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Micaela Tapia forma parte de la marea verde que desde hace tiempo viene revolucionando la escena pública y esferas parlamentarias en reclamo al postergado derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo. Se sabe que desde la media sanción que obtuvo el proyecto para despenalizar el aborto en el Congreso Nacional días atrás, agentes más reaccionarios del movimiento autodenominado “Pro Vida” han incurrido en diversos actos de violencia contra las activistas feministas. Como suele suceder en estos casos, las militantes están informadas de estos hechos, lo que nunca una se llega a imaginar es que el odio se sufra en carne propia.
La joven de 20 años, estudiante de la carrera de Trabajo Social de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional de Cuyo e integrante de la Franja Morada cedió a VCF su testimonio, con un reiterado fin “para que se sepa, para que todas estemos alerta y no le vuelva a suceder a ninguna más”.
Ya tranquila, con la denuncia penal concretada y al calor de la seguridad de su hogar contó cómo sucedieron los hechos. El último sábado, antes de las 20 se despidió de su amiga que vive en las cercanías de la Plaza de Godoy Cruz con destino a su casa, no muy alejada a esa zona. En su mochila, como miles de mujeres hoy, lucía su pañuelo verde, símbolo de la causa por la que lucha:
“Cuando iba costeando la plaza noté que me seguían cuatro personas, dos varones y dos mujeres. No me imaginaba qué querían. Traté de no tener malos pensamientos ni prejuicios y de seguir mi camino tranquila”, sin embargo, la persecución continuó una cuadra más acompañada de insultos y amenazas.
Ante este desolador panorama Micaela buscó refugio en un kiosco. Allí comentó lo que le estaba pasando y el comerciante le propuso quedarse el tiempo que fuera necesario. Esperó un rato. Intentó comunicarse por teléfono con sus familiares pero no tuvo respuesta. Se hacía de noche, la impaciencia le ganó, tomó “coraje” y resolvió retomar el camino, ahora en dirección a calle San Martín (por ser la más concurrida e iluminada de la zona) a través de calle Rivadavia.
“No sé en qué momento me vuelvo a encontrar a estas cuatro personas de frente, no las reconocí por los rostros, pero sí por su vestimenta. Juro que no las había visto nunca antes en mi vida. Quise esquivarlos pero ya me habían arrinconado. Lo primero que me dijeron fue: ´sacate la mochila y danos el pañuelo´”. Ante esta frase, el aturdimiento de Micaela fue en ascenso y su capacidad de reacción se vio inhibida. De inmediato, una de las mujeres la empujó con fuerza contra la pared. La brutalidad del golpe la mareó y allí entre dos la tomaron de un brazo hasta tirarla al piso.
“Yo estaba asustada, resignada, ellos trataban de sacarme la mochila a lo que yo no me resistía porque seguía pensando que se trataba de un robo. Mientras me pateaban arrancaron el pañuelo de la mochila y comenzaron a gritarme que ellos estaban ´a favor de la vida´, ´ojalá algún día te violen´, ´puta´, ´asesina´. Y se fueron corriendo con mi pañuelo verde”.
En estado de shock y sufriendo doble desolación por la falta de solidaridad de las personas que transitaban la tarde noche del sábado en la vereda de enfrente y por la calle en autos y bicicletas, Micaela trató de recomponerse por sus propios medios. Tomó la mochila, se reincorporó como pudo, y así, con los dolores y el miedo a cuestas se dirigió a la Comisaría Séptima que linda con la plaza. La denuncia fue realizada por la misma víctima de manera inmediata, y al tiempo llegó su familia a buscarla.
Al resguardo de su hogar decidió no comentar públicamente lo ocurrido, pero sus compañeras de activismo la convencieron de la importancia de darlo a conocer, y le dieron las fuerzas y el apoyo necesario para sacar la voz. “Pude entender que contarlo es un modo de prevención contra el odio y la intolerancia de los que dicen ser ´Pro Vida´”, señaló.
Consultada por si existe dentro del activismo un protocolo de actuación o prevención frente a estos hechos de revanchismo violento, Micaela señaló que la solución no sería la de esconder el pañuelo. “Tapar nuestro símbolo no es la solución. No es justo que esto suceda en plena democracia. Tenemos que estar atentas y cuidándonos entre todas. Lamentablemente no sabemos cómo va a responder el otro.”
En plena recuperación del susto y de los dolores en el cuerpo, Micaela cuenta que por estos días permanecerá al asilo de su familia y de sus compañeras de militancia pero que de ninguna manera dará un paso atrás en el activismo por el derecho al aborto, legal seguro y gratuito:
“Esto que sucede parece ser algo simbólico. Al principio muchos no sabían qué significaba un pañuelo verde pero ahora es un asunto mundial. Entiendo lo que pesa levantar las banderas del feminismo, y en este momento las de este proyecto de ley. Implica mucha responsabilidad en lo que se dice y en las acciones porque ellos están al salto de que hagamos algo mal. Siempre buscan la forma de agredirnos, lo que no entienden es que haciendo estas cosas, maltratandonos en la calle o por las redes sociales, verbal o físicamente, nos fortalecen. Nos unen. Nos dan más ganas de continuar poniéndole el pecho a la causa”.
Lejos del consternación y seguramente con más claridad todavía que con la que inició su activismo, Micaela resuelve cerrar las charla con la siguiente declaración: “El pañuelo no lo escondemos más, es nuestro uniforme de lucha. No vamos a parar hasta poder andar seguras en las calles y hasta que el proyecto se apruebe. Nosotras, con todas las diferencias políticas que tenemos y los desacuerdos, estamos más hermanadas que nunca. La única forma de hacerle frente al patriarcado es esa, estando unidas. Sin miedo, valientes. A esta marea verde no la para nadie”.