_
En 1960, los criminales Dick Hitchcock y Perry Smith fueron apresados por el crimen. Capote decidió que la investigación tenía que ser más profunda y comenzó a entrevistarse con los criminales. Es más, se rumoreaba que Truman y Smith mantuvieron una relación romántica durante el proceso de escritura del libro, esto debido al estrecho vínculo que desarrollaron gracias a vivencias que encontraron similares uno del otro a medida que se iban conociendo. Muchos de los datos que Capote menciona sobre las familias de los acusados no son ciertos; con esto buscaba apelar a la empatía de la gente para con los criminales. Para la última parte del libro, Capote asistió a las sesiones del juicio y compró las transcripciones para aportar precisión a su obra. La sentencia para Hickock y Smith fue firme: pena capital. Pasarían dos mil días en sus celdas esperando la ejecución.
Ese mismo año, con todo el material, Capote y su pareja decidieron partir hacia la Costa Brava, en España. Truman tomó esta decisión al reconocer que su ajetreada vida social en Nueva York no le permitiría escribir el libro como deseaba; de hecho, le consumía valioso tiempo el mantener las reuniones con socialités de la ciudad que no dormía.
Todos los días, Capote se sentaba en su casa frente al Mediterráneo y, enfundado en sus pijamas de seda, escribía el brutal asesinato, sin saber que con éste sentaría precedente en los campos literario y periodístico. Lo único que le prohibió terminar la novela en aquel entonces era la necesidad de un final trágico. Mientras que los asesinos confiaban en que el libro los salvaría de la pena capital, el escritor era un convencido de que literariamente era necesario que fuesen ejecutados.
En julio de ese mismo año y aprovechando su estadía en el viejo continente, Capote se reunió en Londres con Joseph Statten, médico experto en psiquiatría criminal que había analizado a Hickock y Smith para una importante revista de salud mental; con esto buscaba comprender cómo dos delincuentes menores habían sido capaces de perpetrar semejante crimen, y Satten era el más indicado para dar respuestas a las inquietudes del escritor.
Capote manifestó en varias ocasiones la incomodidad que le producía el libro, admitiendo que cada vez que revisaba el material se sentía “un poco más pasmado y horrorizado”, y que tenía pesadillas de noche, pero remataba con que ya estaba demasiado implicado en el caso como para no continuar.
A pesar de que ya tenía los tres capítulos troncales y una cuarta parte del último terminados, seguía reticente a poner punto final hasta que se resolvieran las apelaciones de los asesinos. “Ten en cuenta que no puedo terminar el libro hasta que el caso alcance un final jurídico, ya sea la ejecución de Dick y Perry (el final más plausible) o la conmutación de la pena (altamente improbable)” le escribió a su amigo Bennet Cerf desde España.
En 1962, aun estando a orillas del Mediterráneo, un incendio forestal casi arrasa con la casa que Capote y su pareja compartían; al desalojar la vivienda, Truman sólo se llevó el manuscrito de su obra y sus notas.
De vuelta en Estados Unidos, el escritor realizó varias visitas a Smith y Hickock en la cárcel y, durante una de éstas, al enterarse Perry Smith de que el libro se llamaría “A sangre fría”, se sintió traicionado y llegó a atacar físicamente a Capote, ya que para él el título sugería que los asesinatos habían sido planificados inescrupulosamente. Truman intentó tranquilizarlo, asegurándole que la novela no los perjudicaría.
Las ejecuciones de Dick Hickock y Perry Smith tuvieron lugar el 14 de abril de 1965 en un frío almacén de Kansas. Truman se hizo presente y una vez finalizado todo, regresó a casa abatido, pero con la emoción de saber que volvía con su final esperado bajo el brazo. Poco después, “A sangre fría” se publicó en cuatro entregas en The New Yorker y vio la luz como libro en enero de 1966.
El éxito fue inmediato, con cincuenta mil ejemplares vendidos semanalmente sólo en los primeros cuatro meses, y con esto llegaron las fiestas y los excesos, el alcohol y las drogas. La fama de su obra ayudó a Capote a entrar en el selecto grupo de la alta sociedad neoyorkina, y llegó a codearse con algunas de las personas más influyentes de la élite americana: Jackie Onassis, Peggy Guggenheim, Gloria Vanderbilt y Bárbara Cushey Paley. A pesar de su gran reputación y creciente fortuna, Capote fue consumido por el libro que una vez lo llevara a la cima de la literatura; en una entrevista, confesó “escribir el libro no me resultó tan difícil como tener que vivir con él”, haciendo referencia al estado depresivo y ansiedad que experimentó al comprender que su necesidad de reconocimiento se había antepuesto a la vida de dos personas que lo consideraban una persona de confianza, amigo y benefactor.
La buena vida no le duró demasiado, pues en 1966 y en plena fiebre mundial de “A sangre fría”, Capote anunció que estaba trabajando en “su mejor libro” hasta el momento; se llamaría “Answered Prayers” (Plegarias respondidas). Cuando el primer capítulo salió, sembró el horror en la créme de la créme neoyorkina: con nombres apenas disimulados, expuso los detalles más sórdidos de las socialités de la época, que iban desde infidelidades y abortos hasta matrimonios por conveniencia económica. Fue tal el impacto de esta jugada por parte de Capote que incluso una mujer llegó a quitarse la vida, tras ser referenciada en otro capítulo donde se mencionaba que quizás había asesinado a su marido para obtener su fortuna (un secreto a voces, pero secreto al fin). Afortunadamente para el jet set de la Gran Manzana, el libro nunca vio la luz; los editores de Capote le dieron la espalda y éste pasó a ser un paria a los ojos de quienes alguna vez se habían divertido con él.
Repudiado en Nueva York, se fue alejando cada vez más del ojo público y se sumió en las drogas y el alcohol; se dice que, un par de años antes de su muerte y a pesar de no tener ni sesenta años, el escritor se mostraba desmejorado y casi sin dientes.
Truman Capote falleció el 25 de agosto de 1984 en Los Ángeles, a miles de millas de su dorado Nueva York. La causa de su deceso sigue siendo hasta hoy un misterio: hay quienes arguyen que fue una sobredosis de narcóticos, contra las declaraciones oficiales que dictaminaron una insuficiencia hepática. Lo que sí se sabe es que murió solo, en el olvido absoluto y lejos del Capote quien fuera en los sesenta el mejor escritor norteamericano de su generación.
Su legado fue de suma importancia, pues supo explotar el género non-fiction novel (cabe destacar que él nunca dijo haberlo engendrado, más sí admitía haberlo llevado a su punto cúlmine de desarrollo, como nadie lo había hecho hasta el momento) y generar un impacto mundial en el mundo del periodismo, que en ese momento se encontraba en decadencia absoluta. Capote afirmaba que, para escribir en formato non-fiction, era imprescindible respetar a rajatabla los “standards of accuracy” (estándares de precisión):
“La novela de no ficción no debe confundirse con la novela documental, un género popular e interesante pero impuro, que permite toda la libertad del escritor de ficción, pero generalmente no contiene ni la persuasión de los hechos ni la actitud poética que la ficción es capaz de alcanzar. ¡El autor [de novelas documentales] deja volar su imaginación por los hechos!” (Truman Capote)
En su libro “Música para camaleones” (1980) Capote afirmaba, con relación a su
obra maestra: “Quería realizar una novela periodística, algo a gran escala que tuviera la credibilidad de los hechos, la inmediatez del cine, la hondura y libertad de la prosa, la precisión de la poesía”, y no falló. Supo combinar todos estos elementos en una obra atrapante que fue cimiento, el cornerstone de escritores posteriores a él tales como Svetlana Aleksiévich, Elena Poniatowska, Emmanuel Carrère o Jean Echenoz y Tom Wolfe, entre otros.
“The High Road to Hell”: el “A sangre fría” apócrifo
Al mismo tiempo que Capote escribía “A sangre fría”, se gestaba en la cárcel de Kansas el lado B de la aclamada novela, de la mano de Dick Hickock y Mark Nations, un periodista elegido por el primero para asistirlo en la redacción de su versión de los hechos. El manuscrito, que consta de doscientas páginas y nunca fue publicado, cuenta los acontecimientos desde la óptica de Dick, que ubica a Perry jalando el gatillo en las ejecuciones de Herbert, Bonnie, Nancy y Kenyon Clutter, amén de desmentir el motivo del crimen expuesto por Capote. Mientras que éste último lo retrató como un robo que se salió de control, Hickock asegura que fue un asesinato por encargo, por el que él y Perry recibirían cinco mil dólares; el relato es cruento y casi burlón, y deja entrever la personalidad perversa del autor (como en aquel pasaje en que cuenta el gozo que experimentó al observar a los Clutter siendo asesinados).
Al enterarse de la existencia de este proyecto de novela, Capote se ofreció a comprarlo, pero Hickock se negó a vendérselo; no confiaba en Truman, nunca lo hizo. Al mismo tiempo, Nations buscaba un trato con la editorial Random House; sin embargo, el sello rechazó la propuesta pues ya tenían un contrato con Capote. De igual manera, éste último se encargó de que el manuscrito nunca viera la luz mediante sobornos y favores, métodos poco éticos que, confirmaron luego sus biógrafos, Capote utilizó a lo largo de toda la investigación previa a su obra maestra.
El resultado de esta historia lo conocen todos: “A sangre fría” se convirtió en un best-seller de talla mundial y “The High Road to Hell” pasó a la historia como el secreto mejor guardado de Capote. Hoy, el manuscrito está en poder de Kurt Hoffman, quien lo heredó de su padre, el abogado que recibió la copia de parte de Mack Nations en 1962. No hay planes de publicarlo en un futuro.