Argentina // 2020-09-03
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La pandemia y el proceso salud-enfermedad-atención


A lo largo de los últimos dos siglos, la humanidad ha padecido las consecuencias de enfermedades infectocontagiosas que han diezmado comunidades enteras y que han tenido altos costos en términos de sufrimiento humano por las vidas perdidas y por la interrupción de las formas y redes colectivas de reproducción de la vida.

La emergencia y la diseminación en forma de brotes, epidemias y pandemias de enfermedades infecciosas como COVID-19, el cólera, la malaria, el dengue o la fiebre amarilla tienen una estrecha relación con las formas de vida y de relación con la naturaleza que se imponen en el marco del sistema capitalista de producción.

Las deforestaciones masivas en la Amazonía y otros pulmones del planeta en beneficio de intereses empresariales sobre la explotación de la tierra para monocultivos, los modos de producción de alimentos caracterizados por el uso desproporcionado de pesticidas y el hacinamiento y la mala alimentación de animales para consumo humano, la precariedad de la vida en el campo y en enclaves populares de las ciudades donde no se garantiza el acceso al agua, a los alimentos y donde se vive en situación de hacinamiento, son algunas de las condiciones  evitables que se encuentran en la raíz de las desigualdades sociales y de la proliferación de plagas.

En contextos de crisis sanitarias, las desigualdades sociales que acabamos de mencionar se profundizan para los sectores históricamente subalternizados -mujeres empobrecidas, niñxs, adultxs mayores, migrantes, trabajadorxs precarizados, personas trans, travestis y comunidades indígenas- y la brecha para el acceso a la salud se ensancha.

En el caso de la pandemia actual por COVID-19, se encuentran más predispuestos a enfermar y a morir lxs habitantes de barrios  que no cuentan con viviendas suficientemente espaciosas para albergar con la distancia necesaria a todxs sus convivientes, que tampoco tienen acceso al agua potable, a alimentos nutritivos ni a luz corriente la mayor parte del día.

También se encuentran expuestxs aquellxs que deben salir cotidianamente a ganar el peso diario o su salario mensual y que deben viajar hacinados en el transporte público y trabajar sin los correspondientes protocolos y elementos de protección personal. Otra arista que observamos en el contexto actual es que las desigualdades e inequidades se expanden a esferas de la vida que forman parte de la salud integralmente entendida, más allá de lo estrictamente sanitario.

El acceso a la educación, el esparcimiento y el encuentro afectivo con otrxs, entre otras dimensiones, se transforman en un privilegio solo disponible para aquellxs que puedan pagar la conectividad a internet, que disponen de redes de contención y acompañamiento familiar, vecinal o de amistades y para quienes cuentan con el dinero suficiente para consumir en los espacios de encuentro social actualmente permitidos en algunas provincias como Mendoza, que es el lugar desde donde escribimos estas líneas.

Desde las ciencias sociales y desde corrientes teórico-políticas como la Salud Colectiva, son numerosas las voces que visibilizan la relación entre capitalismo y procesos de salud-enfermedad y que advierten sobre la complejidad de determinantes y relaciones sociales que es necesario contemplar en los abordajes sanitarios, de manera que se puedan dar respuestas humanizadas, comprometidas con la transformación social y acorde a las necesidades contextuales de las comunidades y lxs sujetxs.

En el caso de Argentina, que está logrando una de las tasas de mortalidad más bajas de la región, advertimos que el esfuerzo estatal para contener el actual contexto de crisis social y sanitaria reproduce nuevamente los característicos abordajes pragmáticos, biologicistas y reduccionistas del Modelo Médico Hegemónico (Menéndez, 1990) tecnocrático.

Esto último, probablemente en relación con la necesidad de una fuerza rectora sólida frente a un territorio que presenta niveles de organización comunitaria no potenciados y que naturalmente generan incertidumbre en la coyuntura actual. Observamos que las estrategias sanitarias se centran principalmente en la búsqueda de una vacuna, medicamentos o respiradores como estrategias centrales de afrontamiento de la pandemia por COVID-19.

Sin dudas, la disponibilidad y la accesibilidad a estas tecnologías son necesarias. No obstante, consideramos que es igualmente importante y necesario generar estrategias complementarias, políticas sociales y sanitarias integrales que posibiliten la construcción de un estado de salud más allá de la coyuntura.

En las mesas de debate destinadas a la construcción de políticas públicas, donde el poder real siempre tuvo protagonismo, no hemos logrado desarrollar estrategias persuasivas que superen la mirada unicausalista, higienistas, ligada a las representaciones sociales, científicas, mercantilistas y políticas de la enfermedad presentes desde finales del siglo XIX (Luis &Aguerregaray, 2020).

Es necesario avanzar críticamente sobre la construcción teórica de nuestro objeto que es la salud colectiva. En este sentido, es preciso considerar que para que una enfermedad acontezca es necesario mucho más que un individuo y su exposición a un factor de riesgo dado existiendo un proceso íntimo en esta diada que debe ser abordado (Urquía, 2006).

En primer lugar, no somos sujetxs individuales y aisladxs, somos sujetxs colectivos. Esta condición introduce un sin número de  factores y contingencias que determinarán el desarrollo o no de una enfermedad y la vulnerabilidad diferencial entre sujetxs y de una población a otra.

La infección por el nuevo coronavirus no escapa a esta lógica, es decir, no es condición suficiente la exposición de una persona o comunidad para que la enfermedad acontezca y, más aún, la gravedad de los casos muestra un comportamiento diferencial según el grupo afectado y las condiciones de salud previas, es así que algunas de las personas que contraen la enfermedad presentan síntomas leves mientras que otrxs mueren.

En el desarrollo de esta afección entran en juego determinantes sociales de la salud y la enfermedad más amplios y complejos que el concepto de riesgo a enfermar ligado a factores individuales y en relación con conductas enmarcadas con tono inquisidor en el estilo de vida(Ayres, 2005). Tono inquisidor que responsabiliza individualmente a las personas por las conductas “saludables y no saludables” que adopta.

Debemos ampliar el abordaje e incorporar en la comprensión del actual contexto socio-sanitario la historicidad y la estructura social bajo las cuales se organiza la vida de lxs sujetxs en comunidad, para hablar de modos de vida más que de estilo de vida. En este marco, al instrumentar acciones para el cuidado de la salud, tendremos en cuenta las distintas realidades en un territorio heterogéneo

En cuanto a las medidas sanitarias de contención para la pandemia actual, observamos que la cuarentena es una estrategia que ha demostrado mayor efectividad, a nivel global, para ganar tiempo y mejorar el sistema sanitario. No obstante, no podemos ignorar que dicha medida no puede aplicarse de manera universal y homogénea, acorde a lo dicho anteriormente.

No será lo mismo el aislamiento de un grupo familiar que cuente con recursos económicos, vivienda o servicios públicos, que el de un grupo familiar que no tenga asegurado el sustento económico diario o servicios básicos como el agua potable. En contextos tan heterogéneos, creemos que el desafío es adaptar las estrategias a nivel territorial donde la participación comunitaria activa, no como mera retórica, marcará las diferencias que den más probabilidad de éxito a la intervención.

Escuchar, acompañar, mejorar y complementar las estrategias que ya están desplegando barrios y comunidades en los territorios. Salir del acuartelamiento institucional y hospital o céntrico, recorrer los barrios con agentes sanitarios, médicxs y enfermerxs que aporten información sobre medidas preventivas y que estén atentxs para detectar casos de mayor vulnerabilidad, son algunas de las propuestas que consideramos valiosas a partir de experiencias en otrxs contextos geográficos y políticos (Mehry, 2020).

Desde nuestra perspectiva, impregnada por los aportes del movimiento de Salud Colectiva en América Latina, este momento de crisis sanitaria, que a la vez pone en tensión y visibiliza las consecuencias sociales, políticas y económicas del neoliberalismo a escala global, es una oportunidad para desterrar antiguos modelos reduccionistas y así incorporar definitivamente los determinantes sociales del proceso salud enfermedad muerte, en el ámbito de discusiones que verdaderamente estén a la altura que las circunstancias requieren.

Nos encontramos frente a una necesidad imperiosa de este tipo de abordaje porque, más allá de la evidencia indiscutible de la eficacia pragmática de la ciencia en la solución de muchos problemas socio sanitarios, debemos aceptar críticamente que no ha sido suficiente, ya que en cada nuevo evento epidémico ocurren muertes en espera de una ciencia mesiánica que a contra reloj intenta un nuevo y heroico rescate a la humanidad.

Hoy nos convoca lo trágico de la pandemia por COVID 19, pero no debemos olvidar que gran parte de la humanidad también es diezmada por otras afecciones que se desarrollan con distribución espacial heterogénea, dentro de los cuales encontramos las enfermedades crónicas no transmisibles, las causas externas de muerte como los accidentes, muertes violentas y enfermedades infecciosas como la tuberculosis, el HIV, Chagas y malaria.

Muchos de estos procesos están naturalizados, invisibilizados y enquistados en la pobreza y son reflejo del racismo, de las inequidades sociales, económicas, ecológicas y de género. En este punto, consideramos que la epidemiología, que se dedica al estudio de la distribución y los determinantes de los procesos de salud- enfermedad y atención en las poblaciones, debe ocupar un rol central como fuente de información para la construcción de políticas y otras medidas de gestión atentas a mejorarla salud de los pueblos.

Para que la epidemiología cumpla su papel, es fundamental la construcción de datos de calidad y propios de cada realidad social, no importados de contextos lejanos. Esta pandemia pone en evidencia, nuevamente, que la información que tenemos para que la epidemiología cumpla con su función no existe, existe pero es incompleta, se niega y generalmente no se tiene en cuenta para dar respuesta al evento. Insistimos que esto es una falencia histórica y que sólo se ha logrado avances con parcialidad sobre ciertos procesos de morbimortalidad como los relacionados a la salud materno-infantil.

El Estado es el principal actor que debe sostener y nutrirse de los estudios epidemiológicos para responder y transformar las inequidades territoriales en pos de una mayor justicia social.

En estos últimos meses nos hemos preguntado si como humanos saldremos mejores de esta pandemia. Creemos que la posibilidad de superación es real, pero para que se concrete es condición necesaria desencadenar hoy y en el futuro procesos que interpelen desde la relación que tenemos con  nuestro planeta,  pasando por la distribución de la riqueza, la valoración de los saberes populares y el rol del Estado en nuestros pueblos.

Referencias

Menéndez, E. (1990). Morir de alcohol. México, D.F: Alianza Editorial Mexicana.

Natalia Luis, Rosana AguerregarayCastilgione. De “culpables” a “víctimas”: expansión yprofesionalización del sistema de salud en la provinciaMendoza a fines del siglo XIX y principios del XX. SALUD COLECTIVA. 2020;16:e2129. doi: 10.18294/sc.2020.2129.

Urquía M. Teorías dominantes y alternativas en epidemiología. Buenos Aires: Ediciones de la UNLa; 2006.

Ciclo de diálogos. COVID 19: analizador de las disputas e intersecciones entre redes de cuidados formales e informales en salud. Diálogo con Emerson Merhy. Buscar en https://www.youtube.com/watch?v=FiHwaJXAIvc.

Ayres JR. Acerca del riesgo: para comprender la epidemiología. Buenos Aires: Lugar editorial; 2005.


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