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“...Helmut Von Strasse, asegura que la Argentina existió alguna vez. Pero lo que nos seguimos preguntando es cómo era aquel país .... Sólo sabemos que luego de ese plan económico los argentinos desaparecieron“. Así arrancaba la nueva temporada de “Tato de América” en 1992. El gran Tato Bores interpretaba a un “argentinólogo” que describía lo que había sido una gran civilización perdida.
Más allá de la creatividad y la genialidad de Tato y sus hijos, sorprende la vigencia que tiene este mokumentary o falso documental. A casi 30 años de su primera emisión podría ser estrenado hoy mismo, cambiando sólo algunos nombres, aunque no el signo político de sus personajes históricos.
Lo cierto es que para muchos analistas y politólogos del mundo, resulta un desafío, cuando no un enigma, explicar las sucesivas crisis económicas, políticas y sociales de la Argentina en los últimos 80 años. Cómo un país que se vislumbraba potencia a principios del siglo XX, con infinidad de recursos naturales, extensión territorial, sin conflictos étnicos, religiosos o raciales, récord en población escolarizada, sin guerras prolongadas ni cataclismos de magnitud, haya caído en picada sostenidamente en la mayoría de sus indicadores y haya subido en los que deberían mantenerse bajos, como lo son la pobreza, la indigencia y el hambre.
Es así que la pobreza se ha convertido, sin lugar a dudas, en la deuda más importante que tiene la política y la democracia en la Argentina desde su recuperación. Pero no porque no se hable de ella ni se opine. Todo lo contrario. Debe ser, junto con la seguridad, el tema más recurrente y discutido de la agenda pública. En particular, en la coalición gobernante, se habla todo el tiempo de la pobreza y de los pobres. La campaña presidencial la hicieron en base a la promesa de “llenar las heladeras”, el asado de los domingos, aumento y remedios gratis para los jubilados, salarios dignos para los docentes y combate a la inflación.
Ya en el gobierno, la pandemia dejó al descubierto no sólo los problemas sociales estructurales. También desnudó el verdadero carácter de este gobierno. Sus profundas contradicciones y, fundamentalmente, el modelo de país al que adhiere, por lo menos, un sector muy importante de sus partidarios.
Y es ese punto, el del modelo, es donde la pandemia les dio la excusa perfecta para poder avanzar casi sin oposición ni márgenes de disenso. Calificando de “odiadores seriales” a quienes se animen a alzar la voz. A punta de decretos que se firman en márgenes dudosos de legalidad, estamos inmersos en la cuarentena más larga del mundo. Con un gobierno omnipresente que se arroga la capacidad y el derecho de regular hasta el más mínimo detalle de la vida de sus ciudadanos. Una especie de Gran Hermano que no sólo avanza por sobre las libertades individuales, sino que ha logrado como resultado más visible, el cierre de cientos de miles de negocios, la paralización de la economía, la caída del PBI estimada en el 12% y una pobreza que alcanzará el 40%. La pobreza es el otro.
Por supuesto que para el gobierno nacional los culpables son otros. El gobierno anterior, la pandemia, los empresarios miserables, el neoliberalismo y también los comerciantes. Nada tiene que ver el cierre de los negocios, las medidas de aislamiento, el no plan, la cuarentena eterna, la emisión y el manejo discrecional de los fondos estatales. Justamente, argumentan, todo se soluciona con más Estado.
Estado presente le llaman, el que te obliga a cerrar por cuatro meses tu negocio, pero te asiste con un plan de emergencia. Para que subsistas al límite. Para que sobrevivas. Al límite de la indigencia y dependiendo del Estado que, para este caso, no somos todos, sino ellos. A quienes se les debe agradecer. Porque este gobierno vino a ocuparse de los pobres. Y usted, querido comerciante, empresario pyme, cuentapropista, emprendedor, ya lo es.
Como nuevo pobre, debe saber que les debe lealtad y gratitud por la asistencia que el gobierno le entrega. No importa si usted aportó con sus impuestos toda su vida, generó empleo y valor agregado. De nada sirve que alegue sus aportes previsionales. En este país buscamos la igualdad, por lo tanto, cuando se jubile recibirá lo mismo que sus pares que nunca aportaron. Y si ya es jubilado y tiene la fortuna de ganar por arriba de la mínima, no importa que siga estando bajo la línea de la pobreza, el aumento es en suma fija para todos. Igualdad es la consigna. Aunque sea para abajo.
Bajo esa bandera, el oficialismo habla en nombre de y por los pobres. Soslayando el hecho que ninguno de ellos lo han sido jamás, apuntan contra las empresas y los empresarios como si fueran los responsables de todos los males del país. Los empresarios y empresas que no son amigos, claro está. Para éstos, si existen tratos y leyes especiales. No es fácil ser un empresario nac and pop y enfrentar esas aberraciones liberales como lo son la competencia y el pago de los impuestos que retuvieron a los clientes. Para los amigos, todo, para los alperines ni justicia.
Sería hipócrita y miserable no hacernos cargo de la responsabilidad y de los errores que nos toca como oposición. Como también lo es llenarse la boca hablando en representación de los pobres y decir que todas las medidas que se toman son en su beneficio.
Estamos atravesando horas cruciales y decisivas que van a definir el futuro de nuestro país por los próximos 20 años. No es tiempo de aventuras, improvisaciones y consignas populistas. Es necesario tomar medidas que favorezcan a la producción y al empleo genuino. Entender que, en medio de esta crisis, tenemos una oportunidad para educar a nuestros niños de manera diferente. Romper con la cultura del pobrismo y el subsidio a todo. Empezar a hablar de nuevo del “hacerse la América” de nuestros abuelos y no de las siglas de algún nuevo subsidio o prebenda. Tenemos la obligación de pensar y actuar en consecuencia. Para que el sketch de Tato sea simplemente una obra artística de un genio y no una parodia fiel de nuestro futuro.