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Vista desde la cima de un edificio alto –en este caso, una de las desaparecidas torres del World Trade Center en Manhattan–, que sirve de analogía a la distancia del planificador respecto a la urbe, la ciudad es “un simulacro teórico”, un cuadro cuya condición de posibilidad es “el olvido y el desconocimiento de la prácticas” de lo que ocurre a nivel de calle. Abajo, en cambio, los caminantes tienen otro conocimiento de la ciudad: el de los espacios que no se ven, sino que se recorren.
Para de Certeau, la ciudad instaurada por el discurso utópico y urbanístico es esa vista desde lo lejos, desde arriba, que primero niega “la producción de un espacio propio”, con sus singularidades y especificidades, para sustituirlas con una ciudad cuantificable y que es posible administrar. De Certeau veía en el caminar a nivel urbano algo análogo al acto enunciativo (cuando el que habla hace suya una lengua): un acto político de apropiación.