día a día.”

-Hablabas de inseguridad, al respecto te pregunto cuál es el límite o la barrera entre el trabajo sexual y la trata.

Cuando hablamos de trabajo sexual, hablamos de personas mayores de edad que de forma voluntaria ejercemos esta actividad que consiste en ofrecer servicios sexuales y/o eróticos a cambio de una remuneración económica. Se puede desarrollar en distintos espacios, no solo en vía pública y en departamentos privados. También en redes sociales, mediante la webcam, hay servicios a personas con discapacidad y diversidad funcional. Es decir que el trabajo sexual y todos los espacios donde se pueda desarrollar es muy amplio.

Cuando hablamos de trata de personas nos referimos a un delito gravísimo, el peor, donde no existe el consentimiento propio, donde hay engaño y explotación. La persona es forzada, violentada, enajenada, está en contra de su voluntad.

Entonces que se equiparen ambas cosas es generar mayor estigma social sobre nosotras y reducirnos a la cuestión de víctimas y a un objeto que no puede consentir, ni decidir sobre su propio cuerpo, ni qué hacer con su propia vida o en qué mercado laboral insertarse.

Ammar es parte de la CTA y compartir experiencias sindicales y de organizaciones sociales nos hizo comprender que la trata no solo atraviesa el mercado sexual sino también otros, como el trabajo textil y el rural, por ejemplo.

Sin embargo, en esta discusión que se torna en fuertes tensiones, sobre todo en los feminismos, no se plantea la cuestión que de legalizarse el trabajo textil se fomentaría aún más la trata de personas o si de comprar tales marcas también se está promoviendo.

Nosotras sostenemos que acá hay una cuestión moral. Y tiene que ver con las partes del cuerpo con que trabajamos, con las que optamos o decidimos trabajar dentro de las pocas opciones que tenemos por pertenecer a la clase trabajadora. No se cuestiona tanto la explotación de los conocimientos y de ciertas partes del cuerpo como la espalda, las rodillas, las manos, las piernas como sí se juzga el recurso de la genitalidad.

-El trabajo intelectual implica de hecho explotación de conciencia, un ejemplo claro es el periodismo …

Hay una diferencia que hacen entre trabajos dignos y trabajos indignos. Nosotras caemos en la clasificación de la indignidad porque hacemos algo que la sociedad no espera de parte de nuestra por el hecho de ser mujeres.

Nosotras nos corremos de ese mandato del cual renegamos, el que históricamente se nos impuso desde el sistema patriarcal, que es ofrecer nuestros servicios sexuales a través del amor y la gratitud. Donde debemos ceder y obedecer al placer del otro y donde nunca está presente nuestro goce sexual.

Como la trabajadora sexual se corrió de esas normas establecidas y puso las propias luchando contra la explotación laboral y defendiendo la autonomía total del trabajo sexual, no somos aceptadas. Creo que tiene que ver con eso, con que además planteamos otras lógicas de disfrute sexual u otras formas de llevar acabo nuestra sexualidad.

Hay una clasificación que históricamente se hizo entre las mujeres buenas y las mujeres malas, y entre ciertas sexualidades que están legitimadas socialmente y otras que son condenadas. La sexualidad que se ha legitimado tiene que ver con la institución matrimonial, con el amor romántico, con un contrato sexo-afectivo y que nosotras propongamos otra forma de construcción sexual viene a replantear qué nos pasa a las mujeres. Todas que estamos atravesadas por prejuicios sociales.

Lo que interpela cuando aparece la trabajadora sexual como sujeto político empoderado, que habla, que decide, que se organiza, que plantea la sindicalización tiene que ver con eso, con interpelar tu sexualidad.

-¿Y por qué crees que se niega ese reconocimiento desde adentro de los feminismos?

Se niega porque está la cuestión moral de fondo. Porque también se niega el poder de decisión de un colectivo de trabajadoras. Hay un tutelaje histórico. El feminismo en argentina fue construido por las feministas blancas y académicas que han hablado en el proceso de todos estos años no solo por las trabajadoras sexuales, también por las trans, las lesbianas, las villeras, las migrantes, las originarias, las desocupadas, las piqueteras. Hay una disputa de poder allí.

Por eso la negación a habilitar la voz de otra sujeta política que no plantea lo que históricamente han planteado los mismos sectores. Propone otras reivindicaciones que no tienen que ver con las políticas de rescate. Existe un feminismo maternalista que piensa desde un lugar superior, que se piensa como salvador de otras mujeres. Es bastante patriarcal creer que vos desde tu lugar de privilegio podés ir a salvar a las otras y no escucharlas, sin considerar que tienen los mismos derechos laborales que vos tenés como docente, funcionaria, trabajadora del estado.

-¿Y cuál es el planteo de la soberanía del cuerpo de las trabajadoras sexuales que difiere de ciertos feminismos?

Lo que nosotras planteamos tiene que ver como mujeres parte de la clase obrera que se organizan para mejorar sus condiciones laborales, tener acceso a derechos, combatir la explotación laboral, pero también entendemos que se cruzan un montón de cuestiones que no se vinculan con la lucha obrera. Sino que van hacia esto de la soberanía de los cuerpos y la sexualidad.

Cuando se habla de trabajo sexual se piensa exclusivamente en la sexualidad, no en nuestras condiciones como clandestinas que implican inseguridad, pago de coimas, abusos, detencione. Y la soberanía de los cuerpos cuando se plantea dentro de los feminismos no habla en un cien por ciento de la soberanía real porque fíjate qué pasa cuando la que habla del derecho a decir es una trabajadora sexual.

Ahí no se respeta la soberanía de esa compañera. Si no que más bien se cuestiona su poder de decisión, se juzga y se la niega. Las que plantean la soberanía, plantea su propia soberanía.

-Pero plantean autonomía…

Sí, pero proyectan su autonomía con el del resto de las mujeres. Es decir, bueno yo soy autónoma y quiero decidir ser mamá, abortar, insertarme laboralmente y creen que de esa manera en que ellas decidieron representan la totalidad.  

Entonces es ahí donde nosotras entendemos que a cierto feminismo le hace falta conciencia de clase. Les falta entender que no todas somos iguales, que algunas nacieron con ciertos privilegios y otras en plena desigualdad, y que en todo caso para nosotras la prostitución no es un problema.

El problema es que las mujeres pobres cuando salimos a trabajar, los trabajos a los que podemos acceder son mal pagos, precarizados y feminizados. Entonces el problema real es qué estamos haciendo nosotras desde la militancia y los espacios donde estamos disputando poder para darle más oportunidades a las mujeres y que las pobres no tengamos solo en nuestro abanico de opciones ser puta, niñera o empleada doméstica. Se trata de entender que el mercado laboral es también cruzado por el patriarcado. Todo el sistema capitalista configura al cuerpo de la mujer para trabajos mal pagos.

Para nosotras no es interesante discutir desde el lado de la prostitución, no queremos discutir con una abolicionista lo que hacemos. Lo importante es discutir que estamos haciendo para que todas las mujeres tengamos mejores oportunidades laborales.

-¿No percibís que se propone cierta idea romántica del trabajo sexual?

No. Nosotras tratamos de llenar el desconocimiento que hay sobre nuestro trabajo porque se dan ciertas cosas por hecho con contenido político. Claramente las primeras que criticamos las condiciones laborales somos nosotras. Ningún trabajo es romántico, pocos son realmente dignos. Los que romantizan el trabajo son los que terminan cayendo en un discurso que es funcional al capitalismo que hablan de que hay algunos trabajos dignos y otros no.

Georgina es activista, referenta feminista, sindicalista, madre y continúa parándose cada día en la esquina. Prepara su primer libro de crónicas Puta Feminista donde cuenta experiencias del trabajo sexual en primera persona pero pensado como una herramienta colectiva. Lo edita Radom House y se presentará oficialmente en diciembre de este año.

-¿Cómo se da el proceso de empoderamiento de las mujeres que trabajan en la calle en su práctica diaria?

Ninguna nació feminista, todas nos estamos deconstruyendo, desnaturalizando prácticas, trasformando nuestro lenguaje, queriendo derribar estructuras, fomentando nuevas formas de vida más igualitarias.

Lo primero que sentimos cuando decidimos ejercer el trabajo sexual es un montón de culpa, no aparece el empoderamiento como lo principal. Es vergüenza.

A diferencia de otros trabajos que hice, cuando empecé como trabajadora sexual sentía que estaba haciendo algo malo. Sentía que la sociedad me señalaba, que tenía que agachar la cabeza, que no tenía que disfrutar porque la lógica instalada es la del trabajo forzoso. Como yo en mi trabajo a veces sentía placer, me ponía mal. Pensaba que si había placer no era trabajo. Darme cuenta que estaba haciendo un trabajo más donde no todo era malo fue un proceso.

Estamos en una sociedad hipócrita donde se denigra a la trabajadora sexual y yo cuando me inicié compré eso porque claramente no tenía los conocimientos de la organización. Siempre estaba eso de decirnos con las compañeras de la esquina ‘vengo a trabajar por seis meses y me voy´, para autoengañarnos o autosatisfacernos con tal de que la vergüenza duela menos. Llegamos a mentir durante años a nuestra propia familia. Yo estuve ocho años viviendo en la clandestinidad, ocultándolo, con miedo de que me descubran, que le cuente a mi hijo, de que me rechace. Pero fue hasta que conocí la organización y comencé a derribar mis propios prejuicios.

-¿Cómo conociste la organización?

Porque tuvimos un problema en la zona de trabajo con la violencia policial y se acercaron las compañeras de Ammar. Nos dijeron que la organización no solo estaba para darnos información sobre enfermedades de trasmisión sexual, sino que el fin era alcanzar derechos laborales y terminar con la persecución policial, y que era un sindicato de hecho, pero no de derecho. Nos dieron respuestas efectivas.

Cuando estaban en peligro nuestras fuentes de trabajo nosotras sentíamos que nadie se iba a preocupar por los derechos de las trabajadoras sexuales y naturalizábamos que estaba bien pagarle coimas a la policía, que teníamos que buscar otras zonas, aislarnos. Cuando Ammar nos explicó que el trabajo sexual no es delito, que lo que hacían los vecinos con nosotras era discriminación y que existía el aprovechamiento policial, nos sentimos acompañadas, fue una sensación de alivio.

-¿Cuál es el lugar del proxeneta en todo esto que me contás?

Para nosotras el proxeneta es la policía. Entendemos que en el imaginario social está la idea del hombre malo que nos caga a palos y nos saca plata, ese hombre malo es el oficial. Y hoy podemos decir que es el intendente, el gobernador, el estado que con sus multas se enriquece a costa nuestra.

-La figura del proxeneta en este avance del feminismo, de la denuncia de la trata y el empoderamiento de las trabajadoras sexuales ¿Sigue vigente?

De manera mucho más clandestina.

-¿Ustedes reniegan de eso?

Renegamos de que cuando se piensan políticas públicas en torno a nuestro trabajo nunca hemos sido convocadas a planificarlas, otras personas han hablado por nosotras. Se han sentado a pensar qué hacían con los cabarets, las whiskerías, el rubro 59, personas que quizá han tenido la experticia de haber estudiado sobre la prostitución, pero no nos han escuchado. Eso no pasa con otros sectores, cuando se discuten paritarias docentes no llaman a los metalúrgicos, llaman a los docentes y a sus dirigentes.

Entonces ¿qué pasa con las putas? Llaman a las feministas abolicionistas y a las iglesias, a los abogados, pero no a nosotras. Se pensaron políticas para combatir la trata que claramente afectaron no solo nuestros modos de trabajo, sino que fomentó la explotación laboral en el sector.

Se cerraron los cabarets y las whiskerías, pero pasaron a funcionar en lugares mucho más cerrados donde nosotras no podemos contactarnos con esas mujeres. Ahora es completamente invisible. Proliferaron departamentos privados y allí se deja la mitad de la ganancia y se monopoliza el sector, y hasta hay verdadera trata.

-Con el avance evidente del feminismo se cuestiona cada vez más el rol social del varón ¿Qué pasa con el que consume trabajo sexual?

Siempre que se pensó al cliente de la prostitución se imagina a un varón y se deja afuera que hay miles de mujeres que demandan el servicio. Lo mismo pasa con el ofrecimiento del trabajo sexual, siempre se piensa en la mujer. Negando que hay hombres que ejercen la prostitución y son menos castigados a nivel social y en las leyes que solo se rigen sobre las mujeres y eliminan otras identidades que ejercen el trabajo sexual.

Cuando se habla de cliente se crea el estereotipo del hombre malo, violador y violento. Nosotras no podemos establecer un estereotipo de cliente, son todos distintos y buscan servicios desde los más amplios a los más diversos.

-Es difícil no pensar en un cliente que recurre al servicio trasnochado, violento, sacado…

El novio nuestro también viene trasnochado, sacado y nos caga a palos. A nosotras nos cuesta hablar de los clientes porque queremos hacer una deconstrucción de nosotras mismas. Lo que nosotras discutimos con las compañeras es pensar la relación con el otro desde el desapego.

Lo que ponemos en valor respecto a nuestro trabajo es por qué nosotras con el cliente negociamos y ponemos las condiciones, como el uso del preservativo, el lugar, el tiempo, pero cuando estamos enamoradas o atravesadas por el amor romántico no negociamos nada, ni siquiera el uso del preservativo. Ahí todas obedecemos y somos funcionales al placer del otro. El cliente por lo menos pregunta, el novio no pregunta. Muchas veces hasta pone en primer plano el tema del disfrute, nuestros novios no.

El trabajo sexual nos ayuda a deconstruir al amor romántico, a la institución del matrimonio, a la monogamia, a la construcción sexo-afectiva para replantearnos otras formas de una mujer que tiene derecho al goce.

-Me pasa que cuando camino por zonas que están delimitadas, de alguna forma, para el trabajo sexual no me encuentro con mujeres que se vean felices, empoderadas o que presenten buenas condiciones de vida…

Ningún trabajo te hace feliz. Para nosotras todo eso que decís tiene que ver con el estigma, con la mirada social que pesa sobre nuestras espaldas y nuestras historias. Tiene que ver con la clandestinidad de este trabajo. Tenemos compañeras de 70 años que tienen que seguir haciendo la calle porque nunca tuvieron la oportunidad de jubilarse, deberían elegir si quieren seguir parándose en la esquina o no.

En la esquina nunca nos vas a ver paradas con orgullo, nos pesa un montón ese estigma y saber que somos ilegales. Eso se va a mejorar con un reconocimiento legal del trabajo sexual pero también con una despenalización social sobre él. La ley se tiene que acompañar a través de la trasformación social. Pero para eso falta mucho.

-¿Se puede decir que hay cierta prostitución que sí está legitimada como la que se ve en los medios o en el mundo de la moda?

Lo que pasa es que la terminología y la etiqueta de la prostitución está pensada desde la denigración exclusivamente por la cuestión sexual. A nivel cultural lo sexual se concibe desde lo sagrado. Vos podés prostituir cualquier parte de tu cuerpo, como sucede con el trabajo intelectual, que no importa. Pero la sexualidad no. Eso solo se entrega por amor.

Nosotras entendemos que todos nos prostituimos de alguna forma y que la mayoría de esas formas están aceptadas socialmente. Lo que hay discutir de fondo es por qué sí está aceptado que se prostituyan las ideologías, las manos, los conocimientos y eso no causa conmoción social.

-¿Cómo se vive el trabajo en la calle a partir de estos tres años de macrismo?

Con muchísimos retrocesos. La violencia institucional ha recrudecido contra nosotras, pero también sobre las compañeras del colectivo travesti - trans y los migrantes. Es pura lógica del neoliberalismo, expulsar de las calles a los pobres. Hay un impulso racista y esa bajada de línea le da poder de autoritarismo y abuso a las fuerzas de seguridad.

Pero hay un retroceso también en otras cuestiones, nosotras peleamos por nuestra obra social y jubilación y en el Congreso se está discutiendo una reforma laboral que va contra todos los trabajadores, no solo contra las putas.

En Argentina no tenemos más Ministerio de Trabajo, partamos de ahí. Queremos acceder a la salud integral y no tenemos más Ministerio de Salud. Las compañeras que antes se acercaban para recibir formación sindical hoy nos plantean abrir merenderos porque los chicos los fines de semana no tienen qué comer. No hay dinero para sostener alquileres, y hay un retorno de chicas a la calle que habían decidido retirarse.

-Arranca un nuevo Encuentro Nacional de Mujeres y es evidente el terreno que han ganado las putas feministas en este espacio ¿Cuál es tu balance?

Para nosotras fue un gran logro tener un espacio propio dentro del Encuentro Nacional de Mujeres y que los talleres sean coordinados por trabajadoras sexuales, que los temas que son discutidos durante un día y medio sean los que nosotras elegimos a lo largo de un año de discusión.

Tiene mucho que ver con el proceso de la historia de Ammar. El encuentro tiene 33 años, y nosotras recién hace tres que tenemos allí adentro nuestro propio espacio, quiere decir que durante 30 años nuestras voces estuvieron negadas.

Vemos que este avance no era solo necesidad nuestra. Hay un montón de otras compañeras que querían escucharnos. Por eso nuestros talleres son muy convocantes, todas quieren preguntar, conocer, escucharnos y llenar de contenido político ese desconocimiento. A partir de ahí descubrimos que muchas chicas tenían una posición contraria a la nuestra porque nunca nos habían escuchado, ahora se sienten interpeladas. Eso además nos posiciona a nosotras como sujetas políticas.

-¿Qué es la sororidad para una puta feminista?

La sororidad es escuchar a la otra, ponerse en sus zapatos. Es no cuestionarla y mirarla con amor. Entender que todas somos distintas y que otras eligen cosas para su vida que quizá no coincidan con nuestra mirada del mundo pero que la sororidad nos debe lleva a respetar esa diversidad.


/ En la misma sección
/ Mendoza
San Rafael / Acompañamiento a personas que sufrieron la suspensión de su pensión por discapacidad
/ Mendoza
San Rafael / Así será la presentación de “las gladiadoras” de boca juniors en san rafael
/ Mendoza
San Rafael / “Salir a jugar”, una de las propuestas para los chicos en estas vacaciones de invierno