Deportes // 2018-07-01
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18- Despedida
De Kazán a Moscú


Como los últimos besos que se dan, como los abrazos que siempre se recuerdan y como el adiós que no queremos que llegue. Las despedidas, obligatorias en la vida, cierra y abren puertas. Ayer metió un portazo a un sueño con poca consistencia. La copa se aleja cuatro años más.

Para los chicos, las despedidas casi no existen. Van y vienen, juegan con uno y otro, y al grito de una madre, desaparecen. No está el acto de despedirse porque no conciben que tal vez jamás vuelvan a ver esa persona. No les importa. Su única meta es divertirse mientras esquivan algún reto de sus padres.

Y cuando crecen, eso se pierde. Pierden el objetivo central de la diversión y pasan a ser adultos adoctrinados. Pero a veces ocurren milagros.

Uno había nacido en Rosario. Era un chico con capacidades diferentes, con una edad promedio adulta y pateaba una pelota por el arte de sonreír.

Jugó, ganó y se divirtió, hasta que un día, sin saber exactamente cuándo, cambió. Cada tanto se ponía una camiseta y su sonrisa se borraba. Dejaba de ser un zurdo preadolescente feliz para convertirse en un banquero a punto de terminar su jornada. Con cara larga, cerrando su caja, y esperando el resultado final de su balance para que pueda cumplir e irse a jugar.

¿A dónde habrá quedado esa sonrisa infantil? ¿A dónde se habrá ido las ganas de divertirte?¿No será que un país se la arrebató?

Quiero volver a ver esa diversión del pibe de rosario, del nene que sigue jugando en los césped más caros del mundo, como en el club de barrio. Porque estos milagros no distinguen si es una cancha o el potrero de barrio o el picado en la calle. Estos milagros solo quieren divertirse.

Ayer, en Kazán, le volví a ver la cara de banquero. La obligación de jugar, pero por sobre todo, la obligación de la victoria. Él no es así. Los niños no quieren trabajar.

El rosarino se despidió de la Copa del Mundo, rompiendo un principio de niñez y poniendo en jaque su continuidad como milagro.

Tiene que volver a dibujar una sonrisa en su rostro y a divertirte. Menos despedidas y más sonrisas.

Mientras tanto, por por algún lugar perdido entre Kazán y Moscú, nos sentimos un poco como Galeano escribió alguna vez: “Me quedo con esa melancolía irremediable que todos sentimos después del amor y al fin del partido".


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