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Los mapas siempre han suscitado entre los hombres una extraña y poderosa fascinación. En ellos subyace una concepción del universo; una imagen y también una forma de entender el mundo, sus componentes y relaciones de poder. Si bien es sólo un dato curioso, que muestra los insólitos alcances de estas representaciones cartográficas, hasta el mismo Infierno y el Paraíso tuvieron su lugar en los atlas y portulanos medievales, cuando los hombres estaban más interesados en la salvación de su alma que en descubrir las formas y los secretos de la geografía que los albergaba.
Por ello hay que señalar que, a las complejas funciones religiosas, artísticas y culturales, desde la época de Claudio Ptolomeo los mapas vienen cumpliendo un papel fundamental para informar, orientar, gestionar, educar, delimitar, probar y tomar decisiones trascendentes en cualquier sociedad.
Los nuevos enfoques científicos están demostrando también que la forma en que los mapas se diseñan y se exhiben, afectan la comprensión y el significado que las personas tienen de los mismos. En consecuencia un mapa es mucho más que la simple representación/ilustración de una información de un determinado espacio o lugar. Estas piezas están estrechamente relacionadas al aprendizaje del espacio, a la percepción y al conocimiento. De allí la importancia que tiene para una sociedad el correcto diseño, ubicación y denominación de las imágenes cartográficas.
Estos atributos que tienen los mapas cobran particular importancia en el derecho internacional ya que los mismos sirven frecuentemente para respaldar las pruebas que esgrime un estado que reclama un territorio que considera propio, como es el caso de las Islas Malvinas. Aquí radica también la necesidad de preservar y administrar con responsabilidad política y profesionalismo técnico la cartografía que representa el territorio nacional.
Estas aplicaciones y las consecuencias que tienen los mapas que elabora el estado, tornan entonces preocupante y sospechoso los reiterados “olvidos” y “errores” de organismos oficiales que alteran o borran de la cartografía oficial el nombre de las Islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur y los espacios marítimos e insulares, que constitucionalmente son parte inseparable de la República Argentina.
Tal es el valor de los mapas que, en la defensa territorial por Malvinas que realizó el embajador José María Ruda en su histórico alegato ante el Comité Especial de Descolonización de la ONU en 1964, esgrimió con eximia persuasión una amplia cartografía para demostrar la ilegitimidad de la ocupación británica desde 1833. Fue a raíz de esta proeza diplomática que las recomendaciones de ese comité fueron recogidas en el texto que adoptó la Asamblea General de las Naciones Unidas como su resolución Nº 2065/65, que ordenó a las partes iniciar una negociación bilateral para alcanzar una solución pacífica a la disputa de soberanía. Obtener esta resolución fue sin dudas un magnífico logro político del presidente Arturo Illia.
En su alegato, y a los solos fines de ilustrar esta perspectiva, el ex embajador Ruda dice que “en los mapas y planisferios españoles de comienzos del siglo XVI figuran ya las Islas. El primer mapa es de Pedro Reinel (1522-23). Luego se destacan los trabajos de Diego Rivero, cartógrafo principal de Carlos V, que insertó las islas en los mapas llamados Castiglione (1526-27) Salviati (1526-27), Rivero (1527) y dos planisferios de 1529. Luego se suceden el mapa del Yslario de Santa Cruz de 1541, el planisferio de Sebastián Gaboto de 1544, el mapa de Diego Gutiérrez de 1561 y el de Bartolomé Olives de 1562, entre otros.” Como es evidente, una extensa lista cartográfica es citada en esta escaramuza diplomática, lo que pone de relieve la importancia de los mapas en esta disputa contra el imperio británico.
Sin embargo, y a pesar de los 500 años de historia de mapas, testimonios y relatos, las preocupantes señales políticas que genera el gobierno del presidente Mauricio Macri en torno a la Cuestión Malvinas, se han traducido también en una alarmante desaprensión en el manejo de la cartografía oficial del archipiélago austral. Algunos de los desatinos más sorprendentes, que ilustran esta displicencia, son los que siguen.
El Ministerio de Defensa, con motivo de zarpar la Fragata Libertad en su 45º travesía alrededor del mundo, inauguró una página web donde comunicaba el itinerario del buque escuela de la Armada Argentina. Sin embargo, en la cartografía que ilustraba la página, se incluyó a nuestras Islas Malvinas con el nombre que utilizan los ingleses: “Falkland Island”.
El mismo y llamativo descuido se reiteró en la página web de Radio y Televisión Argentina Sociedad del Estado que preside Miguel Pereira, donde se exhibió un mapa interactivo con la ubicación de las estaciones de radio y televisión y en el que nuevamente las debilidades por el anglicismo Falkland pudo más que la bella denominación vernácula de Malvinas.
Para no quedarse a la zaga, la Administración Nacional de la Seguridad Social (Anses) redobló la apuesta publicando, a través de las redes sociales una imagen con el mapa de sudamérica, donde directamente eliminó de la imagen a las Islas Malvinas. La publicación, en este caso, hacía referencia al aniversario del Día del Mercosur.
Recordado es el saludo de fin de año que la ministra de Desarrollo Social, Carolina Stanley publicó oficialmente. Allí, junto a los deseos de un país con mayor inclusión social e igualdad de oportunidades, se insertó un mapa de Argentina donde no solo escamoteó las siluetas de las Islas Malvinas y las de las islas del Atlántico Sur, sino que también olvidó incluir el territorio antártico argentino.
La Agencia de Promoción de Inversiones que depende del Ministerio de Producción, liderado por Francisco Cabrera, divulgó un documento orientado a seducir inversores, en el que se incluyó una imagen de la República Argentina. Aquí también la amnesia gubernamental omitió Malvinas y lo que ello significa en nuestra historia.
La utilización de los mapas con la denominaciones británica de nuestras Islas, infringe la ley 26651, que en su artículo 1° establece “(…)la obligatoriedad de utilizar en todos los niveles y modalidades del sistema educativo, como así también su exhibición pública en todos los organismos nacionales y provinciales, el mapa bicontinental de la República Argentina que fuera confeccionado por el ex Instituto Geográfico Militar —actualmente Instituto Geográfico Nacional el cual muestra el sector antártico en su real proporción con relación al sector continental e insular.” En consecuencia estas omisiones no solo son una falacia sino también un delito.
Si bien estos errores fueron enmendados, los mismos afectan indirectamente los intereses estratégicos de la República Argentina y las posibilidades de afirmar la plena soberanía del estado nacional sobre nuestros archipiélagos australes y la porción marítima que nos corresponde.
Sin embargo, en una etapa donde el neoliberalismo relativiza la verdad y reclama olvido y resignación a cambio de felicidad, hay que alertar, como apuntó Eduardo Galeano, que hoy “el mapa miente. La geografía tradicional roba el espacio, como la economía imperial roba la riqueza, la historia oficial roba la memoria y la cultura formal roba la palabra”.